VALÈNCIA. Michael Azerrad posa ante la cámara de su ordenador desde su domicilio neoyorquino. Elvira y yo estamos en València, cada uno en nuestra casa. En 1993, Michael publicó el que hasta la fecha es el mejor libro sobre el trío. Para escribirlo contó con libre acceso al entono de la banda y, por supuesto, a Kurt Cobain. En aquellos momentos, Nirvana era uno de los grupos más importantes de la música pop y también uno de los más controvertidos. Su irrupción en las listas de éxitos fue un fantástico accidente, no porque sus canciones no tuvieran gancho sino porque el trío había nacido y crecido en los márgenes de los circuitos comerciales. Eso entonces implicaba una militancia y una ética. Nirvana veían el rock & roll como una herramienta para combatir injusticias y no para propagarlas.
Tuvieron que aprender a relacionarse con el éxito y a intentar convertirlo en elemento difusor de las causas que defendían. Así hicieron patente su identificación con las riot grrrls, el movimiento que activó la primera ola oficial de feminismo en la música pop. Su discurso e idiosincrasia fueron fundamentales para Cobain y el resto de los miembros de Nirvana. A su vez, tanto las riot grrrls como Nirvana fueron determinantes para mí. Me ayudaron a entrever una problemática que entonces no podía más que intuir, ignorante de su dimensión real y menos aún de que yo, criado en una sociedad machista, también formaba parte de dicho problema. Nirvana eran lo opuesto al sexismo de Guns N’ Roses y tantos otros grupos. Siempre me habían gustado los grupos de mujeres o las bandas en las que había mujeres, pero hasta 1991, cuando todo este discurso comenzó a propagarse a través de la música que me gustaba, no era consciente de lo que significaba eso.
Elvira Asensi trabaja para la ONU en Ginebra, pero también sabe mucho de música y de literatura. Ha recorrido medio mundo y es amiga de importantes músicos extranjeros con los que se intercambia correos, desde Quincy Jones a Faith No More. Además de eso es una buena amiga que, cuando apenas nos conocíamos, tuvo la generosidad de ofrecerse a ayudarme con un asunto que en aquel momento era muy importante para mí. En cuanto a Michael, es el hombre que más sabe de Nirvana en el mundo del periodismo musical. El motivo por el cual Elvira y yo hablamos con él es que tenemos que presentar su libro por videoconferencia desde el aula magna de La Nau de València. Come as you are la historia de Nirvana cuenta con traducción de Elvira, a la cual los lectores de este tipo de tomos debemos agradecerle siempre que no se limite a traducir más o menos literalmente, y de que también se preocupe por darle un sentido contextualizado a aquello que traduce. La complejidad de la gramática inglesa puede hacer insufribles cierto tipo de textos si no se interpretan bien al pasarlos al castellano. Este es un problema del que adolecen muchos libros sobre música de los que se publican en lengua española, que a veces contienen párrafos insoportables. Elvira se encargará de hacer de intérprete en la presentación telemática y también le formulará algunas preguntas al autor. Esto nos lleva a intercambiar impresiones sobre Nirvana y sobre algunos aspectos del grupo que queremos destacar en la charla con Azerrad.
Por ejemplo, ese carácter pionero que les hizo posicionarse contra la homofobia, el sexismo y el racismo nos parece muy importante. Lo fue ya en su momento, pero, treinta años después, lo es todavía más. Aquellos a quienes nos gusta cierta música, cierto cine o cierta literatura tendemos a pensar que tenemos una postura similar a la de Cobain por una simple cuestión de contagio. Una visión y un posicionamiento digamos que progresista y empático. Pero una cosa es la teoría y otra la práctica. Los hombres pensamos que somos feministas porque nos horroriza la violencia contra las mujeres, pero es cuando agreden a una mujer que nos queda cercana que realmente tenemos la oportunidad de demostrar cómo de feministas somos. Pienso en esto cuando releo algunas de las notas que tomo al hablar con Michael, que, en un momento dado, hablando de su libro, nos señala la importante diferencia que hay entre mostrar y contar.
Durante la videoconferencia de presentación, Michael nos explica cómo era estar en la misma habitación que Kurt Cobain, una persona cuya sola presencia determinaba el estado de ánimo reinante en el cuarto. Nos cuenta varias cosas más que a mí me retrotraen a una tristeza que envuelve todo aquello que rodea a Nirvana. El suicidio de Kurt Cobain en 1994 me hizo ver que hay estrellas que, mientras te proporcionan energía para seguir adelante, quizá se estén desintegrando. Nunca he podido superar esa certeza. La música de Nirvana me entristece y hablar a fondo sobre ellos, como en esta ocasión, hace que en algún momento esté a punto escapárseme un discreto lagrimón. A Kurt Cobain le deprimía la idea de que millones de esos fans que el éxito le había proporcionado no entendieran su angustia, que provenía de la certidumbre de su mala conexión con el grueso de la humanidad. A Cobain le enfadaba, por ejemplo, que un hombre violara a una mujer o que un hombre golpeara a otro hombre por ser homosexual, pero también le desolaba la dificultad que conlleva el entendimiento entre las personas para poder resolver ese y otros problemas inherentes a nuestro mundo.
El plan inicial era que Michael hubiese venido a España este otoño y presentar el libro en persona. Para su escala valenciana ya había apalabrada una visita a l’Albufera que ojalá algún día se materialice. Parece un tipo honesto, y creo que esa fue una de las claves por las que Cobain y Nirvana se sintieron cómodos cuando aceptó escribir el libro sobre el grupo. Confiaban en que no antepondría la búsqueda de morbo a la realidad. Nirvana fueron, desde su irrupción en las listas de venta hasta la muerte de Cobain, un surtidor de titulares para la prensa sensacionalista. Drogas, peleas, chismorreos, especulaciones, crisis de toda índole. Todo ese tipo de mierda hipócrita que puede llegar a hacer que detestes este planeta. Elvira y yo hablamos de eso. De cómo al final las personas vemos lo que queremos ver cuando nos interesa verlo. La facilidad que tenemos para proclamar que algo es mentira simplemente porque no interesa contrastar si lo es o no. Debe de resultar desesperante pasarte los días evitando que se distorsione tu imagen y que te hagan daño solamente porque eres una diana fácil. No tengo ni idea de si Cobain hubiera vivido más tiempo de no haber tenido que pasar por el trance de la fama, pero estoy seguro de que lo que experimentó cuando esta le tocó en el hombro no debió serle de mucha ayuda. Nunca pudo soportar la ausencia de empatía.
El día de la presentación le pregunto a Michael qué cree que estaría haciendo Cobain de seguir vivo, se le atraganta un poquito la pregunta, pero como es un tipo educado apenas se le nota. Me contesta que no es partidario de especular con ese tipo de cuestiones. Una pregunta así no sirve más que para imaginar durante unos instantes que quizá Kurt Cobain superó su angustia vital y ahora quizá seguiría haciendo música o asistiendo a los desfiles de modelo de su hija Frances. Puede que incluso siguiese ejerciendo el activismo social político y acabara derramando una copa de vino sobre la cabeza de Kanye West en un acto público. Eso es todo. Especular sobre lo que es imposible que suceda no tiene demasiado sentido si se hace en voz alta y delante de gente. Reflexionar sobre lo que todavía es posible sí que lo tiene y además es ya casi una cuestión de vida o muerte. Creo que, de seguir entre nosotros, Kurt Cobain estaría de acuerdo con eso