FICHA TÉCNICA Palau de Les Arts Reina Sofía, 2 de marzo de 2023 Ópera, Don Giovanni Música, Wolfgang Amadeus Mozart Libreto, Lorenzo Da Ponte Dirección musical, Riccardo Minasi Director de escena, Damiano Michieletto Orquesta de la Comunidad Valenciana Coro de la Generalidad Valenciana Davide Luciano, Don Giovanni. Riccardo Fassi, Leporello Elsa Dreisig, Doña Elvira. Ruth Iniesta, Doña Ana Giovanni Sala, Don Ottavio. Jacquelyn Stucker, Zerlina Adolfo Corrado, Masetto. Gianluca Buratto, el comendador
VALÈNCIA. En la segunda mitad del XVIII, Mozart, -uno de los grandes del género lírico-, escribió las óperas más avanzadas de su tiempo. Fueron las primeras de lo que hoy se considera la ópera moderna, entre lo clásico y lo romántico, atreviéndose con textos provocativos, y trayendo a escena con valentía ciertas realidades sociales. En esa línea, para Don Giovanni eligió una de las obras literarias universales como El Burlador de Sevilla de Tirso de Molina, y cuando la puso en manos del mujeriego y aventurero libretista Da Ponte, un especialista en la cosa, entonces se empezó a gestar una de las obras clave del catálogo operístico.
Hace, por tanto, muy bien Les Arts en programarla, y mejor hace además, al poner su partitura en manos de un especialista como es el director Riccardo Minasi, verdadero triunfador en la noche de ayer en el coliseo del Jardín del Turia. El italiano condujo la enorme orquesta de la casa, -que para sí la quisieran otros teatros tan bien regados con subvenciones-, con maestría, para conseguir un Don Giovanni lleno de estilo, de sugestión deliciosa, con el que consiguió conquistar al público que llenaba la sala principal.
No importa con qué mano. Ambas están al servicio de los tempos, las entradas, los matices y las dinámicas. Y es que Minasi trabaja sin batuta para practicar con mayor claridad su dirección de cuidado, control y conexión total. Así, la orquesta dio todo lo que el director pidió, y regaló sonidos cristalinos y redondos, con los que el italiano tejió un Mozart pizpireto y serio, expresivo, traslúcido, fluido, enérgico y brillante; un Don Giovanni de extrema sutileza, pura delicatessen.
Vino a dirigir ópera, y lo hizo. Y a diferencia de la mayoría de los que se ponen al frente del primer foso valenciano, atendió con esmero la esencia del género: las voces. Y, burlando cualquier tentación, supo establecer con pasión el equilibrio más rico, natural e interesante entre las cuerdas vocales y el resto de instrumentos, incluyendo clavecín y violonchelo para los continuos.
No tanto acierto aportó Damiano Michieletto con su oscura solución escénica para hacer llegar su idea de la persistente y negra influencia que sobre las mentes de los protagonistas supone el depravado juerguista. El afamado regista apuesta por presentar la acción exclusivamente en los aposentos de un palacio, que giran obsesivamente sin salir de lo mismo. Es la acertada idea del bucle como expresión de las continuas fechorías del malvado protagonista.
Sin embargo, con ello, van por el aire otras cosas. La exclusividad de esas habitaciones palaciegas de altos techos aporta permanente monotonía, e impiden las esenciales referencias urbanas para las canalladas del libertino rufián, tan acostumbrado a pulular por jardines, a ensuciar estrechas callejuelas, a mirar por las finestras, y tomar la mandolina bajo los balcones. Con Michieletto, el cementerio y la estatua del comendador también fueron por el aire, al igual que tantos calcetines en plena cena bacanal bien servida y…bien regada.
Y otro inconveniente: el sistema mecánico de la rotación escénica obliga a colocar a los cantantes alejados del público, a veces más cerca del foro que del foso, con lo que ello conlleva de dificultad para la apreciación de las voces. Lo mismo sucedió con el coro final, cuyos miembros, al no poder entrar en palacio, fueron llevados al subsuelo, donde dejaron sus voces en el infierno más aterradoramente silencioso.
Acertado y sugerente fue el movimiento escénico de los protagonistas, quienes aportaron calidad y profesionalidad tanto en lo musical como sobre las tablas. Davide Luciano, con su corpórea y bien proyectada voz de buen brillo y timbre hermoso, hizo un Don Giovanni lírico, pleno y exuberante. Su canto hacia los resonadores, es de elegantes frases y línea, y está a la altura de sus buenas dotes actorales. Es barítono de centro asentado, cierto squillo y gran musicalidad.
Practicó cierta libertad a lo da capo en la segunda parte del Là ci darem la mano. Tal licencia -no anotada en la partitura-, fue tomada también en la misma pieza por Jacquelyn Stucker, como Zerlina, asunto que responde al estilo de aire clásico que se respira con Minasi. Pero las sutilezas de la soprano americana en ese duettino no terminaron ahí, porque fue magnífica su expresión a base de frases alargadas y silencios inteligentes. Más estilo Minasi. Stucker, de grandes cualidades actorales, volvió a ejercer la práctica del da capo en su magnífico Batti, batti, donde demostró robustez canora para otros papeles, el control perfecto de la respiración, y su gran musicalidad, desarrollando un canto legato, elegante, sugerente, brillante, seguro, y homogéneo.
Su preocupado, -y con razón-, marido, Masetto, fue Adolfo Corrado, joven bajo poseedor de un tronco vocal de envidiar, y voz de brillo y color. Bien en escena, hace uso debido de sus resonadores tanto en el registro de cabeza como en el de pecho, para un magnífico, equilibrado, e imponente resultado sonoro. También Elsa Dreisig, en el rol de la permanentemente humillada Doña Elvira, es dueña de muchas cualidades artísticas. Practica un canto de notable musicalidad gracias a su voz vigorosa y dulce, de espléndido tímbre y de color homogéneo, bien colocada, y de gran alcance.
La representación española en todo esto corrió a cargo de la soprano Ruth Iniesta, quien canto con la fuerza expresiva de siempre. Su voz bien apoyada y bien emitida, le sirvió para hacer una Doña Ana de forma versátil y desigual. La aragonesa, con buen volumen y oficio, demostró que su instrumento está bien construido y preparado para todo. Incluso para concertar con Giovanni Sala, que fue un Don Ottavio sin fuelle, de timbre seco, y emisión topada y oscurecida. Su canto es singular en la búsqueda de las modas antiguas como pudo demostrar en su Dalla sua pace, que sin embargo no redodeó, a pesar de sus intentos. Estilizó también en la repetición.
Riccardo Fassi, fue un mordaz Leporello bien resuelto en lo escénico y en lo musical. Su voz es de buen timbre y está llena de armónicos, pero es escasa en volumen y no corre bien por la sala. A quien sí le corre, -y mucho-, es a Gianluca Buratto, que hizo un comendador de verdadero lujo, pues se trata de un bajo de impacto severo, con uso de vibrato que aúpa su voz squillante para su proyección certera. Es perfecto para el reclamado trueno de la venganza.
¿Compuso el de Salzburgo la obertura de Don Giovanni la noche antes del estreno? De Wolfgang Amadeus Mozart, -ese compositor enigmático-, todavía hay muchas cosas que no se saben. Y gracias al habitual silencio de la casa, tampoco se sabe por qué nos hemos quedamos sin escuchar al magnífico tenor vasco anunciado Xabier Anduaga para Don Ottavio.
Lo que sí sabemos es que mientras el disoluto y lascivo seductor siga detectando mujeres con su afilado olfato, con castigo o sin él, Don Giovanni, -esa fascinante joya del catálogo lírico que brilla con especial intensidad-, seguirá llenando todos los teatros de ópera del mundo.
El programa incluye el exigente ‘Concierto para piano’ de Ravel y su imprescindible ‘La Valse’ junto con el poema sinfónico ‘Le Chasseur maudit’ de Franck