VALÈNCIA. La canción del verano es un concepto que cada cual debería definir a su manera. Está muy bien bailar con mucha gente al ritmo de una misma canción, siempre y cuando esa canción sea ‘Get Lucky’ o alguna joya similar. Si no, lo mejor es diseñarse una telaraña musical propia para soñar el verano.
El verano es un estado mental. Es el momento perfecto del año, a pesar de los inconvenientes que conlleva. El calor es el peor de todos. Mi resistencia al calor es poca. Puedes ponerte ropa y más ropa encima para defenderte del frío, pero llega un momento en el que ni siquiera desnudo dejas de sudar. Bien pensado, eso también tiene su gracia, pero a partir de cierta edad es más normal que uno sude más por puro fastidio que por placer. El otro factor negativo que va implícito a la temporada estival es la gente. Vivo en una playa y las playas, hasta que llega el calor, son lugares desiertos. Vivo aquí porque me gusta estar aislado. Con la llegada del verano, el aislamiento se acaba hasta que octubre vuelva a nuestras vidas. Demasiada gente incluso si es poca al compararla con la de otras zonas costeras. Sin embargo ninguno de esos inconvenientes evita que pase el resto del año aguardando la llegada del verano.
Creo que resultará más sencillo explicarlo con canciones. En mi cabeza existen varias estampas que reflejan lo que es para mí la época de estío. Las más poderosas están contenidas en algunos haikus musicales de Eno. Son temas desperdigados por discos como Another Green World y Before And After The Science. Por ejemplo, ‘By This River’. Describe la perfección de un instante que parece a punto de evaporarse antes incluso de acabar de suceder. La quietud que evoca la música, la brevedad de lo narrado, la sencillez de los sonidos son mis sinónimos de verano. El verano que me devuelve la energía. Eno dibuja una escena junto a un río; yo puedo visualizar lo mismo junto al lago de l’Albufera. La letra de esa canción también podría ser una escena junto al mar, la caída de la noche después de un día azotado por el poniente, cuando el agua del mar apenas se mueve. ‘By This River’ es una canción de amor, o mejor dicho, dibuja uno de esos instantes en los que el amor se filtra a través de pequeños detalles. Esa dulce incertidumbre que produce la otra persona, de esos momentos en los que el entorno se alía con nosotros para que reconozcamos la felicidad. El verano es eso. Caminatas entre los árboles, sentir la ingravidez al adentrarnos en el mar, la búsqueda de una sombra que nos reconforte, el misterio que aguarda a lo lejos, donde las luces parpadean diminutas.
Hay más canciones de Eno que expresan esa sensación. “La araña y yo no sentamos a contemplar el cielo / en un mundo sin sonido”, dice la letra de ‘Spider And I”. Y en ‘St Elmo’s Fire’ se habla del fuego de San Telmo partiendo iones en el éter bajo la luna azul de agosto. El verano es eso. Noches en calma y un camino por el cual las que las fantasías avanzan libres. Y aquello que no somos capaces de formular en otro lugar ni en otras circunstancias, emerge al fin. El verano es un elixir. Hay tiempo para leer, tiempo para escuchar. Tiempo para intentar descifrar aquello que nos gustaría decir. Escribí una novela que en muchos momentos hablaba de todo esto. Ahora que ya estoy inmerso en un nuevo verano, me gustaría leerla y saber qué significa ahora que ya no es únicamente mía.
El verano es un estado mental y para sentirlo así no es preciso entregarse al ensimismamiento. Hay canciones del primer disco de los B-52’s que proyectan toda la alegría y las fantasías que puede contener un verano. Son como una película. Viéndola eres feliz y disfrutas de ciertas cosas sin tener que hacerlas. Quiero decir que siempre he sido muy torpe como para intentar hacer surf, y ahora, con los años y el sobrepeso, lo tengo todavía peor. No hace falta saber los dieciséis bailes a los que alude, ‘Dance This Mess Around’. No hace falta enumerar especies raras de peces y cetáceos como hacen en ‘Rock Lobster’. No hace falta ser un boy in bikini. Sólo hay que dejar que ese cencerro que da la señal de salida resuene dentro de tu cabeza y que las notas saltarinas del Farfisa de Kate Pierson te hipnoticen. Yo no necesito más.
El verano perfecto cabe en los cuatro o cinco minutos que dura una canción de ese disco. Todos bailan, todos nadan, todos ríen y tú sólo tienes que observarlos. Es música playera con un deje del espacio exterior. Son los Jetsons aterrizando su nave utilitaria para plantar una sombrilla y después irse a bailar –ellos sí- alguno de los dieciséis bailes. ’52 Girls’ sólo tiene sentido si uno se imagina una playa. Porque las chicas enumeradas en la canción están, porque así lo cantan Kate y Cindy Wilson, en una playa. Todas tienen nombres fabulosos. Madge, Mabel, Hazel, Reba, Betty, Brenda, Suzi, Anita, Phoebe y Jackie, que por supuesto es Jackie-O. Todas esas chicas bailando contentas en la orilla de la playa de La Garrofera, saliendo con hula-hops de entre las dunas de la playa del Casal d’Esplai, haciendo cabriolas con biquinis de colores fucsia y cardados a prueba de ola. Como una versión alternativa de Escuela de sirenas. Mujeres disfrutando de su propia belleza, dueñas de su propia alegría, cantando con sonidos guturales como Yoko Ono, como Kate y Cindy.