VALÈNCIA. Rosa Estruch Espinós es una de las figuras más interesantes del republicanismo valenciano. Fue alcaldesa de Villalonga durante la Guerra Civil y una de las máximas representantes del Partido Comunista en España. Estruch nació en San Juan de la Frontera (Argentina), donde había venido al mundo casi de casualidad, ya que sus padres habían emigrado por trabajo. Años después volvió a Villalonga, la ciudad de la que eran originarios sus padres pero la situación que encontró en el pueblo era inabordable. Marchó de nuevo al extranjero, concretamente a Francia. Volvió en 1936, en los albores de la Guerra Civil y comenzó a dar clases de francés. Allí empezaría a militar en el Partido Comunista de España, siendo elegida portavoz en su delegación de Villalonga.
Rosa tuvo el dudoso honor de ser la regidora del ayuntamiento de Villalonga durante la Guerra Civil, un cargo que apenas le duraría unos meses pues en cuanto terminó la contienda y ganó el frente nacional, Estruch viviría -junto a otras tantas mujeres- algunas de las torturas más atroces que se recuerdan. Cuentan algunos de sus biógrafos que el interrogatorio brutal al que fue sometida la dejó con secuelas para toda la vida. El motivo no fue otro que declararse de ideas comunistas en el Consejo de Guerra Sumarísimo de Urgencia. Allí la condenaron a quince años (aunque acabarían rebajándole un par a causa de las secuelas físicas de las torturas) por auxilio a la rebelión y por participar como miliciana.
En un apasionante estudio titulado Cárceles de mujeres: La prisión femenina en la posguerra (editado por Ángeles Egido León en Sanz y Torres) se daba buena cuenta de cómo las cárceles franquistas de mujeres en Valencia servían, esencialmente, para castigar, purificar y reeducar. Es el caso de muchas mujeres que habían ejercido cargos públicos durante la República, como alcaldesas y concejalas o distintas profesiones, como farmacéuticas, enfermeras o maestras.
En algunos casos, los expedientes revelan cómo dieron a luz en la prisión y cómo convivieron con sus hijos en las cárceles. Unos hijos que también en ocasiones les fueron arrebatados y desaparecieron, de tal forma que la cárcel era, efectivamente, “zona de riesgo de pérdida familiar” como la ha caracterizado Ricard Vinyes. Una cuestión, la de los niños arrebatados a sus madres presas, necesitada de un estudio monográfico en el País Valenciano.
Pero por si fuera poco el encierro y la privación de liberta por auxilio y adhesión al rebelión, este estudio señala cómo fueron insultadas en muchos de sus expedientes: se les acusaba de “conducta licenciosa”, “vivir amancebada”, “organizar orgías”, “hacer vida marital”, “malos antecedentes de conducta moral y social”, “individua peligrosa”, “deslenguada”o “excesos de lenguaje”.
En definitiva, en el discurso represivo franquista eran calificadas como mujeres despreciables, y transgresoras de las normas de género de las mujeres del nuevo Estado. Estas descalificaciones incriminatorias de contenido moral tenían como objetivo específico despojarlas de su condición de presas políticas; de forma que en los informes carcelarios oficiales aparecen con la denominación de “mujeres caídas” y “faltas de moralidad”.
Así pues, imaginemos cómo debía sentirse Rosa Estruch, completamente herida en su cuerpo y casi dejada minusválida por las torturas. Además de todo esto, debía soportar estas humillaciones como mujeres que practicaron la libertad por encima de todo. Algunas acusaciones (“inductora constante de los desmanes cometidos en época roja”) causan sonrojo si no fuera por el lacerante daño al que se vieron sometidas.
En este sentido, Rosa Estruch ejemplificó como pocas ese estereotipo de la miliciana que el régimen franquista utilizaba para caracterizar y equiparar a todas las republicanas detenidas.
Así, se dice de todas las encausadas que “visten el mono azul” y “llevan pistola”, independientemente de su edad, origen, ocupación, implicación o filiación política, sindical, etc. En este sentido, el modelo de la miliciana antifascista es utilizado como prueba de carga y de culpabilidad; de manera que en el discurso de la represión todas las republicanas representaban el modelo transgresor de la “nueva mujer”: todas eran milicianas, todas eran rojas, todas eran idénticas, y en fin, todas eran culpables.
La idea de la cárcel en la que Estruch estuvo recluida tenía más que ver con una suerte de purgatorio moral que con un lugar de reinserción. Los franquistas querían crear una fábrica de “pecadoras arrepentidas”, pues esa era la perspectiva adquirida: no eran delincuentes sino pecadoras.
En 1942, Rosa Estruch quedaba en libertad vigilada y aunque tenía un grado superior de invalidez provocado por las torturas siguió participando en actos del partido comunista de forma clandestina. En 1955 ingresó en el Sanatorio de la Malvarrosa en Valencia. Le tomaron declaración por haber participado en una nueva guerrilla y tuvo que acudir en cama a la comparencia ante el tribunal. Ingresó en el sanatorio pero, esta vez, bajo vigilancia policial. Allí permanecería hasta 1978 cuando falleció.
Durante aquellas dos décadas Estruch se convirtió en referente para muchísimos hombres y mujeres de la República. Fue enterrada en una fosa común junto a más de 10.000 cuerpos. Todavía hoy ha sido imposible encontrar su cuerpo y devolverlo a Vilallonga, el pueblo por el que luchó en libertad.