El concierto que dio este viernes la Orquesta de València se centró sobre dos ejes. Por una parte, la atención a la música de Mendelssohn, que Ramón Tebar ha planteado como objetivo para esta temporada. Y, ligado con éste, el universo mágico que tanto sedujo a la primera generación del Romanticismo alemán. La presencia de Sabine Meyer como solista, por otra parte, trajo a la velada el trato discriminatorio a las mujeres en muchas orquestas
VALÈNCIA. Dos compositores en el programa: Weber y Mendelssohn, cuyo catálogo contiene composiciones muy ligadas a la magia de los bosques. De Weber escuchamos la obertura de la ópera Oberón, estrenada en 1826. Se mezclan en ella atmósferas fantásticas (Oberón es el rey de los elfos), y exóticas (parte de la acción discurre en escenarios orientales), no faltando tampoco el mar tempestuoso, otro componente de la iconografía romántica.
También de Weber fue el Concierto núm. 1 para clarinete y orquesta, escrito en 1811. Se evidenció allí su conocimiento sobre las posibilidades de un instrumento que estuvo en segundo plano hasta que Mozart lo puso, verdaderamente, sobre el tablero. Cabe recordar, por otra parte, que Carl Maria von Weber sería luego el autor de la primera ópera alemana plenamente romántica, Der Freischütz (El cazador furtivo), donde el bosque y todos sus seres irrumpen con fuerza en la escena. La solista de clarinete fue Sabine Meyer, de la que se hablará luego.
La última obra del programa, El sueño de una noche de verano, con la música incidental que hizo Mendelssohn en 1842 sobre la obra homónima de Shakespeare, desplegó todavía más este abanico emocional del imaginario popular y mitológico, abanico que recuperó el Romanticismo.
Actuó Empar Canet como hábil narradora, sustituyendo, como se hace tantas veces, la estructura teatral del libreto por un sucinto relato que la música interrumpe en aquellos momentos para los que fue pensada. Ni qué decir tiene que esta solución, por frecuente que sea, no enmarca la valiosa partitura de Mendelssohn con la misma riqueza que la auténtica dramaturgia shakesperiana. Sólo con ella comprendemos el finísimo instinto del compositor para iluminar a los personajes fantásticos, y su contraste con el de los aldeanos metidos a actores, todo un mundo lleno de poesía y comicidad que se desvela en la comedia.
En los casos, como el del viernes, en que la parte musical se presenta completa, con todas sus acotaciones, a veces muy breves, que coloreaban en la representación situaciones y atmósferas, la ausencia del texto original daña el conjunto en mayor medida que cuando se programa como una suite exclusivamente instrumental, con los cinco o seis números más importantes. Faltaba algo, y algo importante, a pesar del excelente trabajo que Tebar hizo con la orquesta, de la delicadeza con que cantaron las mujeres del Coro nacional de España, y de una muy buena actuación de Carmen Avivar y Marina Rodríguez-Cusi como solistas: faltaba la acción teatral planteada por Shakespeare, donde -ahí sí- se encaja como un guante la música que Mendelssohn compuso para ella.
Difícil resulta, evidentemente, montarla de esa manera, y más todavía en un recinto como el Palau de la Música, sin las condiciones escénicas adecuadas. Lo malo es que también se hace así en lugares que sí las tienen. En estas ocasiones, lo más original resultaría -y valga la redundancia- volver a la versión original.
Antes de sumergirnos en la magia de la noche de San Juan (es la noche de verano a la que aluden Shakespeare y Mendelssohn) tuvimos ocasión de disfrutar de otro momento magnífico con la actuación de la clarinetista Sabine Meyer en el Concierto de Weber. A pesar de un currículo espectacular desarrollado a lo largo de varias décadas, a esta mujer la acompaña siempre la historia del enfrentamiento que se produjo, cuando ella era muy joven, entre la Filarmónica de Berlín y Herbert von Karajan. En 1983 se empeñó éste en contratarla por un año, saltándose así las “normas de la casa”, que procuraban, al menos entonces, no introducir mujeres en su seno.
Cierto es que sí se admitió, en 1982, como violinista, a Madeleine Carruzzo, primera mujer en los 100 años de existencia de esta orquesta. Carruzzo también venía de recoger calabazas en la Zurich Chamber Orchestra, donde se había presentado al puesto de concertino, que estaba entonces vetado a las mujeres. Optó entonces a una plaza de tutti en la de Berlín y pasó por delante de otros 12 aspirantes.
Peor le fue a Sabine Meyer, aunque también había pasado las pruebas de admisión con éxito. Como Karajan no toleraba que se cuestionara su férrea autoridad, contraatacó amenazando con cumplir estrictamente lo estipulado en su contrato, es decir, la dirección de los conciertos de abono de la Filarmónica. Quedaban fuera las grabaciones discográficas y la dirección en conciertos extraordinarios, como los del Festival de Salzburgo. Todo ello producía una merma de ingresos considerable en el bolsillo de los músicos. También tuvieron que soportar el incremento de la colaboración de Karajan con la Filarmónica de Viena, su eterno rival. Y acabó entrando Meyer en la agrupación berlinesa.
Pero los músicos actuaron en dos sentidos: primero, haciéndole la vida imposible a Meyer, que al cabo de un año se marchó, harta del mal ambiente. Segundo: planteándole a Karajan que quizá habría llegado el momento de finalizar su relación, con ellos, algo que terminó sucediendo. Los miembros de La Filarmónica de Berlin tienen en sus estatutos un marco amplísimo para escoger directores, admitir a nuevos miembros y decidir sobre cuestiones importantes que afectan a la orquesta. Se visualizó así, por un lado, el machismo de los profesores. Pero en el otro estaba el desmedido ego de Karajan, que no admitía réplicas a ningún nivel. En medio, una brillante instrumentista de 23 años que, al final, decidió marcharse a otra parte.
Ha desarrollado, en cualquier caso, una carrera espectacular en todo el mundo, junto a las mejores orquestas y grupos de cámara. Pero el caso permitió constatar la aversión que se sentía hacia el género femenino en alguna de las orquestas más importantes. Y estamos hablando de la década de los 80.
Convendría volver, sin embargo, a lo que hace ahora Sabine Meyer. A lo que hizo este mismo viernes con el Concierto para clarinete de Weber. No sólo la sonoridad fue hermosísima, especialmente en los graves, sino que tuvo un enfoque imaginativo, lleno de sugerencias. Por otra parte, sin privar al oyente de un virtuosismo espectacular, lo que más llamó la atención era una especie de “vuelo del sonido”, que evocaba esa técnica en la que Monserrat Caballé fue maestra: la de cantar “sul fiato” (sobre el aire que produce el sonido, como si brotara siempre, sin discontinuidad alguna, y la música se deslizara libremente sobre él). Así se percibía la “voz” del clarinete, “flotando” con extrema libertad. Un clarinete que era capaz, al tiempo, de increíbles matices dinámicos, de una agilidad espectacular, y de empastarse al máximo con la orquesta. En fin, una conjunción perfecta de elegancia, picardía, delicadeza, originalidad y lirismo.
Se perdieron mucho los berlineses haciéndole mobbing. Ella, con casi 60 años, toca aún su instrumento con una eficiencia espectacular.
La plantilla de la Filarmónica de Berlín, por su parte, incluye ya varias mujeres.