VALÈNCIA. ¿El cuadro es del padre o del hijo? En ocasiones se puede escuchar esta pregunta en las galerías o anticuarios cuando el cliente pregunta por una obra de la que no está muy claro a qué miembro de la familia adjudicársela. Las sagas de artistas en el mundo de la pintura o la escultura han sido frecuentes en la historia del arte, sobretodo en artistas en cuyo arte primaba más la capacidad técnica y el trabajo duro, que el sentido revolucionario, personal y original. La vertiente técnica del dibujo o de la pintura puede trasladarse de padres a hijos en el taller, pero el lado creativo y subjetivo es más complejo por personal y subjetivo. Por esta razón las estirpes no se dan con igual frecuencia en otras disciplinas como la música (el caso de los Strauss es bastante aislado) o la literatura cuyo ejercicio y talento parece que cuesta mucho más trasladar a las generaciones siguientes por lo introspectivo de su ejercicio.
La percepción antigua de la pintura como un trabajo de taller, en el que, en colaboración, trabaja la familia, en los encargos que recibe principalmente de la iglesia y nobleza, fomentan la continuidad del negocio a través de las generaciones futuras. Esto era especialmente habitual en el ámbito de los Países Bajos, aunque también se daba en España e Italia. Los talleres fundados por el cabeza de familia recibían, de forma natural, como aprendices, a los hijos cuando demostraban dotes suficientes para colaborar en los trabajos, así que no es inusual encontrarnos con padre e hijo trabajando al unísono y sucediéndose el uno al otro.
Ya en nuestro contexto artístico podemos encontrar importantes sagas de artistas en todos los períodos artísticos desde la Baja Edad Media hasta bien entrado el siglo XX.
La primera saga de la pintura valenciana relevante es la de los Osona, fue llamado Rodrigo de Osona el Viejo el padre, y su hijo, Francisco de Osona el Joven, como con tantas y tantas estirpes de artistas de la alta época. Como los Macip, de los que seguidamente hablaremos, ambos trabajaron en estrecha colaboración, por lo que muchas obras que salen de su taller se atribuyen a ambos artistas. En este caso es el hijo quien muere, prematuramente en 1514, antes que el padre que prolonga su carrera hasta su muerte en 1518. Una de las obras cumbre de Rodrigo de Osona es sin duda el Retablo del Calvario de la iglesia de San Nicolás de Valencia, firmado en 1476 por ser una de las primeras manifestaciones del Renacimiento de corte italiano en España. Una familia, la de los Osona, sobre no se sabe todavía demasiado, no existiendo demasiadas obras que puedan atribuirse indubitadamente a ellos.
Podemos decir que la primera estirpe importante es la de los Macip, formada por dos artistas esenciales en la historia del arte valenciano e incluso español del siglo XVI: Juan de Juanes y su padre Vicente Macip. La relación entre ambos fue inicialmente tan estrecha que ha dado lugar en las últimas décadas a revisiones en atribuciones, inicialmente erróneas. Macip fue un artista que se puede considerar propio del Cuatrocento, y en ese estilo algo primitivo iniciaron su colaboración ambos. Por ejemplo, el impresionante calvario de la iglesia de San Nicolás parece ser ya una obra ejecutada a dos manos. Aun sin dejar de ser un artista que merece todo el reconocimiento, Vicente Macip, ha sido eclipsado históricamente por la enorme fama de su hijo, Juan de Juanes. Un pintor más del gusto del momento, apolíneo y mejor dotado técnicamente, convirtiéndose en el pintor de más célebre en la Valencia de entonces. Una obra capital de este, que se puede visitar en el centro de valencia es la Inmaculada De la Iglesia del la Compañía junto a la Lonja, y uno de sus trabajos más maduros es las Bodas místicas del Venerable Agnesio que se encuentra en el Museo de Bellas Artes. Juanes creó estilo y sus tipos iconográficos son seguidos más allá de Valencia: Salvadores eucarísticos, Ecce Homos etc. Tuvo continuación en su hijo Vicent Macip Comes, conocido como Vicente Joanes, e incluso sus hijas Dorotea y Margarita Joanes se presume que fueron pintoras.
No hay duda que Juan Ribalta, que nació en Madrid mientras la familia vivía en esta ciudad, se convirtió en el mejor discípulo de su padre Francisco. Con la muerte de Felipe II Francisco pone la mirada en Valéncia a raíz del impulso artístico que el Patriarca Ribera estaba dando a la ciudad y la familia regresa a nuestra ciudad. Ya con dieciocho años firmó el lienzo Preparativos para la Crucifixión que se encuentra en el Museo de Bellas Artes. Los Ribalta se erigen como los introductores del primer Barroco en España influidos, hasta la médula, por el arte del italiano Sebastiano del Piombo.
Como anécdota familiar, en 1618, con motivo de un pleito (ya que su padre Francisco se negaba a ocupar el cargo de limosnero por no tener tiempo para ello), le preguntaron en sede judicial si no era verdad que su hijo Juan “va ordinariamente vestido de seda y vestidos costosos, y suele llevar una cadena de oro al cuello, y lleva de ordinario un criado que va tras él”. El síndico para demostrar que su padre era una persona solvente le preguntó también si no era cierto que Juan “trabaja y pinta muy hábil y diestramente, ganando muchos ducados para su padre”. Francisco Ribalta lo negó diciendo que su educación le había costado mucho dinero y que sólo ahora empezaba a pintar bien. Para los ávidos de historia de nuestra ciudad, ambos se encuentran enterrados en la parroquia de los Santos Juanes concretamente en la capilla dedicada a San Francisco de Paula.
El siglo XVIII en Valencia es sin duda el de los Vergara. Aquí entran en liza hasta cinco miembros de una familia de pintores, arquitectos y escultores con lo que conviene servirse de un árbol genealógico. Francisco Vergara conocido como “el mayor”. Es la familia artística por antonomasia de la Valéncia académica que, durante el siglo XVIII, controló gran parte de la actividad artística de la ciudad. Destacaron el padre del escultor, Francisco Vergara el Mayor (1681-1753), su hermano el pintor José Vergara (1726-1799) y su primo hermano el escultor Francisco Vergara Bartual (1713-1761). Ignacio Vergara Gimeno, hijo de Francisco Vergara el Mayor, fue, no obstante el impulsor del academicismo valenciano a través de las academias de Santa Bárbara y de San Carlos y su labor se centró en dignificar el trabajo del artista, hasta entonces ligado al ámbito gremial, creando los primeros estudios oficiales de Bellas Artes.
Francisco Vergara Bartual llamado “el menor” para distinguirlo de su tío, será el más viajero de la estirpe. Nada menos que tuvo el privilegio de firmar una de las esculturas del interior de la Basílica De San Pedro que representa en mármol de Carrara a San Pedro de Alcántara para una de las hornacinas ubicadas a los pies de la nave central de la basílica, el escultor sitúa al santo abrazando un madero y acompañado por un ángel de reducidas proporciones.
Caso este en el que la merecida fama del padre en toda España estuvo muy por encima de la del hijo que no pasó de ser un epígono del progenitor, que fue retratista de los personajes más importantes de la España a caballos entre los siglos XVIII y XIX. Vicente López fue un pintor extraordinariamente dotado, lo que se refleja en su suntuosa pintura de gran realismo y que en cierta medida pudo trasladar a su vástago. Bernardo se pudo ganar bien la vida colaborando con su padre y llevando a cabo una carrera continuista, basada fundamentalmente en retratos, sin que en momento alguno se planteara abrir nuevos territorios estilísticos. Ambos fueron académicos de Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Las dos sagas más importantes de finales del siglo XIX y primera mitad del XX son sin duda la de los Pinazo y los Benlliure, integradas por pintores y escultores. En el caso de los Pinazo es el patriarca Ignacio Pinazo Camarlench quien se lleva los honores, y con razón. Su hijo, Ignacio Pinazo Martínez, se dedica sin embargo a la escultura, con éxito. Naciendo en 1883, fallece en 1970 por lo que prolonga el legado de la familia a través de buena parte del siglo pasado. Mucho más corta será la vida de su hermano José que muere en 1933, dedicándose, al igual que su padre, a la pintura. Hay que alabar de este artista que se apartara estilísticamente de la alargada sombra del patriarca.
José Benlliure y Gil y su hermano Mariano se reparten la fama en la conocida saga valenciana, solo que el primero fue un célebre pintor, muy dotado para toda clase de formatos (recuerden los enormes lienzos del vestíbulo del Museo de Bellas Artes o las pequeñas tablillas preciosistas) y el segundo uno de los grandes escultores de corte clasicista del siglo XX en España, con una ingente obra pública en numerosos emplazamientos de muchas ciudades.
Peppino es el apodo que le dieron a José Benlliure Ortíz, hijo del pintor, por la vinculación de este con Italia, donde residió durante los primeros años del siglo XX. Su padre había sido nombrado Presidente de la Academia Española en Roma, cargo que ostenta hasta 1913 que regresan definitivamente a Valencia. Es muy recomendable una visita tanto al museo Pinazo en Godella como al Benlliure en Valencia para conocer la interesante obra de los miembros de estas dos extensas sagas.
Conforme avanza el siglo XX las sagas de artistas van desapareciendo. En la actualidad, y por lo que decíamos al principio de este artículo, son mucho menos habituales al cultivarse un arte más personal y difícilmente transferible de padres a hijos. Los talleres como se entendían antes con aprendices son ya una rareza y el pintor o escultor se refugia en la soledad de su arte, por lo que cuesta mucho encontrar artistas cuyos descendientes continúen con la profesión. Sagas recientes: únicamente, a botepronto, se me viene a la cabeza-seguro que alguno más habrá- el gran paisajista Francisco Sebastián y su hijo el excelente pintor y escultor Francisco Sebastián Nicolau que sigue con éxito la carrera artística familiar, pero en una vertiente completamente distinta, lo que es todo un mérito. El tiempo de las sagas parece evidente que fue otro.
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