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CRÓNICA

Savall: maravilloso recital afeado por la electricidad

El músico de Igualada decidió la amplificación del sonido tras las pruebas acústicas en el claustro de La Nau

7/07/2016 - 

VALENCIA. El recital de Jordi Savall en el marco de Serenates empezó con una dura sensación. El sonido llegaba desde los laterales, sobreponiéndose al que venía desde el escenario. Y es que había altavoces. Pequeños pero funcionando. Se estaba escuchando, pues, a uno de los más reputados intérpretes de música antigua con amplificación eléctrica. Preguntado al respecto, el vicerrector Antonio Ariño manifestó que se habían puesto a demanda del propio intérprete quien, tras empezar las pruebas sin amplificación, la había pedido.No es la primera vez que se escucha a Savall a través de un micro en Valencia. Ya en el 2006, cuando actuó en el teatro El Musical con el grupo Hespèrion XXI, se utilizó la electricidad. Y resulta chirriante que lo hagan los abanderados en la utilización de instrumentos originales, en la eliminación de añadidos espúrios, y en la recuperación de la letra y el espíritu de una época. Porque la electricidad, en términos sonoros, no es inocua, y hay géneros especialmente incompatibles con ella. Un buen ejemplo sería la música del barroco interpretada con un instrumento tan delicado como el que toca Savall: la viola da gamba.

Como excusa cabe poner, quizás, los déficits acústicos que siempre ha presentado el claustro de la Universidad. También conviene recordar la suavidad con que se escuchan siempre los solos de este instrumento incluso en recintos de acústica impecable. La viola da gamba no tiene la misma potencia que el violonchelo moderno y

quizás no fuera posible escuchar bien a Savall, sin amplificación, en el hermoso claustro de la Universidad. Lo idóneo sería, naturalmente, hacerlo en una sala con buena acústica y, además, pequeña. Pero entonces nos encontramos con una necesaria reducción del aforo, dolorosa para una música, la antigua, que ya se programa y se difunde demasiado poco. Pisamos, pues, un terreno complicado, sobre todo porque las pruebas se hacen con las entradas ya vendidas, aunque sea, como en este caso, al simbólico precio de tres euros. Se opta, entonces –fue decisión del intérprete-, por lo que sucedió el martes: una maravillosa viola Barak Norman de 1697, tocada por un reputadísimo intérprete, en directo... pero a través de cables. Todo un contrasentido.

Pero, aún sin justificarlo, debe reconocerse que valió la pena. Porque, incluso con electricidad mediante, el músico de Igualada sumergió a los oyentes en un ejercicio de ensimismamiento realmente poderoso. Se valió para ello de piezas muy bien seleccionadas de Marin Marais y de Monsieur de Sainte Colombe (padre e hijo), que justificaban el epígrafe del recital: “La Rêveuse” (La soñadora), epígrafe que ya se utilizó en el film -Tous les matins du monde- por cuya banda sonora Savall obtuvo un  César en 1992. La música discurría como si el intérprete se encontrara solo ante su instrumento, en el marco de una gran intimidad, donde hasta el silencio, con todos sus rumores imaginarios, cobraba cuerpo y vida. Hubo también interludios con pentagramas, mucho más directos y rítmicos, del músico y soldado Tobias Hume, quien aportó, con su mirada británica, momentos de descanso a la pensativa atmósfera francesa creada por Marais y Sainte-Colombe. Una pieza del propio Marais, sin embargo, Les Folies d’Espagne, fue seleccionada para cerrar el programa en otro clima, y Jordi Savall improvisó sobre ella ofreciendo una admirable realización de la polifonía y un preciso uso del ataque col legno (es decir, percutiendo las cuerdas con la madera del arco) para imitar el zapateado flamenco. Se aportó así un color nuevo al meditativo recital, aunque a veces el zapateado flamenco no sea sino otra forma de ensimismamiento. Lo cierto es que esta actuación, electricidad aparte, distó mucho –y para bien- de ciertos conciertos-espectáculo que en más de una ocasión ha ofrecido el violista de Igualada. Regaló luego una Allemande de Bach y una canción de cuna de la Bretaña francesa.

Savall mostró  todavía, con 74 años, una envidiable agilidad con la mano izquierda y con la muñeca que maneja el arco. La cantidad de texturas que obtuvo de su viola, tanto al frotar las cuerdas como cuando la trataba a modo de guitarra, configuraron una paleta envidiable para cualquier intérprete. Envidiable, creativa y emocionante. Quizás sea esta la ocasión en que ha mostrado sus mejores armas en Valencia: él solo, con su instrumento, sin ruido ni circo alrededor. Entregándose al repertorio que conoce con profundidad y con el que, por eso mismo, puede variar e improvisar sin caer en trampas fáciles. Sabe hacer maravillosamente bien la música del barroco francés, y parece imbatible con la viola. Ahora sólo falta que, cuando vuelva a Valencia, lo haga en un recinto donde la electricidad no sea necesaria.

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