El creador de la saga This is England acaba de estrenar en Filmin su última miniserie para Channel 4, titulada The Virtues. Protagonizada por un inmenso Stephen Graham, contiene episodios autobiográficos que han acompañado a Meadows a lo largo de toda su filmografía
VALÈNCIA. “Tú tenías que ser el monstruo. Ahora soy yo la bestia”. El diálogo, clave para entender las obsesiones del guionista y director británico Shane Meadows, pertenece a su película Dead Man’s Shoes (2004). Coescrita con el actor protagonista y amigo de juventud, Paddy Considine, se estrenó dos años antes de que naciera la imborrable This Is England y sus consiguientes miniseries para Channel 4.
Cualquiera puede convertirse en un ser abominable, solo tienen que inoculártelo. Las experiencias traumáticas cuando todavía eres un ser indefenso, el difícil camino desde la niñez a la vida adulta, la importancia de amor y la amistad y, finalmente, la catarsis regeneradora del perdón y la curación, han acompañado a uno de los artistas más interesantes de la Gran Bretaña más invisible, la de la clase trabajadora. Sin apenas haber terminado sus estudios de secundaria, el hijo de un camionero de una zona industrial del centro de Inglaterra transformó sus pesadillas, que luego resultaron ser parte de episodios reales, en magníficas obras audiovisuales.
Qué sería de nosotros sin el arte cómo método de sanación. Me quedo con esta reflexión tras contemplar su obra casi al completo. “Crea cerca de casa. Cualquier cosa sobre lo que creas y que te preocupe”, declaró ante la Academia Británica de Artes Cinematográficas y Televisión tras recibir el galardón a la mejor dirección por This Is England ’90 (años antes había ganado el BAFTA por la película).
La crítica le considera uno de los autores realistas más significativos de la working class junto a nombres como Ken Loach o Mike Leigh. Sin embargo, los terrenos escabrosos en los que se sumerge, la delgada línea entre la cordura y la locura, entre el amor y la violencia, le acercan también a nombres tan interesantes como el de Paul Abbott (Shameless, State of play, Hit & Miss, No offence). En su filmografía hay excesos de substancias y alcohol, abusos sexuales, agresividad, frustración, desesperanza y pobreza del primer mundo, debidamente agitados en un coctel que ocurre dentro de claustrofóbicas viviendas. Son las historias de los olvidados, de los ciudadanos que solo protagonizan las primeras páginas de los periódicos amarillistas cuando ya es demasiado tarde y se han convertido en simples iniciales dentro de la noticia de un periódico debido a un trágico suceso (algo que también le ocurrió en la vida real).
Con Shane Meadows han crecido actores que ahora son estrellas reconocidas, pero que, como él, no se han moldeado en las grandes escuelas de interpretación británicas donde a uno acaban regalándole el título nobiliario de Lord cuando se acerca el final de su carrera. Como su amigo Paddy Considine, debido a su origen obrero, no podían permitirse una educación tan exquisita. Pero no solo desde el punto de vista económico sino porque vivían en el centro de la nada: urbanizaciones todas iguales, carreteras desiertas, enormes valles y mucha lluvia.
Otra de sus musas recurrentes de su universo es Vicky McClure, la policía de asuntos internos de Line of Duty, la serie británica de mayor éxito en la actualidad. Antes de coprotagonizar cinco temporadas del drama policial, fue Lol en la saga de This is England, y mucho antes, su primer papel, fue la hermana de Romeo en A Room for Romeo Brass (1999), una de las primeras películas de Meadows.
En su filmografía abundan las escenas en las que somos testigos de tremendas sesiones de terapia familiar, rodadas con suma tranquilidad, sin el cronómetro en la mano. Pongamos encima de la mesa todas las verdades, soltemos la bomba y esperemos a ver qué ocurre. La escena que mejor representa ese estilo puede contemplarse, por ejemplo, en la versión ’90, y última, de la mítica This is England, donde los actores realizan una fortísima escena de dieciséis minutos de duración:
Su forma de dirigir a los actores da pie a la libre improvisación. El guión nunca está del todo cerrado, aspecto donde se hace evidente la influencia del movimiento Dogma así como la película La celebración (1998), del danés, y coetáneo, Thomas Vinterberg, sobre la espantosas relaciones ocultas dentro de un grupo familiar.
Es por ello que, cuando uno ve The Virtues, como espectador reconoce el inconmensurable trabajo del actor disléxico Stephen Graham, cuya biografía se asemeja y ha ido en paralelo también a la de Meadows. El director grabó cada escena con cinco cámaras para no perderse nada: cada bajada de ojos, cada rechinar de dientes, cada puño cerrado y cada gota de saliva de Stephen Graham. La preproducción duró cinco meses y se interrumpió cada vez que lo vieron necesario, debido a la gran carga emocional de sus personajes. El montaje resultante viene acompañado de una exquisita banda sonora, además, obra de Pj Harvey, por lo que resulta un visionado de alto nivel.
No hay duda de que Stephen Graham estará en las quinielas para los próximos premios del año, debido a su poderosa interpretación. Capaz de imitar varios acentos de dentro de las islas británicas, tuvo entre sus manos al personaje más inolvidable de This is England: el atormentado skin llamado Combo, capaz de destrozar a alguien a puñetazos, empujado por la rabia de no ser alguien amado, pero a la vez salvando a la inalcanzable mujer que ama de la condena “oficial” de la cárcel.
Las obsesiones, las expiaciones, los reencuentros familiares catárticos de Shane Meadows no nos resultan, por tanto, novedosos si se conoce su filmografía previa. En The Virtues conocemos el viaje de Joseph, desde Liverpool hasta Irlanda, para enfrentarse a su pasado, reencontrarse con su hermana (que le daba por muerto), y expiar sus pesadillas infantiles ocultas hasta ese momento bajo litros de alcohol.
Otro de los aspectos estilísticos representativos del director es la combinación de texturas fílmicas. Los flashbacks, que habitualmente nos llevan a etapas infantiles de sus protagonistas, se nutren de borrosas imágenes rodadas con cámaras de vídeo VHS, pincelada ochentera de toda una generación. En otras ocasiones forman parte del material de archivo de los informativos durante el gobierno de Margaret Tatcher, cuando el paro estaba por las nubes, la recesión hacía estragos, y un grupo de rapados enfadados le echaban la culpa de nuestros males al trabajador recién llegado. Como ahora.
A finales de los 90, una comedia británica servía de resumen del legado que había sido esa década. Adultos "infantiliados", artistas fracasados, carreras de humanidades que valen para acabar en restaurantes y, sobre todo, un problema extremo de vivienda. Spaced trataba sobre un grupo de jóvenes que compartían habitaciones en la vivienda de una divorciada alcohólica, introducía en cada capítulo un homenaje al cine de ciencia ficción, terror, fantasía y acción, y era un verdadero desparrame