VALÈNCIA. La encontramos subida a un andamio, colocando una a una las piezas que componen la instalación Te llamaré hoja. Hablamos de Soledad Sevilla (València, 1944). Premio Nacional de Artes Plásticas y Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, la valenciana ultima los detalles de su exposición retrospectiva, que acogerá a partir del 22 de febrero la Fundación Bancaja. Comisariada por María del Corral, crítica de arte, y Lorena Martínez del Corral, historiadora del arte, El sentimiento del color plantea un recorrido que fija su punto de partida en los años 70 y se extiende hasta el presente, un presente que atesora frente a los nostálgicos y lo incierto del futuro. Por el momento, entre sus planes próximos -no expositivos- está trasladar la instalación que creó vinculada al Libro del desasosiego de Pessoa a la pintura. "Pero hasta 2020 no voy a poder ponerme a pintar -precisa-. Lo que necesita esto es concentración". Su presente está cargado de proyectos que, por cierto, también la han llevado a 'ocupar' la facha del Institut Valencià d'Art Modern (IVAM) en su 30 aniversario. Es por ello que su mirada al pasado es curiosa, pues se reconfigura a tiempo real. Prueba de ello es que esta muestra recoge varias novedades con respecto a su anterior retrospectiva, que llevó a Fuenlabrada el pasado año.
Nos encontramos con Sevilla en pleno montaje de una exposición que propone una amplia visión de su trabajo y cuyas obras, articuladas en series, muestran su constante investigación sobre el espacio, la luz y el color. El recorrido comienza en 1977, un viaje que pasa por las series de Las Meninas, La Alhambra o Los Toros. De ahí se traslada a la aldea de El Rompido en Huelva, con los Insomnios, y recupera su visita por los Apóstoles de Rubens. Su trayectoria es la de la conversación, un diálogo constante con distintos impactos culturales, bien sean paisajísticos o poéticos, que acaban adaptándose a su particular idioma. Completa el recorrido, además, con sus últimas series, Nuevas lejanías y Luces de invierno, que permite al visitante intuir un paisaje sugerido a partir de una pintura en transformación. A pesar del trabajo pendiente de cara a la inminente inauguración, encontramos un tiempo para la pausa. Hablamos con Soledad Sevilla.
-Al revisar su producción, ¿ha descubierto algo sobre su propia obra?
-Nuevas lecturas no lo sé, pero sí que realmente pienso que siempre ha habido calidad. Cuando me encuentro con cuadros de los 70, los 80 o los 90 veo que siempre se mantiene una tensión en ellos, no ha pasado el tiempo. Hay obra que con el tiempo envejece, pero no encuentro que eso pase aquí. Hacía 30 o 40 años que no me enfrentaba a algunas de las piezas y veo que siguen estando bien. Entonces no era tan consciente de que lo que hacía iba a perdurar, simplemente lo hacía porque era lo que me gustaba.
-La distancia ha sido bondadosa.
-Como los vinos, que con el tiempo ganan.
-¿Le genera la retrospectiva nostalgia?
-No. No soy una persona nostálgica y, como estoy en activo, no la siento. Al contrario, veo que he mejorado, no como artista, sino en general. Era mucho más duro cuando empecé a hacer aquellos cuadros, muchísimo más. Siempre ibas a contracorriente, lo que hacía no encajaba en ninguna moda, nadie lo valoraba... Siempre he tenido la teoría de que lo importante es que la obra te funcione en el estudio. Eso era lo que perseguía, pero había luego un desencuentro con el mundo del arte. Ahora no. Estoy mucho más cómoda con lo que hago porque se aprecia más.
-Su obra ha evolucionado, pero, ¿y su mirada?
-Lógicamente, porque cambia con la persona. Como dicen: lo único constante en la vida es el cambio.
-Y en este repaso por varias décadas, ¿cuál es la constante?
-Hay una constante formal y otra más metafísica. Es la desaparición de la unidad para que se vea un campo más extenso, el conjunto. Eso está presente desde que hacía la geometría, esas líneas repetidas con el objetivo de que no se viera, o en los Insomnios. Es un elemento que, repetido y acumulado, completa el cuadro.
-Varios poetas han inspirado su obra, como Pessoa o William Faulkner, ¿qué tiene la poesía que conecta con la producción pictórica?
-Son dos territorios que tienen en común la búsqueda de algo interior, de la belleza, de la emoción. La poesía la considero imposible, que con la palabra se puedan describir esas cosas que se describen. Eso también lo hacemos los artistas, hablamos de esas emociones ocultas o contenidas. Es frecuente que los artistas nos apoyemos en obra de poetas.
-¿Qué le conmueve del arte?
-Muchas veces he hecho obras a partir de obra de otros artistas, pero ha sido siempre como un latigazo, no ha sido un proyecto elaborado mentalmente. Me he encontrado con ello. Como cuando hice los Apóstoles de Rubens. Los había visto mil veces en el Prado y una de las veces que pasé, de hecho yo iba buscando otra cosa, me dieron una emoción e inmediatamente supe que iba a hacer una serie sobre ellos. Son cosas que te despiertan la necesidad de pintar y no sé muy bien por qué. Es algo que te impacta en un momento determinado.
-Cuando uno se enfrenta al hecho creativo, ¿el sentimiento viene entonces antes que la obra o en ocasiones aparece durante?
-En mi caso viene antes. Durante la obra la gran lucha es traducir ese sentimiento en un objeto. La tela en blanco hay que convertirla en otra cosa, aunque ya te acercas a ella con una idea. Hay varias fases cuando te enfrentas a ello. El primer encuentro con esa tela en blanco en la que quieres decir algo es muy duro, es difícil. Te quieres ir, vas a la nevera, te comes una manzana, no paras de ir y venir... hasta que te fijas. Después es una batalla que se da a base de constancia y de días. Hay un momento en que ya te ha atrapado el asunto, ya estás dentro del cuadro. Es a base de persistencia, de seguir, de equivocarte y de borrar. Cuando empieza a fluir es cuando lleva un tiempo de maduración. Eso se da en todas las series. Es difícil coger el aire pero, una vez pasa el primero, todo va fluyendo.
-En esta exposición recupera la instalación efímera Te llamaré hoja.
-La hice en el 1995, no se había vuelto a ver. En este caso, aunque efímera, no desaparece, los paneles se embalan y guardan. Aunque es una dimensión no espacial, más de bajo relieve, está instalación pone en tres dimensiones ese tema de la naturaleza que he trabajado en cuadros anteriores, como los Insomnios, que parten de los muros vegetales. Lo que yo he querido expresar son esas cascadas vegetales que hay, sobre todo, en Granada.
-Es una de las ciudades que más le ha inspirado.
-Sí, porque también hice La Alhambra. He vivido allí y dado clases, tengo un vínculo especial. La Alhambra, evidentemente, es de principio a fin la Alhambra, pero hay series que comienzas con ese 'latigazo' del que hablaba pero, después, queda detrás y va solo. Es el punto de arranque, después toma su propio camino. Es como cuando los escritores dicen que llega un momento en el que ellos no dominan el libro. En mi caso es igual.
-Esta exposición es una parte de su regreso a València, al que se suma el proyecto para el IVAM en pleno aniversario, ¿era El patriarca una cuenta pendiente con la ciudad?
-No, pero, claro, yo vivía por este barrio y cada vez que vengo lo rememoro con mucho cariño. Cuando me llamaron para hacer la pieza de la fachada sí me pareció importante que tuviera vínculos con la ciudad, por eso me dediqué a pasear, a hacer fotos, a meditar y decidí hacerlo a partir del azulejo del claustro del Patriarca.
-También participó recientemente en la exposición colectiva A contratiempo, que celebraba medio siglo de artistas valencianas. Un proyecto similar se dio en La Nau con Ocultes e il·lustrades, en torno a la producción de las ilustradoras. ¿Cómo de importantes son este tipo de proyectos centrados en la producción femenina?
-Lo son, entre otras cosas, porque supone una revisión de la obra de mujeres y, además, facilita que se incorporen nuevas artistas. Antes no solo era duro porque no se entendiese mi obra, también porque soy mujer. Además ama de casa, con niños... Nunca estabas al mismo nivel. Ha cambiado [la situación] bastante, pero no del todo. La mujer sigue penalizada por se mujer, también en el arte. Yo tenía una alumna que me decía: no me atrevo a poner un rosa. Hay una visión brutalista del arte que es la del hombre. Si la mujer pinta flores ya no vale. En ese sentido no ha cambiado. La estética y la propuesta tiene que ser 'masculina'. Esto tardará mucho es desaparecer...