VALÈNCIA. La serie más política del momento, la que más incide en la realidad, la que se empeña en que miremos lo que está sucediendo cara a cara es, sin duda, The good fight, el spin off de The good wife, tan bueno o mejor que su precedente y desde luego con toneladas de personalidad propia e intransferible. También es la serie más militante. Y una de las mejores ficciones de los últimos años, obra de Michelle y Robert King.
The good fight se centra en la vida profesional y personal de tres abogadas, que, solo por resumir de un modo que da la medida de la radicalidad y la toma de postura de la serie, podemos caracterizar como una mujer de sesenta años, una afroamericana y una lesbiana. Sus personajes son muchísimo más que eso, por supuesto, no solo porque ellas tres no caben en ninguna etiqueta, sino porque hay muchos más personajes complejos y completos, imposibles de definir en una palabra. Al respecto, pueden echar un vistazo al análisis que Teresa Díez ha dedicado en CulturPlaza a la serie en su primera y segunda temporada.
Comenzó la serie en 2017 con su protagonista, la abogada Diane Lockhart (la gran Christine Baranski), en estado de shock ante el anuncio de la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales. Tan atónita como el resto del mundo. No estaba previsto empezar así, pero la realidad cambió la serie y continúa haciéndolo, porque los guiones se confeccionan siguiendo fielmente a la actualidad y entrando en todos los temas de interés. Toda la serie deriva de aquel shock inicial y del desconcierto posterior. Y pone sobre la mesa la necesidad de actuar y cómo sobrevivir en una nación capaz de elegir semejante presidente.
Los impactantes títulos de crédito no dejan lugar a duda: el mundo estalla. Sucesivos planos de explosiones de teléfonos, jarrones, tazas, teteras, ordenadores, televisores con imágenes de políticos, ropa, escritorios, bolsos… La secuencia, con la magnífica música de David Buckley (inspirada en compositores de los siglos XVII y XVIII), resulta extrañamente liberadora e inquietante. Y los créditos pueden aparecer en cualquier momento. En el episodio 7 de la tercera temporada salen ¡en el minuto 16:30! justo tras una situación que hace estallar la fe de Diane en la buena lucha del título.
Siempre ha sido, como su predecesora, una serie política, que sigue la actualidad de un modo asombroso y en la que no se escatiman temas importantes, tratados siempre de forma inteligente, a menudo incómoda y nada maniquea: fake news, conflictos internacionales, discriminación de personas migrantes, desigualdad, Me too, feminismo, los ataques a los valores democráticos y los derechos civiles, corrupción, la pérdida de la privacidad, la lucha entre la seguridad y la libertad, los abusos de las grandes compañías y de los gigantes de la comunicación, el papel de las redes en la configuración de la opinión pública, etc. Un tema central es el racismo, puesto que el bufete protagonista está comandado por afroamericanos. Y su tratamiento dista mucho de tópicos y planteamientos buenistas. Va de forma inmisericorde al corazón de un problema estructural de la sociedad USA.
Pero esta tercera temporada es, sobre todo, abiertamente anti-Trump. De forma militante. Siguen muchos de los temas que hemos comentado, pero el eje vertebrador es el retrato de un país secuestrado por políticas autoritarias y en manos de un showman zafio, machista y racista. Y la gran pregunta: ¿cómo actuar frente a ello?
Aunque es una serie coral en la que todos los personajes son interesantes, la espina dorsal es la evolución de Diane. Abogada de éxito, mujer triunfadora y respetada a sus sesenta años, ve cómo su mundo y sus valores se hunden y no sabe cómo actuar. En las dos primeras temporadas su desconcierto tejía el tono de la serie. Y su enfado. Ahora sigue desconcertada y furiosa, pero ha decidido pasar a la acción porque ha aprendido que, ante un enemigo sin escrúpulos, capaz de cualquier cosa, has de ser implacable. Has de convertirte en él. Combatir el fuego con el fuego, la mentira con la mentira, la manipulación con la manipulación.
Tal vez la serie se ha vuelto menos sutil, pero es deliberado. El mundo no es sutil. Es tosco, chabacano. Se ha llenado de gente maleducada, inculta y grosera que presume de ello y que no deja de insultar y provocar. Están en los medios de comunicación y en la política (podemos pensar en unos cuantos ejemplos en nuestro país), contaminándolo todo. La aparición en escena del abogado Roland Blum, interpretado con gozoso histrionismo por Michael Sheen, es el reflejo de este orden de cosas.
La inclusión del personaje ha levantado polémica y no gusta a todo el mundo, porque parece no encajar en el universo de la serie y porque distorsiona todo lo que toca. Pero, en realidad, resulta tremendamente coherente su presencia. En el elegante mundo del bufete Reddick, Boseman & Lockhart, donde todo es apariencia, peluquería y trajes perfectos, Blum es zafio, grosero, insultante. Muy irritante. Casi inverosímil. Es un personaje al límite. Como Trump. Tanto en The Good wife como en The Good fight ha habido personajes extravagantes, cínicos, cabrones desmedidos o refinados, muchos de ellos inolvidables, pero nada como Blum. Pero qué le vamos a hacer, es el signo de los tiempos. Es que alguien así está gobernando Estados Unidos y riéndose de la democracia y de los derechos humanos. Y le han votado.
Un presidente que ha dicho "si eres famoso puedes coger a las mujeres por el coño", que no duda en encarcelar niños y separarlos de sus madres, de hacer desplantes a cualquier mandatario internacional, de abrirse paso a codazos para estar en la primera fila en la foto. Capaz de mentir descaradamente ante cualquier audiencia y soltar barbaridades en twitter o en público hasta tener la Casa Blanca convertida en un manicomio. Se le han llegado a contabilizar 125 falsas afirmaciones en dos horas. The Washington Post lleva un recuento de todas las falsedades e inexactitudes del presidente desde que llegó al cargo: van más de 10.000 declaraciones falsas o engañosas.
Todo eso es Blum, el bruto abogado. Y, como Trump, está obligando a los personajes, a los sensatos demócratas y defensores de los derechos civiles que pueblan la ficción, a cruzar límites y a adoptar actitudes inesperadas y puede que desesperadas. Son tramas que evidencian la gravedad de la situación real y que nos obligan también a los espectadores a pensar.
La serie no duda nunca en ser incómoda. Siempre consigue ir más allá de lo que esperamos, provocando dilemas morales, a los personajes y a los espectadores, de muy difícil resolución. Solo que hay que resolverlos y tomar partido, porque es necesario actuar. Pasar a la resistencia, como Diane. Y si eso supone dejar la lucha buena y optar por la mala se hace, porque la verdad, la convivencia y la democracia están perdiendo claramente la batalla.