VALÈNCIA. En la ciudad escocesa de East Kilbride, a principios de los ochenta, viven dos hermanos que se llevan muy mal entre ellos. Sin embargo, terminarán aceptando que, a pesar de su tempestuosa relación, unir fuerzas es la única manera de enfrentarse a algo mucho más desagradable que lo que ven el uno en el otro: el mundo que les rodea. Si William y Jim Reid hubiesen forjado una fraternidad modélica, The Jesus & Mary Chain jamás habría existido. El grupo tampoco habría existido si Margaret Thatcher no se hubiese dedicado con tanto ahínco a hacer de Inglaterra un lugar inhumano para la clase trabajadora. The Jesus & Mary Chain fueron una reacción a varias cosas. Fueron un acto de amor hacia la música que hacía disfrutar a los Reid y también un acto de rebelión ante la música que les ponía de mal humor. Las políticas sociales y económicas tanto de Thatcher como de Reagan tuvieron su reflejo en el pop dominante, música lujosa, resplandeciente y hueca. En menos de tres años, todas las premisas vanguardistas que traían consigo los primeros grupos de pop electrónico se disiparon como si nunca hubieran existido. Para entonces, allí estaban los hermanos Reid, basura blanca envuelta en una nube de ruido blanco, y en el epicentro de aquella tormenta, una música celestial y atormentada a partes iguales.
Toda esa tensión es el pilar de la carrera de The Jesus & Mary Chain y, por lo tanto, de Besos de alambre de espino, biografía escrita por la periodista musical Zoë Howe en 2014 y recientemente traducido al castellano por Ondas del Espacio. Un relato que adolece de los clichés que hacen del periodismo musical una práctica cansina para el lector no converso (acumulación de datos y anécdotas sin mayor ambición narrativa que dejarse llevar por los hechos acaecidos) pero que, gracias a sus dos protagonistas, funciona. Nadie en sus cabales querría tener cerca dos sociópatas como los Reid, pero a poco que se comparta con ellos algunas de sus premisas vitales y artísticas, uno acaba identificándose con ellos. Su rabia, en el fondo, es una rabia común. En sus primeros ensayos (“el grupo llegaba, discutía durante media hora y se iba a casa”) querían ser ruidosos y caóticos como Einstürzende Neubauten, pero no podían evitar sumar al caos la dulzura melódica de grupos femeninos como Shangri-Las. La autora también destaca que querían como los Beatles cuando estos se fueron a tocar a Hamburgo, “la época del rock & roll, el cuero negro, el pelo alborotado, y esa irresistible sensación de inocencia destruida”. William se inventó un nombre desconcertante, que, en palabras de uno de sus cómplices era pura poesía; La Cadena de Jesús y María, una elección que algunos interpretaron como blasfema, y que, como apunta Howe, encajaba perfectamente con ellos. “Era como Echo & The Bunnymen, pero mejor”, presume el autor de la idea, el Reid más inescrutable, el que se resiste las conceder entrevistas, el que se encierra en sí mismo y solamente sabe expresarse a través de sus canciones.
En Besos de alambre de espino se describe el contexto cultural en el que nació y creció el grupo. En dicho escenario interpretan papeles importantes actores como el mánager Alan McGee, que intenta aplicar el mismo método que usó Malcolm McLaren en 1976 con los Sex Pistols, crear un fenómeno a partir del escándalo. Tal y como recuerda Jim, a veces les proponía cosas que a ellos les sonaban porque lo habían visto en The Great Rock & Roll Swindle, la película en la que el mánager contaba la historia de sus protegidos desde su punto de vista. Para crear un fenómeno musical en la Inglaterra de 1984 era imprescindible la prensa musical, que en aquel momento jugaba un papel capital a la hora de crear ídolos, y también a la hora de desbancarlos. Con sus primeros singles y el álbum Psychocandy, The Jesus & Mary Chain fueron saludados como el grupo que iba a salvar la música pop de sus propios males. Las objeciones llegaron dos años después, cuando en 1987 salió Darklands. Las olas de feedback de los primeros tiempos se habían aplacado, la furia había dejado paso a la melodía. Cuando en 1989 llegó el tercer álbum, Automatic, los críticos ya solamente tenían elogios para la siguiente novedad. Se había iniciado un proceso que afectaría al grupo durante los años siguiente. En una entrevista que le hice en 2017, Juim lo concretó así: “A la gente parecían interesarle más bandas que sonaran a The Jesus & Mary Chain que las personas que habían fundado el grupo. No había ningún interés por escuchar nada que pudiera estar hecho por William o por mí. Llegó un punto en el que me planteé seriamente montar un grupo tributo a The Jesus & Mary Chain para ver si así me hacían caso”
Uno de los motivos por los cuales uno cae rendido ante los hermanos Reid mientras lee acerca de su trayectoria es un cáustico sentido del humor que, al igual que ocurría al principio con sus estribillos, está enterrado bajo esa actitud hosca y el alambre de espino de su actitud. Las declaraciones que ambos hermanos van regalando a lo largo del texto son fantásticas. Como cuando cuentan cómo, al visitar los estudios de la BBC para grabar una sesión para el locutor John Peel, los técnicos no hacían ni caso a sus indicaciones y estropeaban el sonido del grupo que era exactamente el motivo por el cual habían sido invitados al programa. Su manera de explicar lo hechos es maravillosa. Y se lo pasan en grande –sin que se les note- cuando recuerdan cómo, al escuchar Psychocandy, el director de su discográfica pensó que el vinilo había sido mal pensado. Los Reid llegaron diez años antes que los Gallagher y eran infinitamente más divertidos. Noel y Liam no son más que dos plastas dando la tabarra sobre sus problemas de ego. Los Reid son dos cabrones natos que, a pesar de todo saben reírse de sí mismos.
En un momento dado, Jim explica lo tortuoso que les resultaba hacer pruebas a otros músicos, y cuenta que a un batería le dio por explicarles por qué usaba las baquetas que usaba, a lo que él contestó: “No son más que un trozo de madera, idiota”. Quizá los momentos más hilarantes estén en las peleas que mantienen entre ellos. Discutían por cualquier cosa. “Si estaba nublado o había nubes y claros –cuenta William-, o si la nueva hamburguesa vegetariana de McDonald’s sabía a comida mexicana o más bien a comida india. De hecho, esa fue una de las peores”. El consumo de drogas y alcohol nunca contribuyó a mejorar la situación, pero es evidente que, sin eso, ni ellos, ni el grupo ni sus discos ni el aura que les rodea habrían sido los mismo. En 1998, después de una pelea monumental, William dejó el grupo y al poco, este dejó de funcionar. En 2007 consiguieron volver a tocar juntos. Diez años después grabaron su siguiente disco, que de momento ha tenido continuidad. Tal como explicó Jim entonces, hicieron aquel disco, Damage and Joy, porque, aunque entre ellos parecían llevarse algo mejor, seguían tan cabreados con el mundo como cuando empezaron