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En 'Búho'

Titzina Teatro adentra al público en los mecanismos de la memoria en la Sala Russafa

20/01/2025 - 

VALÈNCIA. Las obras de Titzina Teatro podrían verse como un acontecimiento dentro de la escena nacional por la singularidad de su método de trabajo, la contrastada calidad escénica de sus espectáculos y la escasez: en más de 20 años de trayectoria han creado 6 piezas. No han necesitado más para hacerse un nombre y un sello propios. Esta semana, Sala Russafa estrena en València del 23 al 26 de enero su última propuesta, Búho, que encara el trayecto final de una gira nacional e internacional que ha durado más de tres años. “En mayo cerraremos esta etapa, así que es de las últimas oportunidades para verla. Si alguien tiene interés, es ahora o nunca”, comentan divertidos desde la compañía catalana. 

Titizina no trabaja con repertorio, una vez concluida la etapa de un proyecto, éste muere para dejar el espacio mental y creativo que requiere el siguiente. Su método creativo incluye, además de la búsqueda de bibliografía y referentes artísticos, una documentación experimental y directa. Pako Merino y Diego Lorca pasan tiempo con colectivos, profesionales y personas que aportan información de primera mano sobre el tema que han decidido tratar. Les observan (como búhos) para profundizar, aprehender vivencias, absorber conocimientos que les ayudan a ofrecer un punto de vista humano en sus espectáculos.

“En el caso de Búho, nos queríamos centrar en la memoria, los recuerdos personales que tenemos cada uno. Pero también la que nos conecta con nuestros ancestros, lo que nos ha llegado desde generaciones atrás y civilizaciones antiguas”, explica Lorca. Para hacerlo, crearon la historia de un arqueólogo forense de mediana edad que, tras haber estudiado durante años restos de huesos y pequeños vestigios para tejer un relato histórico, sufre un ictus que le genera amnesia. A partir de entonces necesitará, poco a poco, ir reconstruyendo su pasado. Y, con él, su propia identidad. 

Durante varios meses, los Titzina contaron con el Institut Guttmann, hospital de neurorrehabilitación, para familiarizarse con los mecanismos del cerebro en la generación de recuerdos, así como con los procesos para recuperarlos. Por otra parte, tuvieron la colaboración del equipo investigador y conservador de la Cueva del Castillo, en Puente Viesgo, donde observaron pinturas rupestres realizadas hace miles de años. E incluyeron en esta fase creativa previa sesiones con la Unidad de Subsuelo de los Mossos d’Esquadra, así como con Urban Explorers, aficionados a explorar el alcantarillado, los pasillos subterráneos que cosen las ciudades. “La idea era insinuar la conexión entre adentrarse en el subconsciente y explorar lo que esconde la tierra”, explica Merino. 

Una vez recogido todo este material, a través de las notas de dramaturgia creadas por Lorca, ambos empezaron a trabajar simultáneamente la puesta en escena, la dirección e interpretación del espectáculo. Pero faltaba un componente crucial para el viaje al interior de la mente que proponían: “aunque en esta obra la historia y el texto son importantes, la poética es fundamental. Queríamos generar un montaje visualmente ambicioso, apostar por la belleza y lo onírico, que el movimiento escénico contara tanto como los diálogos”, comenta Lorca. Para lograrlo se rodearon de un equipo con el que compartieron referentes de inspiración y objetivos. 

Rocío Peña diseñó una sencilla y versátil escenografía que les permitía transformar rápidamente sobre el escenario la habitación de un hospital en espacios del recuerdo del protagonista, yacimientos arqueológicos o incluso los laberintos de su subconsciente que va explorando. La iluminación de Jordi Thomás reforzaba el juego de sombras que da nuevas dimensiones a los personajes y situaciones. Además, la ambientación sonora de Jonatan Bernabeu y Tomomi Kubo creaba la atmósfera, a veces desasosegante, que envuelve al protagonista durante su búsqueda. 

El resultado es un espectáculo del que la crítica ha alabado su potencia visual. Un montaje sin dramatismos, pero que conecta profundamente con las emociones, que apela a la curiosidad y a la empatía. Además, consigue llevar a escena lo invisible: el funcionamiento a veces caótico, por momentos vertiginoso y en ocasiones engañoso del cerebro.

Y todo ello con un curioso compañero de viaje para el protagonista y el público: Pako Merino encarna a un búho, ave con atribuciones mitológicas, símbolo de la sabiduría, capaz de guiarse en los pasillos oscuros del subconsciente. 

“Cuando empezamos tuvimos mucho éxito con nuestra primera obra, Follie à deux. Nos podíamos haber quedado ahí y seguir explotando la fórmula. Pero nos gusta investigar a nivel temático y escénico, ir introduciendo cosas que nos hagan avanzar y adaptar nuestra puesta en escena a lo que queremos contar”, concluye Lorca, defendiendo el modelo de producción de la compañía, que se escapa al estreno anual que suele ser la tónica habitual. Conscientes de la expectativa que generan, trabajan para que el sello de la compañía siga siendo visible, a pesar de la evolución constante de sus propuestas. Y están felices de regresar al teatro de Ruzafa donde en 2018 recibieron el Premio del Público de Sala Russafa al Mejor Espectáculo Nacional por Distancia 7 minutos. 

'Amants del teatre'

“Es un espacio muy cómodo para actuar no solo por el equipo, también porque la cercanía del patio de butacas al escenario facilita que lleguen al público detalles de la interpretación, de la escenografía o de los visuales que, en grandes auditorios con más de 1000 butacas, a veces se pierden”, comenta Merino. Mientras que Lorca remarca la posibilidad de tener un espacio de referencia, donde los valencianos puedan ver lo último de Titzina, si tienen curiosidad. Una pieza que, como el resto de su producción, es tanto un documento social, como un estímulo intelectual y una interesante experiencia escénica. 

Completa las propuestas culturales de esta semana la inauguración de la exposición fotográfica Amants del teatre, de Joan Josep Martínez. Durante cerca de ocho años, ha seguido el desarrollo de los proyectos de final de curso del alumnado de la línea docente de Sala Russafa. El resultado es un registro de la pasión por las artes escénicas de quienes compaginan sus trabajos y estudios con las clases de interpretación. Una selección de imágenes que podrá verse hasta el 16 de febrero en el hall del teatro, en la que tienen especial presencia las realizadas en los ensayos generales del último Festival de Talleres de Teatro Clásico del centro, aunque también se exhiben otras realizadas desde 2016 y que han formado parte de exposiciones llevadas a cabo en locales como el Café Lisboa o Letras y Vinos.  

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