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encuentro con chema madoz

"Todos sabemos que la fotografía miente de una forma descabellada"

El que sería el fotógrafo favorito de Magritte reivindica el papel de lo analógico para ejecutar sus engaños surrealistas

16/11/2015 - 

VALENCIA. Cuando desde el Reina Sofía le pidieron un autorretrato para identificar la sala que acogía parte de su colección no sabían con quién estaban hablando. "No". Primero, la negación. De segundo, más de lo mismo. Aunque para el postre su carácter afable había ganado la partida, aceptando el extraño encargo del museo. ¿El resultado? Una radiografía de su cráneo realizada en un hospital de Madrid superpuesta a la imagen de una nube que hacía las veces de cerebro. "Yo cumplí". Chema Madoz, el fotógrafo de las realidades irreales, ha sido uno de los protagonistas de los coloquios de cultura visual contemporánea organizados por la Fundación Mainel, ante una sala en la que no cabía ni un alfiler y decenas de asistentes que quedaron fuera de campo. Aforo completo.

Su poder de convocatoria parece pasar desapercibido por él, que confiesa, casi justificándose por su éxito, que se hizo con su primera cámara fotográfica porque no tenía dinero para el equipo de música que quería. "No sabía dibujar ni pintar, cuando cayó una cámara en mis manos fue una revelación". Primero dirigió su foco hacia lo exótico, a todos aquellos lugares que rompieran con la cotidianeidad del barrio de San Blas donde vivía. Veía las instantáneas que capturaban la profundidad de Estados Unidos y pensaba, "claro, así cualquiera". Fue entonces que decidió dejar de dar viajes con la cámara y forzarla a buscar la magia de lo aparentemente evidente.

"Era complicado ver qué coño podía contar con lo que tenía alrededor, pero me obligué". Un desolador polígono industrial se convirtió en su nuevo escenario, donde empezó a establecer relaciones entre elementos dispares. Con su cámara de 35 milímetros captó una imagen que determinaría un estilo ahora inconfundible. Un hombre con una gabardina con manchas sobre un muro con similares salpicaduras. Esta especie de camaleón humano aparecía, además, sin cabeza. "Usaba a las personas como objetos". Esta revelación le llevó a apartar prácticamente la figura humana de su obra.

Aunque no son pocos los que lo definen como neosurrealista, el prefiere huir de una etiqueta "que deja muchas cosas fuera". Reconoce su "ignorancia" sobre otros trabajos sobre el objeto cuando él empezó a jugar con ellos y a dotarles de un carácter extraordinario, "luego conocí a los surrealistas de los años 20, antes me venía la imagen del bodegón y la naturaleza muerta". Desde entonces ha creado desde un puzzle con gotas de agua hasta un globo terráqueo con una bola de discoteca.

Un artesano del engaño

Sus manipulaciones tienen algo de mágico pero también de artesanal. Parte de trampa, mucho de cartón. Madoz sigue fotografiando con carrete de película y admite que puede contar con los dedos de una mano las veces que ha tirado de Photoshop. "[Lo analógico] conserva el halo de una relación más directa con la realidad. Me interesa trabajar con la idea de límite, subvertir la realidad en su propio terreno, en el de los elementos físicos". Forzar la realidad hasta el límite para llegar a un engaño sin parangón. "Todos sabemos que la fotografía miente de forma descabellada".

Cada montaje es un reto nuevo para Madoz, que comprendió que iba a tener que ser él mismo quien jugara con lo elementos cuando llevó una llave al cerrajero para que confeccionara una forma de cerradura en su extremo. "El tipo me miraba con cara rara", recuerda. Una de las fotografías que más dolores de cabeza le causó fue la imagen de una cuchara que, al impacto de la luz, deja la sombra de un tenedor. Tras varios intentos infructuosos, fue el cristal translúcido de un bar que le dio la idea: un metacrilato sobre el que poner ambos elementos. "Os recomiendo que vayáis a los bares".

Sin lugar a dudas, el trabajo de Madoz logra conectar con el espectador en un chasquido. Su poesía visual es directa, un guiño que hace sencillo lo complejo. O al revés. "Nunca he perseguido conscientemente el sentido del humor. El chiste es peligroso, se agota rápido. Es una sonrisa de complicidad". La mirada naif, el conocimiento a través del juego, es el aliado del que sería el fotógrafo favorito de Magritte. "Yo lo que busco es emocionarme a mi mismo como me pasa con otros artistas".

Si tuviera que quedarse con una de sus fotografías, aunque "igual hoy te digo una cosa y mañana otra", sería la escalera contra el espejo, una de las creaciones que más impacto causó en el autor, unos peldaños apoyados en el cristal con los que podías convertirte en Alicia y pasar al otro lado. "El espacio dejó de ser real, pasó a ser virtual, podías transgredir las leyes. Vi que estaba en lo cierto".

Manipulaciones en blanco y negro

Si algo tiene claro Chema Madoz es que, pase lo que pase, su obra seguirá siendo fiel al blanco y negro, aunque en alguna ocasión haya estado tentado para lo contrario. "En alguna [fotografía] he sufrido la falta de color, he pensado: 'esta pierde'. Pero en pocas", confiesa. Prefiere potenciar la complejidad del juego entre objetos y apostar por la simplicidad en el resto de elementos.

En la era digital en la que todo el mundo puede ser (casi) fotógrafo, Madoz prefiere seguir apostando por lo analógico. "Todos tenemos lápiz y papel, pero no somos escritores", explica, aunque reconoce la "oportunidad" que ofrecen los nuevos medios para descubrir talento. Y es que, "con lo difícil que es encontrar un lenguaje con el que uno se pueda identificar", el madrileño tiene claro cual es su sitio.

Sobre la posibilidad de colaborar con otros artistas o en otros sectores, se muestra reticente. Aunque, cuidado, tal y como pasó en el Reina Sofía, puede que al final acceda. Eso sí, a su manera. "Me gustaría [hacer] cine, pero siempre me ha echado para atrás que tendría que trabajar con un equipo de gente. Mi trabajo se desarrolla en la intimidad, lo relaciono con la soledad".

Acompañado de Luis Vives-Ferrándiz, profesor de Historia del Arte en la Universitat de València, el de Chema Madoz es el segundo coloquio de una serie de tres encuentros sobre cultura visual contemporánea organizados por la Fundación Mainel, que celebra su edición número veinte. El próximo 20 de noviembre se cerrará el ciclo con un encuentro que llega bajo el lema '100 años de cultura artística valenciana', en el que participará el historiador del arte y antiguo director del Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM), José Francisco Yvars.

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