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Trapero estrena 'El clan': la familia que mata unida permanece unida

13/11/2015 - 

VALENCIA. La familia Puccio era un clan estimado en el barrio acomodado de San Isidro, en Buenos Aires. El padre era contable, la madre, profesora, y el hijo mayor, un jugador de la selección argentina de rugby, Los Pumas. Cuando en los años ochenta saltó la noticia a los medios de que detrás de esa fachada convencional se ocultaba un negocio clandestino de secuestros y asesinatos en el sótano de su casa, el país entero lo vivió con conmoción. El director Pablo Trapero era por entonces un adolescente. Sin libros ni acceso a los parientes que conformaron aquella tribu criminal, ha decidido en la madurez realizar su propia investigación de aquel suceso hasta conformar el fresco histórico que hoy es la película El clan. El thriller melodramático producido por los hermanos Almodóvar se alzó con el premio al mejor director en la pasada Mostra de Venecia, y en el TIFF de Toronto, donde transcurrió esta entrevista, una mención especial del Jurado.

- ¿Eras consciente durante el rodaje de que la película se iba a percibir de manera diferente en Argentina al resto del mundo?

- Por supuesto. Para quien conoce la Argentina y el caso, hay detalles que hacen la lectura más local, pero lo más importante de El clan es la relación entre un hombre y su hijo, y eso ya estaba en las tragedias griegas, es universal. 

- ¿Tuviste entonces en mente a algún personaje de la literatura grecolatina durante la escritura del guión?

- No, tenía, en cambio, referencias de películas como Él (Luis Buñuel, 1953), donde el actor de telenovelas Arturo de Córdova hacía su primer papel de villano. En ese largo, igual que en El clan, está esta cosa de la convivencia del drama y el absurdo, con situaciones que se viven con mucha naturalidad cuando, en verdad, son ridículas y surrealistas. A través de vínculos cercanos y conocidos como son los lazos familiares, estoy invitando al público a mirar esta realidad tan lejana, porque no hay una persona igual en el mundo a Arquímedes Puccio. Es imposible identificarse con él. 

- ¿Por qué has llegado a la conclusión de que es imposible empatizar con el padre de los Puccio?

- En el proceso de investigación, los peritos nos decían que es un caso que se estudia fuera de Argentina por lo atípico. Hay muchos elementos mezclados: la manera en que el progenitor involucró a su familia en la ejecución y el encubrimiento de los crímenes, el discurso de que iba a cuidar de sus hijos y de su mujer, cuando en realidad los destruyó…, pero fundamentalmente, su crueldad.

- Hay momentos en los que la madre, por su aquiescencia, resulta todavía más inquietante que Arquímedes.

- Durante la preproducción tuve acceso a instantáneas familiares. Y ella siempre luce espléndida. Arquímedes no abraza a sus hijos, siempre está medio tenso, nunca los besa, ni en los cumpleaños. En las fotos puedes intuir en él tensión, frialdad, una actitud de estar muy alerta. En cambio, su mujer estaba feliz. Hay fotos de viajes por Europa donde se la ve disfrutando de los beneficios del trabajo de su marido, pero como si desempeñara un empleo decente y normal. 

- ¿Qué fue lo que más te sorprendió en el proceso de investigación?

- Antes de empezar a indagar me imaginaba que la casa debía ser un escenario de freaks, donde flotaría una sensación de violencia, pero la gente con la que fui hablando me informó de que Arquímedes era un tipo que sentía adoración por su hija más chica, de que la más mayor daba clases, de que la familia estaba integrada en la sociedad e iba a misa los domingos... Durante muchos años hubo manifestaciones de apoyo porque sus vecinos no creían que fueran culpables y lo achacaa a un error. No eran, para nada, la familia desquiciada de True Detective

El 23 de agosto de 1985, la familia Puccio era arrestada, acusada de cuatro secuestros, de los que tres terminaron en asesinato, aunque se sospecha que participaron como “anfitriones” en muchos otros casos de cautiverio. Arquímedes tenía un currículum político convulso. El padre de familia fue vicecónsul entre 1957 y 1964. Durante el gobierno de Perón ejerció de correo diplomático en Madrid, pero finalmente, lo echaron del cuerpo por contrabando de armas. Fue miembro de la organización de ultraderecha Movimiento Nacionalista Tacuara, que se sirvió del terrorismo para sus fines, del escuadrón de la muerte Triple A y de la SIDE, siglas bajo las que se conoce el servicio de inteligencia argentino. 

Su apellido fue uno de tantos otros asociados al trabajo sucio de los militares durante la dictadura argentina que tras el advenimiento de la democracia continuaron operando en la sombra. “Era lo que entonces se conocía como la mano de obra desocupada, personas que se quedaron sin trabajo y empezaron a improvisar estos negocios privados de secuestro y extorsión”, comparte Trapero.

En los estertores del gobierno militar, entre 1982 y 1985, antiguos miembros de la SIDE y de organizaciones paramilitares prosiguieron con sus negocios delictivos. En ese periodo, por ejemplo, se arrestó a la banda del que fuera líder de la citada Triple A, Aníbal Gordon, responsable del asesinato y la desaparición de en torno a 700 personas.

“Una historia como la del clan Puccio es inimaginable hoy día en la Argentina. Esta familia se puede entender como el síntoma de un contexto: cuando existe una sociedad cómplice, que mira para otro lado. Este tipo de historias, que en general son muy de la novela negra y del thriller cinematográfico, son emergentes de una sociedad donde las personas que tienen la capacidad y la fuerza para resolver los problemas no las usan para esos fines. No son casos aislados. No hay solo un loco. Siempre funcionan como un feedback de la indiferencia”, insiste Trapero.

Estos grupos criminales residuales son parte de la herencia sanguinaria del último gobierno militar en el país andino. Entre 1976 y 1983, el estado terrorista hizo desaparecer a 30.000 ciudadanos, se procedió al robo de bebés nacidos en la cárcel, a la tortura, al secuestro y a las estafas indiscriminadas. En contraste, la película recoge el primer discurso del presidente Raúl Alfonsín el 10 de diciembre de 1983, en lo que supuso el retorno de la democracia y el principio del fin de esos apellidos tristemente ilustres.

- ¿Cuánto hay de metáfora de una sociedad que no atiende a lo que le rodea en el uso que haces del volumen de la música incidental en la película?

- La música aparecía mucho en la investigación. En el testimonio de la señora que sobrevivió, la viuda Nélida Bollini de Prado, por ejemplo. En la casa sonaba muy fuerte, tanto para tapar los gritos como a modo de tortura. Esa música tan alta tiene en la película varias funciones. Por un lado, es una forma de contextualizar la época. Mi recuerdo de los años ochenta es que era molesta. No eran canciones necesariamente placenteras a la escucha. He elegido temas que corresponden al año de cada uno de los secuestros y otras de otras épocas, pero que igualmente podías escuchar en la radio, como Ella Fitzgerald, The Credence Clearwater Revival o The Kinks. Por otro lado, pretendía armar un contrapunto, generar un poquito de distancia para que el espectador pudiera seguir viendo la locura de esta familia sin que se le hiciera más difícil. Y finalmente, como apuntas, es un planteo sobre el aturdimiento social y sobre lo que no se quiere oír.

- ¿Por qué decidiste salpicar el metraje con elementos documentales?

- Es una época que me resulta muy atractiva, porque había mucho descreimiento de la democracia después de varios truncos en los 40 años previos. Por eso fue tan importante el Nunca más (informe realizado por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas presidida por Ernesto Sábato) y la decisión de Alfonsín de juzgar a la Junta. Gente como Arquímedes y Aníbal operaron con una sensación de impunidad porque durante muchos años se sintieron protegidos por un sistema, pero el propio sistema se fue depurando. Ese contexto cómplice que fue casi promotor de sus casos, con el cambio de paradigma también supuso su fin. 

- La película refleja la euforia y el escepticismo que se vivía aquellos años en tu país. ¿Cuáles son tus recuerdos de entonces?

- Mi primaria coincidió con el gobierno militar, y mi secundaria arrancó justo con la democracia, así que tengo muy claros esos recuerdos de la militancia en los centros de estudiantes. Fue un periodo bastante complejo, vivido con escepticismo y con la certeza de que había gente que en la sombra seguía ostentando el poder. La población se manifestaba en las calles, pidiendo que los militares fueran juzgados. Y un presidente se animó, pero porque había una sociedad que lo respaldaba. Eso no pasó ni en Chile ni en España. Fíjate, Pinochet fue senador vitalicio. Ahí las sociedades se involucraron de manera distinta. 

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