Diez reportajes directos al plexo solar conforman esta crónica dura del combate interminable que día tras día libran las mujeres latinoamericanas para no sucumbir al mal de lo cotidiano.
VALÈNCIA. La realidad siempre supera a la ficción, también en materia de terror: decía una mujer que no tenía miedo a los fantasmas ni a vampiros ni a otros seres sobrenaturales, que a lo que de verdad le tenía miedo era a las personas; en comparación con los vivos, los muertos son unos aficionados en el oficio de horrorizar. Lo sabemos porque hay gente que contra todo consejo dedica sus años a buscar esas historias que nos hacen sentir que pese a nuestros intentos inmemoriales por encontrar una causa trascendental, la vida del ser humano es un completo sinsentido, porque el ser humano -y en este caso viene muy a colación emplear la fórmula el hombre- parece ser un resultado poco armónico de la evolución. El paleontólogo Juan Luis Arsuaga afirmaba recientemente en una entrevista que en términos biológicos, el macho es algo así como un parásito de las hembras: ellas gestan, paren y crían, ellos colocan el cincuenta por cien de los genes sin pasar al menos por las dos primeras fases mencionadas. No son fechas para ponerse uno catastrofista, o sí, pero es que a veces la lectura del mal nos desarma y no hay mensaje positivo que levante el ánimo ni siquiera en los testimonios de superación más poderosos. Sin duda debe ser una impresión pasajera, pero fuera de las fronteras del bienestar tienen lugar hechos que nos obligan a mirar a nuestra especie arrugando la nariz e incluso anhelando el cataclismo. No hay logro del Homo sapiens que maquille la crueldad que lleva a nuestros congéneres -quién sabe si a nosotros mismos- a cometer crímenes del calibre de los que conocemos a diario en el telediario o en relatos a los que ahora tenemos un mayor acceso gracias a la hiperconectividad que posibilitan las redes sociales.
En cualquier caso, las redes sociales e internet son medios de propagación de las historias, pero las historias y los medios necesitan quien se haga eco de ellas y las cuente: este es un oficio que en su vertiente más sincera y comprometida precisa de una vocación muy sólida, a prueba de ácido, porque los relatos que más necesitan ser contados son sustancias volátiles, muy corrosivas, y cualquiera no puede contenerlas, y quienes pueden hacerlo pagan un precio alto por hacer gala de esta capacidad. La periodista Majo Siscar Banyuls, corresponsal en México, Centroamérica y varios países latinoamericanos para cabeceras como el diario.es, El País, Público, Newsweek, The New York Times o El Universal tiene como diría Tom Wolfe lo que hay que tener, y gracias a su coraje y a una voluntad ajena a los intereses que suelen regir las decisiones del mundo podemos leer hoy las diez historias que constituyen Tremendas. Luchadoras latinoamericanas, su primer libro, una colección de reportajes publicada por Barlin Libros que tienen como protagonistas a mujeres del otro lado del Atlántico, mujeres que sin ser extraordinarias en el sentido de que por desgracia sus casos no son una excepción sino más bien la norma, sí lo son por su valor a la hora de enfrentarse a la trituradora de una masculinidad espumarajeante, violenta e indiferente como uno de esos monstruos abominables de las películas, mujeres que han sufrido lo indecible por culpa de seres cuya existencia sería mejor si fuese solo parte excesiva de una ficción, pero que sin embargo están ahí afuera, paseándose por la calle irradiando misoginia, homofobia, transfobia, siendo embajadores de esa cultura de la violación que hay quien se esfuerza en negar pese a las abrumadoras estadísticas -también son ciertos los terraplanistas, porque en esta vida tiene que haber de todo, dicen, aunque ojalá que no-.
Las mujeres de Tremendas, de Majo Siscar, luchan y luchan sin máscara, sin coreografía, sin escenificación. Luchan en una lucha que es de todo menos libre, aunque por suerte, en ocasiones, sus victorias a medias en un mundo sordo encuentran a quien sabe practicar con ellas el mejor periodismo.
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