Calor asfixiante, piscinas, romances fugaces, salitre, crímenes, sudor… Cineastas y expertos comparten sus claves sobre esos filmes que cuentan con la temporada estival como eje vertebrador.
VALÈNCIA. Cuerpos indolentes tostados por el sol, turistas en busca del paraíso, una pandilla de púberes en pantalones cortos que peinan su vecindario a golpe de pedaleo y cucurucho de helado, apasionados escarceos amorosos que no aguantan la llegada de septiembre al almanaque… Basta con echar un vistazo al juego de constelaciones que integran el séptimo arte para atisbar unas cuantas películas que toman el verano como eje vertebrador. No importa el año en el que fueron rodadas, el entorno que muestran o el género al que se circunscriban. Da igual si hablamos de Nouvelle Vague o de terror psicológico. La canícula cuenta con su propia y heterogénea tradición cinematográfica. Desde Las vacaciones del señor Hulot hasta Midsommar, pasando por Estiu 1993, Cuenta conmigo, Antes del amanecer, Call me by your name o esa peli de culto que es Goofy e hijo (dejen a un lado sus prejuicios y denle una oportunidad). ¿Pero que tiene la temporada de asueto para resultar tan apetecible como escenario fílmico? Comprometidos siempre con esclarecer los grandes interrogantes del panorama creativo, desde Culturplaza hemos consultado con unos cuantos expertos en los fotogramas y su periferia para destilar las claves de esta suerte de subgénero untado en aftersun.
En estos largos días estivales “desaparece esa presión de las obligaciones cotidianas y los personajes encuentran tiempo para experimentar con la vida. Se concibe como un momento para explorar el mundo, romper con lo ya conocido o tomar decisiones”, señala el director y guionista Rafa Casañ. Según resalta Carlos Madrid, director de Cinema Jove, atravesar esas semanas del calendario “implica un ritmo menos acelerado y unos objetivos diferentes a los del resto del año: menos pragmáticos y más vitales. Los personajes adoptan unos hábitos distintos de los habituales y eso supone todo un caldo de cultivo para la aparición de conflictos. Podemos verlo, por ejemplo, en Pauline en la playa”.
Por su parte, la profesora de la Universitat de València Áurea Ortiz, apunta aquí al azar, que, en su opinión, “parece tener más papel en nuestras vidas en verano y tenemos bula para hacer locuras. Eso, narrativa pero también estéticamente, es muy interesante: se descubren nuevos paisajes, personas y emociones. Además, el celuloide utiliza el valor metafórico del estío: es libertad, belleza, infancia, felicidad, memoria…”. En ese sentido, esta integrante de la Filmoteca destaca que el sol, la luz y el calor también connotan “cierta sensualidad, algo así como una forma más libre de vivir el cuerpo, todo está a flor de piel, como en Fuego en el cuerpo”.
Siguiendo esta línea, Juan Miguel Company, catedrático de Comunicación Audiovisual y crítico cinematográfico, define esos meses caniculares como “un momento singular en el que las actividades de negocio se ven desplazadas por las de ocio y los individuos están más abiertos a lo que les pueda ocurrir y a cumplir sus deseos. Se produce un levantamiento de las censuras y los límites, de lo que está bien o mal. Parece que el deseo fluya con mayor suavidad”. Pero el especialista fílmico se aleja de los tórridos estíos mediterráneos que podamos tener en mente y apunta hacia geografías escandinavas: “dentro del cine nórdico hay una modalidad genérica que se basa en celebrar la fugacidad del verano que se vive en esos países. Muchos de esos títulos giran en torno grandes amores y pasiones que solamente duran lo que dura ese corto periodo de calidez”.
“Cuando escribo, le doy muy énfasis a la estación anual en la que está narrada, ya que creo aporta mucha información, somos distintos en cada época”, señala Laura Pérez. En concreto, para la guionista y Secretaria técnica en Academia Valenciana del Audiovisual, la temporada estival representa “un fin de ciclo, una etapa para revisar cómo ha ido el año hasta entonces y qué vamos a hacer con nuestra vida a partir de septiembre. Es una fase de reflexión y cambio”. Además, destaca que, narrativamente, el estío “da mucho juego ya que la libertad de horarios, costumbres y movimientos permiten que puedas dar rienda suelta en el guion a situaciones que no serían tan creíbles en otro momento. En esos meses puede suceder cualquier cosa”.
Hacer las maletas para arribar a coordenadas lejanas o quedarte en tu barrio y redescubrir tu cotidianeidad desde otro prisma. Estas son las dos premisas que dominan gran parte de los relatos fílmicos que nos ocupan. En el primer caso, hablamos de filmes en los que “se extrae a un individuo de su hábitat natural para introducirlo en un escenario que no esperaba”, explica Madrid. Un país lejano, el pueblo de sus antepasados, un campamento en el que conozca a una hermana gemela secreta… La cuestión es colocar a nuestro protagonista en unas coordenadas distintas a las que transita habitualmente.
La segunda opción supone el foco en aquellos individuos que se ven obligados a permanecer en su ecosistema tradicional, pero con unas circunstancias temporalmente distintas a las que acostumbra a habitar. Son esas cintas en las que el asfalto hierve suspendido en el tiempo, en el que las ciudades languidecen bajo la dictadura del mercurio y la calima, un paréntesis vital en el que “nada ocurre y todo ocurre”, resume Company. Entre el buen puñado de títulos que encajarían aquí, podemos cazar con lazo títulos como La virgen de agosto, Barrio, o Mujeres al borde de un ataque de nervios. El director de Cinema Jove cita La tentación vive arriba, de Billy Wilder, “en el que un personaje que intenta sobrellevar el día a día en su vivienda habitual, pero con unos condicionantes distintos a los que le rodean normalmente: llega el verano, su mujer e hijos se van de vacaciones sin él y hay algún cambio en su vecindario”.
De las calles derretidas al sol hasta las colchonetas, el estío cuenta con su propio imaginario colectivo cuyas claves podemos reconocer sin demasiados quebraderos de cabeza. “Un punto esencial es la suspensión de las rutinas, que abre un hueco a lo extraordinario en todos sus sentidos”, apunta Casañ. Para Áurea Ortiz, otras de las claves que se repiten en este tipo de cintas son “la pereza estival y la sensación de tiempo detenido: Las horas del verano, El nadador, La escapada... También el concepto de viaje no es solo físico, sino emocional, como en Vacaciones en Roma”.
En la misma línea, el responsable de Cinema Jove alude a denominadores comunes de los fotogramas con ecos caniculares como “los descubrimientos, los reencuentros y la mirada nostálgica hacia el pasado”. Imposible darse un garbeo por este abanico fílmico sin aludir al coming of age, término que, como resume Madrid, se emplear “para englobar a esas películas sobre niños o adolescentes en tránsito hacia la edad adulta. Muchas de ellas suceden en época de asueto y giran en torno al primer amor o al despertar sexual, como en Verano del 42 o El Verano de Sangaile”. Al fin y al cabo, explica Company, se trata de reflejar “ritos de iniciación, o aventuras que en esas edades se viven en pandilla, como ateverse a entrar en la casa embrujada del pueblo”.
En esa misma línea, la productora y gestora cultural Laura Pérez recuerda que un buen puñado de cintas surgen de la idea de esos jóvenes “que cuando empiezan el curso parece que son otros porque han experimentado algo en los meses de vacaciones que les ha hecho evolucionar. Pero también encontramos personajes más maduros que se dan cuentan de que ya no son la persona que eran antes”. Y de cuerpos y deseo va el asunto, pues, expone Ortiz, la sensualidad constituye “uno de los principales tópicos” de esta galaxia fílmica. “Podemos verlo en La piscina, El sabor de la sandía o Lucía y el sexo”, añade.
La canícula también puede ser el entorno perfecto para que se liberen las pulsiones más siniestras. Y es que, el verano también tiene su reverso tenebroso. “Que los personajes estén libres de obligaciones profesionales y disfruten de un tiempo de ocio permite que sean fechas muy propicias para el terror: turistas, bañistas y excursionistas de todo tipo y condición han sido víctimas habituales en películas como Tiburón o La matanza de Texas”, explica Guillot, director artístico en Mostra de València. En ese sentido, Casañ señala como eje fundamental en estas tramas la representación del calor desde dos puntos de vista opuestos: “por una parte, la calidez puede contribuir a la alegría de vivir, a una mayor vitalidad, pero también tienes el prisma de esas temperaturas asfixiantes que nos vuelve más irascibles y es más fácil que se nos crucen los cables, como vemos en Un día de furia…”.
Prados verdes hasta reventar, pupilas que rebosan sol, pieles que se doran junto al mar, calles desiertas e inundadas de calima…Ese imaginario canicular al que antes aludíamos también alcanza las parcelas puramente estéticas. Y es que, visualmente, el estío ofrece planos y tomas tan jugosos que son capaces de encandilar al director de fotografía más apático del globo terráqueo. Como apunta el responsable de Cinema Jove, hay creadores muy estetas “que tratan de captar lirismo y la atención a los detalles; la belleza del paisaje, de la vegetación o el golpeo del mar en las rocas. Un ejemplo es Aguas tranquilas, de Naomi Kawase. Estas cuestiones también se integran en ese ritmo más sosegado del verano, cuando bajamos nuestras revoluciones y nos fijamos en cosas que tenemos alrededor, pero en las que no solemos reparar”. Y si nos deslizamos por imágenes especialmente atrayentes para la cámara, Casañ señala sin pizca de dubitación a “los reflejos en la piel sudorosa o enrojecida por el sol. También esas atmósferas tórridas que afectan a los movimientos del cuerpo”. “Las películas que nos hablan de vacaciones tienden a ser luminosas y a aprovechar la luz solar. También ofrecen bellos paisajes, de mar, montaña o urbanos, da igual. El riesgo es el cliché, la postal, y creo que títulos como Bajo el sol de la Toscana caen en ello. Pero, si se evita el tópico o se juega con él, el resultado es magnífico: Moonrise Kingdom o las piezas de Rohmer Pauline en la playa, Cuento de verano o El rayo verde”, señala Ortiz.
Ese ambiente dulce y cegadoramente brillante también puede ser un espacio para subvertir tópicos vacacionales en clave de angustia y escalofrío: “en Quién puede matar a un niño, de Narciso Ibáñez Serrador, se construye un relato de terror en un entorno idílico. La ciénaga, de Lucrecia Martel o Las vírgenes suicidas, de Sofia Coppola juegan con los clichés de la sensualidad y la libertad corporal y emocional para construir universos opresivos e incómodos. Un ejemplo particularmente perturbador, que le da la vuelta a todo lo placentero del verano mostrando imágenes inequívocamente estivales es la trilogía Paraíso (2012-2013), de Ulrich Seidl”, expone la docente.
En ese sentido, la integrante de La Filmoteca destaca que el calor ofrece “muchas posibilidades expresivas y actúa metafóricamente: la sensación de agobio u opresión, de tensión a punto de estallar, como en Doce hombres sin piedad, que, aunque transcurre en un interior, transmite absolutamente la sensación de calor sofocante y ayuda a la angustia del argumento. O como expresión del deseo sexual en Fuego en el cuerpo o en Lucía y el sexo”. Y en la misma línea, apunta Ortiz, la saturación cromática “también es muy propia de estas películas, sobre todo si es un enclave marítimo. Mamma mia sería un buen ejemplo: el sol reverbera, todo brilla y deslumbra”. “Las elecciones estilísticas son la materia misma de la expresión y en el caso de las obras veraniegas, a menudo implican planos empapados de luz”, apunta Company.
“Es cierto que las altas temperaturas le fueron muy bien a una historia tensa y sofocante como la de En el calor de la noche, pero tampoco escasean los thrillers ambientados en grandes espacios nevados”, recuerda Eduardo Guillot, quien señala sentirse especialmente atraído por aquellos títulos que tratan “de darle la vuelta a esas ideas preconcebidas. Por ejemplo, Picnic en Hanging Rock transcurre durante una tórrida jornada estival, a plena luz, y sin embargo logra crear una atmósfera sumamente inquietante. Es una cinta de género que huye de los sótanos, la oscuridad y los golpes de efecto”.
Y ahora, lectores, ajústense el flotador, recuerden meter un canotier de paja en la maleta o rellenen su cantimplora con agua bien fría. Ha llegado el momento de decidir en qué película quieren que se convierta su verano.
Juan Miguel Company
Los cuentos de la luna pálida (Kenji Mizoguchi, 1953)
Juegos de verano (Ingmar Bergman, 1951)
Eduardo Guillot:
Un verano con Mónica (Ingmar Bergman, 1953)
Cuento de verano (Éric Rohmer, 1996)
Laura Pérez:
Siempre juntos (Benzinho) (Gustavo Pizzi, 2018)
Nuestro último verano en Escocia (Andy Hamilton y Guy Jenkin, 2014)
Áurea Ortiz:
Estiu 1993 (Carla Simón, 2017)
La caza (Carlos Saura, 1965)
Carlos Madrid:
Haz lo que debas (Spike Lee, 1989)
El verano de Sangaile (Alanté Kavaïté, 2015)
Rafa Casañ:
La tentación vive arriba (Billy Wilder, 1955)
La ventana indiscreta (Alfred Hitchcock, 1954)