Mohammed Amer es una especie de delfín o sucesor de Dave Chappelle. Sus monólogos, desde el punto de vista de un árabe musulmán en Estados Unidos, son irreverentes y corrosivos y tienen al mismo colectivo en el punto de mira: El hombre blanco. En su último monólogo "Mo" introdujo bromas sobre el 11S, sobre sus problemas en aeropuertos y centros comerciales, pero si tuvo un punto que pasará a la historia fueron sus reflexiones sobre un país que no usa bidé
VALÈNCIA. El monólogo se titula Mohammed in Texas. No tiene nada de particular la localización, el humorista creció en Houston. Está orgulloso de ser de ahí. Asegura que durante la pandemia por primera vez sintió ese instinto nauseabundo de que no vengan "los de fuera" cuando escuchó que en California y Los Ángeles la gente se planteaba ir a Texas para escapar del virus. Deja claro que no es menos americano que nadie por ser de origen palestino, pero nada de eso le impide ir a saco contra los blancos. Aunque hable bien de ellos, como de sus vecinos, les llama rednecks.
Se refiere a ellos como paletos por estar siempre preparados para los huracanes, aunque la gracia del chiste es que se estaba llamando paleto a sí mismo por no estarlo. También mete buena caña con los nombres de las vacunas. De lo que se espera de una de Pfizer, laboratorios alemanes, y una de Johnson & Johnson, a los que imita como locos de los pantanos sureños, cocinando con veneno de serpiente y pasándoselo de boca en boca. En fin, el último monólogo que ha lanzado en Netflix es una digresión sobre la pandemia muy divertida, pero tiene un momento mágico más allá de la actualidad: el bidé.
Desconocía que en Estados Unidos no había o era raro verlos. Googleando encuentro que han cobrado cierto interés, pero no por higiene, sino como alternativa al papel, que es malo para el medioambiente. En ese caso, solo espero que tras deponer, antes de ir al bidé, no se lo limpien con la toalla. La verdad es que podría suscribir palabra por palabra esa parte del monólogo de "Mo", pero no lo llevaría a cuestión nacional, porque encuentro que en España aunque hay bidés, mucha gente no los usa.
"Mo" se pregunta cómo es posible que si alguien se mancha con heces la manga del jersey, por poner un ejemplo, se limpia en el acto llorando y gimiendo con toda suerte de productos, pero luego al tratar con su ano piensa que con una pasadita con el papel ya está todo listo. Perdonen que me detenga en algo tan trivial, pero es que hay mucha gente entre nosotros que funciona así. Se puede entender fuera de casa, pero en el hogar, a no ser que vayas directo a la ducha después... No puedo seguir, es una problemática que me hace sufrir. Llora el niño Jesús si se lo explicas.
Parece que en la esfera cultural anglosajona, históricamente, se asoció el bidé, invento francés, a la anticoncepción y a los burdeles. Ambas circunstancias tenían que ver con el hedonismo, lo que fue rechazado por los británicos y los muy protestantes europeos que emigraron a América del Norte. Un académico, precisamente de la Universidad de Houston, como "Mo", explicó en 2020 al New York Times que en Estados Unidos el bidé se veía como un "esnobismo francés". Siguiendo esa línea no me extrañaría que aquí algún espabilado salga un día sosteniendo que limpiarse el culo es de hipsters. Graciosamente, el reportaje del diario de Manhattan recuerda que es extraño encontrarse bidés en la cultura popular estadounidense. Por supuesto, cita, tuvo que ser en Keeping Up With the Kardashians donde apareciera uno, aunque fuese de superlujo.
También es simpático que en el artículo, firmado por el hijo de una mujer iraní y musulmana, el autor recuerde que su madre se lavaba después de cada evacuación intestinal, que él aprendió eso, que sus amigos alucinaban al ver su baño cuando iban a su casa, y que siempre estuvo impecable. "Nunca hubo una sola marca de derrapes, eran algo grotesco e incomprensible, como el fascismo", dice jocosamente.
Googleando más profundamente, encuentro que no he sido el único con esta preocupación. Hace dos décadas nada menos que el diario económico Cinco Días publicaba en sus páginas sepia una columna del presidente de la Comisión de Economía y Hacienda del Congreso de los Diputados, el excelentísimo señor don Fernando Fernández de Trocóniz sobre el bidé. Para mi sorpresa, el autor realizaba unas terroríficas confesiones. "En toda mi vida nunca he usado tal aparato". Situación que hacía extensiva a sus contactos, "prácticamente nadie reconoce su empleo".
El que también fuera segundo alcalde de la democracia de Salamanca sostenía que bastaba con ducharse después de hacer de vientre. Detalle sobre el que reparaba "Mo" en su monólogo, cuando un amigo suyo se alojaba en Houston en un hotel de cinco estrellas sin bidé, lo que le pareció aberrante, y tuvo que ducharse cada vez que iba al baño.
Más esperanzador era cuando el diputado recordaba que la legislación española, en materia de viviendas de protección, exigía su obligatoriedad a los constructores. En cuanto a la hostelería, desde 1968 era obligatorio para los hoteles de lujo. Desde 1983, es un requisito para tener al menos cuatro estrellas. Sin embargo, su conclusión volvía a lo estremecedor: "Si nos ponemos en cuestiones de diseño de cuartos de baño, el bidé es un estorbo y encarece la construcción". Este artículo se escribió el 12 de agosto de 2002. El 5 de septiembre, tuvo que dimitir y abandonar el escaño tras sostener que había que reducir las pensiones de las mujeres por vivir más años. La canción de ese verano fue Bomba de King África. No sé, quizá se la tomase muy a pecho.
Volviendo a "Mo", con esta y sus diatribas sobre el hummus, que cualquier espectador español y muy particularmente valenciano puede entender perfectamente cambiando el término por paella, la verdad es que se postula como next big thing en este negociado del monologuismo. Hay críticas estadounidenses que avisan a Dave Chappelle de que debería fijarse en sus teloneros porque cuentan más chistes que él últimamente. Curiosamente, lo de contar chistes a mí me resulta un tanto cansino. El monólogo His dark material de Jimmy Carr venía presentado como la panacea esta Nochebuena y, sinceramente, tenía un pase como cuentachistes pero nada más. "Mo", como su mentor, o la adorada en esta casa Sarah Silverman, se enreda en sus digresiones y vivencias, y hacen algo realmente diferente. Vaya por delante que en un bar con los amigos salen mil y un chascarrillos como los que esta gente cuenta sobre el escenario, pero ahí está lo más fascinante, porque los del plantel del Netflix cobran como futbolistas de elite por hacerlo.