VALÈNCIA. Ha sido la de esta semana la primera ocasión en que el director granadino trabaja con la orquesta de València, y el encuentro no puede haber resultado más feliz. Sólo queda que desear que en un futuro se repita, lo que no será fácil a la vista de la cargadísima agenda internacional del maestro. Fue fácil comprobar que Heras-Casado no había venido a València a hacer un bolo más, y desde el primer minuto de los ensayos se arremangó y sometió a los músicos a una intensidad que este jueves la ha convertido en una velada para el recuerdo.
Los ciento cinco compases orquestales que sirven de introducción a este primer concierto de la literatura beethoveniana sirven para situarnos todavía en el área de influencia de Haydn y Mozart, pero a su vez también para percibir que nos encontramos ante “otra cosa” verdaderamente grande, no tanto en el instrumento solista, que entra tras esa larga introducción, como en el acompañamiento orquestal.
Heras-Casado dirige sin batuta y anticipando su expresivo gesto a las sucesivas entradas de los músicos. En este último sentido me recuerda directores como Muti que marcan con antelación y la orquesta toca después de marcar. Cuando un director tiene capacidad para la expresión creo que es la mejor forma de comunicar a sus músicos lo que quiere en cada momento no sólo en el ritmo sino también en el sonido. El instrumentista agradece que ese gesto se produzca instantes previos a entrar. Heras-Casado se sirve de sus manos para literalmente atrapar y soltar el sonido. Cuando un director es capaz de manejar el gesto de esa forma tan precisa a la par que expresiva, pienso que no hay forma mejor de gestualidad en la dirección de orquesta para hacerse entender y obtener los mejores resultados.
Como se sabe, el auditorio superior no es la mejor sala del mundo, y en esta ocasión fue la cuerda la más perjudicada por una reverberación que no es buena aliada y que emborronó la línea de las veloces escalas de la cuerda que contiene la introducción de este primer movimiento. Se nota en las contrastadas dinámicas más historicistas que herederas de la gran tradición del siglo XX, que Heras-Casado viene de la música antigua. Difícil recordar en los últimos años una traducción de estas características a nuestros músicos, que demostraron un gran nivel de adaptación a la particular visión del director español, que no se limitó a una interpretación rutinaria sino que llevó a cabo una lectura muy personal de la obra. No deja de ser eso un riesgo y más con una orquesta que no está acostumbrada a estas lecturas y afronta con mejores resultados el repertorio post-romántico que el clásico.
Si bien la interpretación fue estupenda los resultados se vieron algo lastrados por el hecho de que el lugar de los ensayos tenía una acústica muy diferente a la del auditorio superior. Es un handicap con el que se tendrá que luchar esta y la siguiente temporada.
Enorme la pianista venezolana se movió por los peligrosos pasajes de forma cristalina, preciosista gracias a su técnica depurada. Una sala con una acústica más seca hubiese beneficiado su pianismo transparente. Especialmente inspirada durante todo el concierto, tuvo los mejores momentos en un tiempo lento de cortar la respiración gracias también a un acompañamiento de lujo comandado por Heras-Casado que no se limitó únicamente a seguir a la protagonista. Gran éxito que se prolongó en la propina. Montero es una artista reconocida internacionalmente por sus improvisaciones. Como es habitual en sus conciertos, tras el concierto solicitó del público una tonadilla con la cual improvisar una pieza. No es la primera ocasión que se le solicita improvisar sobe el tema venezolano Alma llanera. Montero desarrolló todo su talento en una improvisación en la que pasó por los más diversos estilos musicales con la sencilla melodía de fondo. Extraordinaria.
El crítico musical Norman Lebrecht se planteaba en su obra El mito del maestro, de una forma bastante sensacionalista, su duda sobre si realmente los directores de orquesta servían para algo, y en todo caso si a la orquesta lo que realmente le condicionaba era el carisma y la auctoritas de ciertos directores, que arrastraban tras de si un halo de magnetismo que influía inevitablemente en los músicos. El concierto de este jueves deja muy claro lo gratuito de las observaciones del crítico inglés. El sonido de una orquesta cambia principalmente por el trabajo y el talento, por la capacidad de transmitir ambos a los músicos por parte del director durante los ensayos, y por la disposición de estos a poner en práctica esas observaciones. Ya un miembro destacado de la orquesta de Valencia me había advertido, entre semana, sobre la altísima calidad de los ensayos con el maestro granadino desde el minuto uno de subirse éste al podio y la cantidad de cosas que estaban aprendiendo. Cuando un director lleva la carrera internacional de Heras-Casado, por algo será. Tantas grandes orquestas no pueden estar equivocadas. Los resultados no se hicieron esperar.
El cambio de sonido de una orquesta nos lleva a plantearnos hasta el punto la diferencia de calidad de los músicos entre las formaciones de cierto nivel es tanta, o es quizás la calidad de los directores . Por supuesto que las grandes orquestas en las que todos pensamos tienen en sus atriles excelsos solistas y en términos globales son superiores, pero la diferencia la marcan los maestros con los que las orquestas trabajan.
Existía cierto temor por el hecho de que haber ensayado en una sala distinta repercutiera negativamente en el sonido y en las dinámicas pero primer gran crescendo planteado con una tensión e intensidad asombrosa por músicos y director ya fue indicativo de lo que se nos venía encima. Heras-Casado contempla la obra como un todo, desde el sonido global, y para ello en Bruckner existen varias premisas que no se puede uno saltar: la cuerda tiene un peso esencial y Heras-Casado le pide precisamente peso del arco sobre el instrumento que se traduce en un sonido grande y denso capaz de arropar a todo el conjunto incluidos los metales. La formación, en este sentido, no sonaba como estamos acostumbrados. Buscar un sonido global no está reñido con encontrar todo el sentido a cada una de las frases y Heras-Casado se afana en esta tarea consiguiéndolo también. En segundo lugar las maderas son fundamentales en el contraste entre el gigantismo de los corales y el lirismo que desprende también esta música. También se obró el milago de que estas se hicieran oír en esos pequeños huecos que la magistral escritura bruckneriana permite.
El adagio es el movimiento “Wagneriano” de esta obra con citas a La Walkiria, pero no es de los movimientos más felices de la obra ni de la recopilación de adagios del maestro austriaco. Da la sensación de que la figura de su idolatrado Richard Wagner, dedicatario de la obra, pesa demasiado. Salvo una primera entrada un tanto brusca de las maderas, su transcurso estuvo dentro de la excelencia.
El Scherzo se salvó sin problemas técnicos aunque un pelín más de transparencia hubiese sido lo deseable. Se empezaron a dar ciertos síntomas de cansancio: “acabamos exhaustos” me diría luego un músico. La exigencia de Heras-Casado es máxima durante la hora que dura esta sinfonía. El finale, movimiento en el que aparecen de nuevo los ecos wagnerianos, tuvo sus grandes momentos en los contrastes entre lo mundano (polka) y lo triste (corales) como definiría el mismo Bruckner, y la coda en el que resplandece magistralmente de forma triunfal el tema principal modificado respecto al inicio de la obra, la llevó Heras-Casado con enorme brillantez aunque sin retener el tiempo cosa que-es una cuestión de gusto- yo hubiera deseado.