VALÈNCIA. En el arte y la fotografía el espectador ve el resultado final, que es la obra en sí que se expone en la sala, pero detrás hay todo un proceso de creación que muchas veces se queda en un segundo plano. Un proceso que lleva al artista a definir lo que luego se colgará sobre la pared y que la ciudadanía verá con sus propios ojos, dejándose llevar por lo que la obra expuesta le transmite, ya sea una pintura o una fotografía. Y es precisamente ese proceso creativo en el que el Centre del Carme Cultura Contemporània (CCCC) lleva al ciudadano a través de sus dos nuevas exposiciones: When the Process Becomes a Painting, de Juan Olivares, y Algo parecido a la libertad, de Raúl Belinchón, que podrán verse hasta el próximo 25 de febrero. Así, situadas en la primera planta del espacio —en la sala 1 y 2 respectivamente— ambas exposiciones ponen en valor ese camino que lleva al resultado final: Juan Olivares llevando a la máxima ese proceso pictórico, más allá del resultado, y Raúl Belinchón retratando lo que hay tras los muros de la cárcel de Picassent, un proyecto para el que necesitó tres años.
La exposición de Juan Olivares es un reflejo del nuevo rumbo que ha tomado la práctica pictórica del artista, en la que el proceso es más importante que la pintura acabada, haciéndose eco de esa frase que dice: “quien se obsesiona con la cima, se pierde la montaña”. Una nueva vertiente creativa que Juan Olivares descubrió en su segunda estancia en Shanghái (2019) cuando llegaba al estudio y veía que lo que había hecho el día anterior no le emocionaba tanto como antes y, en cambio, “toda esa búsqueda del día de ayer, que estaba en el suelo, en los pinceles, en los apuntes, en las ideas… me emocionaba”. Y fue entonces cuando comenzó a dar importancia a todos esos elementos que hacen posible la obra final, que es la etapa creativa en la que hoy se sitúa Juan Olivares. “Todo lo que orbita alrededor de una pintura es una obra de arte. En este momento, para mí, es mucho más importante mostrar esa parte que obsesionarme con la búsqueda de una obra perfecta o acabada”, comenta el propio artista.
Un proceso en el que Juan Olivares se encuentra “descartes, búsquedas, errores, nuevas ideas y ventanas que se van abriendo, pero que pese a ello hay que estar atento al propio proceso para que, llegado el momento, decidir si es una obra de arte; es decir, que puedes mostrarla sin necesidad de llegar a la perfección”. Y es que, como el propio Olivares explica, llega un instante en el que se mecaniza la manera de trabajar y eso lleva a “enseñar una pieza pulida, que pierde algo de emoción e incluso resulta fría”. De ahí que a esta nueva etapa llega “por intuición” y gracias a esa manera de ser de Juan Olivares en la que necesita hacer para aprender, pero también “sentir la emoción”, de ahí que cuando desapareció esa sensación “comencé a buscarla de nuevo y la encontré en el día a día, en el camino hasta alcanzar esa obra”.
De ese procedimiento expresa que se queda con la propia obra: “me doy cuenta de que la pintura es el camino, por lo que me permite coger una pieza de ese proceso, desde las imprimaciones, la preparación de la paleta, los palos para remover la pintura… con todo eso es con lo que me quedo”. Y así es precisamente When the Process Becomes a Painting, que reúne una selección de pinturas de gran formato así como cartones y objetos que remiten a todo el proceso pictórico, incluyendo imprimaciones, listones de remover la pintura y paletas, así como toda la documentación que ha acompañado al artista a la hora de elaborar una pieza.
A lo largo de todo este trabajo pictórico, hay un elemento central: la paleta, que acumula incesantemente mezclas y búsquedas, y permite adivinar las huellas de ese proceso. Un objeto que remite a la idea romántica del pintor y en su búsqueda por un color concreto, lo que ha llevado a convertirse en el tema de la propia pintura —ejemplo de ello es ‘Looking for a green o Looking for a red. También Looking for Goya, que para Juan Olivares es una serie muy importante porque “no es solo un homenaje a Goya, que para mí es el pintor moderno por excelencia, sino al compromiso social que un artista tiene que tener”. De hecho, como recuerda el artista de Catarroja, en su exposición no hay una denuncia como tal pero sí una manera de entender la vida: “el compromiso social empieza por el compromiso individual de cada uno, de no buscar un egoísmo sino de pensar qué puedes aportar; disfrutar del proceso y no obsesionarse con el beneficio”.
Derribando los muros de la cárcel
La otra exposición que puede visitarse estos días en el Centre del Carme Cultura Contemporània (CCCC) es ‘Algo parecido a la libertad’, la obra del fotógrafo Raúl Belinchón en la cárcel de Picassent. Un trabajo para el que requirió tres años, tiempo en el que tuvo que romper barreras arquitectónicas, pero también personales, pues debía entablar la confianza necesaria con los presos y las presas para que ‘se desnudaran’ ante la cámara y contaran su realidad. “Esta exposición muestra el trabajo más introspectivo que he realizado en mi vida porque no solo ha sido una mirada a mi interior sino también al de los presos y su entorno”, ha destacado Raúl Belinchón recordando que este proyecto nace en plena pandemia y a causa del sentimiento de agobio y claustrofobia que sintió durante los meses más duros del confinamiento.
De este modo y bajo esa idea del encierro, físico y mental, especialmente tras la covid-19, comenzó con los trámites para poder acceder a la cárcel de Picassent, una de las más pobladas de Europa. Lo logró a finales de 2020: “La primera semana ni siquiera saqué la cámara; me sentí observado por todos; estaba impresionado e incluso bloqueado”. Aquella primera sensación pronto se quedó en un segundo plano y rompió esa barrera y los clichés heredados de la sociedad: “los internos, acostumbrados a la monotonía, les atrae todo aquello que la pueda romper, aunque sea por unos minutos. Fueron muy participativos”. Y es así como comenzó a fotografiar todo aquello que le parecía interesante, un vasto material que tras un año decidió revisar y ordenar: “Viendo el archivo fotográfico y buscar qué quería contar, me di cuenta que quería plasmar esos breves momentos de libertad en un entorno claustrofóbico, de privación de libertad”. Y precisamente, esa luz en la oscuridad ha sido “el mayor reto de este trabajo, de buscar esos momentos en los que las personas intentan evadirse de dónde están”.
Un enfoque sobre la realidad penitenciaria que se aleja al imaginario y estereotipos que tenemos, pues en las fotos de Raúl Belinchón transmiten libertad sin obviar el entorno y muestra retratos humanos, cercanos. Como explica, el principal requisito para poder publicar las fotografías era obtener la autorización de los reclusos y reclusas: “Algunos de ellos me pedían una copia en papel de los retratos que les hacía para enviárselos a sus familiares; otros, para ponerlos en su celda; casi todos se mostraron muy receptivos”. Asimismo, explica que eran las propias personas las que pedían a Raúl ser fotografiadas: “Ha sido muy enriquecedor, sobre todo cuando se abrían a ti y te contaban sus historias”.
Esa manera de desestigmatizar la imagen de la prisión se refleja también en la exposición que, como su trabajo, está dividida en cuatro bloques: objetos modificados, retratos, el momento del último rayo de luz y las instalaciones. De este modo, en el centro de la sala están las imágenes de objetos requisados en los cacheos —junto al parte de los funcionarios— con los que los presos “tratan de hacerse la vida más fácil allí dentro”. La serie de ‘retratos’ refleja la complicidad con la que Belinchón llegó con ellos: “les pedía que pensaran un recuerdo de la infancia para buscar ese lado más humano”. En otra pared un collage refleja “escenas cotidianas que podrían ser situaciones que ocurrieran fuera de los muros de las prisiones”, como es el caso de personas tomando el sol o en el gimnasio. Eso sí, para no olvidar que están en una prisión en la parte superior ha colocado una fotografía de una cámara de vigilancia. Por otra parte, el bloque ‘el último rayo de luz’ recoge las fotografías “hechas momentos antes de que estas personas fueran encerradas en las celdas” mientras que las ‘instalaciones’ buscan retratar la prisión de Picassent pero buscando esa luz que se cuela en el patio, por ejemplo.
Una cercanía y una visión diferente del entorno penitenciario que también destacó el comisario de la muestra, Jorge Díez: “Con este proyecto Raúl Belinchón da un salto cualitativo y su mirada es más personal que nunca. Capta y ofrece al espectador los sutiles destellos de libertad en quienes, cumpliendo pena de cárcel, son capaces de generar espacios y momentos para la amistad, la solidaridad, el trabajo, la risa, la lectura, el deporte, la creatividad o el amor”.