Cristina Gómez dirige a un elenco de siete bailarinas y un músico en vivo en un espectáculo de ilusiones ópticas y cuerpos deformados
VALÈNCIA. Después de recibir los galardones a mejor espectáculo de danza, dirección coreográfica y bailarina en los Premios de las Artes Escénicas Valencianas 2022 por su trabajo Anhel, y de ser nombrada este año pasado creadora e intérprete destacada por la Associació de Professionals de la Dansa de la Comunitat Valenciana, Cristina Gómez había decidido darse un tiempo para rumiar su siguiente trabajo. Regresaría a las tablas con nuevo material en 2025. Pero tuvo un flechazo. La inspiración surgió al conocer al grupo de bailarinas a las que dirigió en un taller de composición y repertorio en la escuela de Eva Bertomeu en València.
El punto de partida fue un experimento en torno a su pieza sobre la carnalidad y el deseo, Anhel. Sus alumnas fueron jugando a la fragmentación del cuerpo y a la monstruosidad que genera la mezcolanza de miembros. De aquellas fértiles sesiones fueron surgiendo ilusiones ópticas y estampas que iban de lo grotesco a lo íntimo, de la quimera a la delicadeza. De este feliz accidente ha surgido su nuevo proyecto, Nana, adscrito a su línea de trabajo basada en la abstracción física y la deformación corporal.
Este próximo 19 de enero estrena en Carme Teatre la que es su primera obra en la que no va a subir al escenario, así que en esta ocasiñon no podemos referirnos a ella como intérprete.
La manchega, de hecho, no se siente del todo cómoda cuando alguien la presenta como bailarina, tampoco como coreógrafa. Hace poco se sintió identificada con Rafa Nadal al leer una entrevista donde declaraba, tras seis meses retirado de las pistas por lesión, que no se sentía tenista. Cuando Gómez asume, por ejemplo, la distribución de sus espectáculos, se distancia de su creatividad. Su perfil multitarea le cuelga como le descuelga etiquetas, así que opta por referirse a sí misma como artista autogestionada.
Para cada proyecto busca un equipo artístico distinto acorde a a las necesidades específicas del proyecto. En esta ocasión, su elenco está compuesto por las ocho bailarinas a las que estuvo formando, Eugenia Morera, Irene Úbeda, Nous Toboso, Celia Sierra, María Antón, Marina Valle, Alba Elvira y la cover Verónica Morles, y un músico en vivo, el zaragozano Gustavo Giménez, un poeta sonoro y performer experimental que se sirve de la voz, efectos y loops.
El cantante no será el único que improvise sobre las tablas del teatro de Tendetes, las intérpretes también procuran que cada representación nunca vaya a ser igual.
“Es una mezcla, hay escenas muy marcadas, siempre iguales, y otras que aunque están estructuradas y pautadas y las bailarinas sepan el principio, el recorrido y el fin, desconocen cuándo sucede cada paso, lo deciden en el momento. Por eso es tan especial, porque requiere de la escucha de todas ellas. El espectáculo está vivo al 100 por cien”, describe Gómez.
Durante la obra suena una canción de cuna que se halla tras la selección del título del montaje. A la artista, no obstante, le costó elegir el nombre. La decisión vino al repasar las instantáneas que tomó el fotógrafo Daniel Gómez en una sesión.
“Aquellas imágenes mostraban el contraste en la pieza entre ese toque tan femenino y maternal con algo muy agónico, de no poder más, pero, a la vez, las chicas son muy manada, no hay conflictos entre ellas y sobre el escenario sus cuerpos encajan y forman trenes y montañas, como la palabra nana, que al pronunciarla resulta repetitiva, sube y baja”, compara la directora artística.
Durante las clases en el centro de Bertomeu, Cristina Gómez remitió a sus alumnas a la serie fotográfica de la artista afincada en Londres Chloe Rosser Form & Function, cuyos cuerpos humanos contorsionados provocan extrañeza, y al espectáculo Manual Focus, de la coreógrafa danesa Mette Ingvartsen, donde sus tres bailarinas se presentan ante el público desnudas y con sus rostros girados 180 grados.
Cuando la posibilidad de una obra fue tomando forma, en otras fases y laboratorios, aparecieron otras referencias, como el clásico literario Alicia en el país de las maravillas o las desfiguraciones pictóricas de Francis Bacon.
“Me gusta intentar copiar, porque es imposible que lo que imites te salga igual, y en ese intento se origina otra cosa y empiezas a trabajar con libertad”, explica la creadora.
Gómez no se considera una coreógrafa en el sentido clásico. En el proceso de creación se ha situado como espectadora, con sugerencias y pinceladas, abierta a las aportaciones de su elenco. De hecho, las ocho aparecen como coreógrafas.
El trabajo de luces juega un papel fundamental en la propuesta. Carlos Molina ayuda a transmitir la ilusión de la fragmentación y de ver bailar a cuerpos sin cabezas, sin brazos o sin piernas. El diseño de iluminación es un gran aliado en la percepción visual distorsionada por parte del público.
En esta exploración técnica de la capacidad del cuerpo para deformarse, las bailarinas han asumido profundas exigencias físicas. Los pasos que ejecutan no son los habituales en la danza contemporánea. “A veces les digo que son estados que han de alcanzar, que han de quedarse en ese lugar. Como Anhel. Nana pide lentitud, tanto al elenco como a la audiencia. Es hipnótica, de quedarte embobado. Pero esos momentos de quietud, que parecen muy sencillos, son igual de duros. No mostrar la cabeza durante un buen rato, implica que la hayan de mantener bajada. Estas muchachas van a acabar con un cuello XL”, bromea.
Nana no responde a una temática clara. Es una suma de las vivencias del conjunto de sus coreógrafas e intérpretes. Como en Anhel, sus bailarinas aparecen desnudas. De ahí que resulte inevitable vislumbrar el cuerpo de la mujer como un territorio político: “Aunque no haya sido un imperativo desde el principio, veo delicadeza y también mucho machaque. No sé si tiene que ver con las decisiones coreográficas, que las han llevado a esos lugares, o a algo interno y experiencial, porque de manera inconsciente se está hablando de la soledad, de la necesidad de abrigo, de la sororidad, del aborto, de la maternidad y de la decisión de no ser madre”.
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