VALÈNCIA. La pasada entrada de este diccionario de Berlanga recogía la idea de que la ciudad que le vio nacer nunca fue un personaje central en sus películas, aunque sí lo fueron sin duda sus tradiciones populares. Sus películas estaban llenas de guiños y gags en homenaje a las raíces del director. Por eso no sorprende tanto que, por ejemplo, en un momento de Nacional III (1982) haya paella para desayunar. El guiño al papel de fumar en La vaquilla (1985), o la mención a los turrones de Xixona en Moros y Cristianos (1987), cuyos exteriores se filmaron en esa localidad.
Calabuch (1956), rodada en Peñíscola, huele a Mediterráneo en cada escena, que culmina con aquella secuencia de celebración con fuegos artificiales. También en Peñíscola se filmaría París-Tombuctú (1999). En les Coves de Vinromà, Los Jueves, Milagro (1957). Todos a la cárcel (1993), por su parte, se rodó en València y Utiel, la localidad natal de la familia. Benicàssim, Oropesa, Requena, Altea o Alboraya también formaron parte de la hoja de ruta de sus rodajes.
Visto así, la filmografía de Berlanga es una gran embajadora para acercar el turismo a la ciudad, idea que se ha aprovechado y estirado durante la celebración del Año Berlanga, donde se han realizado desde rutas turísticas por el cap i casal, hasta mapas del callejero de Madrid con los lugares que solía frecuentar o la presentación de la guía Berlanga a la vista durante el pasado Fitur para, precisamente, promocionar la Comunitat a través de sus producciones.
Sin duda su cine ayudó a posicionar a toda una zona en el mapa que ahora sigue siendo el escenario escogido por cineastas de aquí para realizar sus películas. Como es el caso de Lucas (2020), de Álex Montoya, rodada en València o La inocència (2019) de Lucía Alemany, rodada en su pueblo natal, Traiguera. O el caso de Elena López Riera, que siempre ha escogido Orihuela, su ciudad de origen, para rodar tanto sus cortometrajes como su ópera prima, El agua (2022), que se acaba de estrenar en la Quincena de Realizadores de Cannes. También el ilicitano Chema García Ibarra apuesta por un cine enraizado en sus orígenes, donde también todos sus cortometrajes y su largo, Espíritu sagrado (2021) tienen lugar en Elche.
Afirmar que el clima mediterráneo y la terreta tienen algo que encandila a aquellos que se alejan de él es una idea muy manoseada, nada nueva y basada en la nostalgia. Y el proceso de creación de Berlanga puede leerse con unas claves que no escapan de estos tópicos. Si bien su formación en Madrid le proporcionó las herramientas y las relaciones necesarias para poder tejer un equipo humano con el que trabajar en —y desde— el mundo del cine, Berlanga rendía homenaje a su tierra en cada línea del guion que se lo permitía, ya fuese por añoranza, por admiración y amor a una cultura y una tierra o por reivindicación de los orígenes.
Ahora bien, los ejemplos antes mencionados ruedan en sus ciudades no tanto por nostalgia sino por una cuestión de resistencia, desde el convencimiento de que se puede hacer cine escapando de las grandes ciudades y los grandes platós. Y que con este cine también posicionan unas coordenadas en el mapa (y es otra cuestión que merece su reconocimiento más allá y fuera de este diccionario y Año Berlanga que termina).
VALENCIA.- La película se escribió en 1948 y Berlanga y Azcona fueron añadiéndole capas al guion hasta el año 50. Después, le cambiaron el nombre varias veces: Los aficionados, Tierra de nadie... Pero no había manera de pasar la censura, que rechazó la película hasta en tres ocasiones. Así el rodaje se postergó hasta el verano de 1984, ya en tiempo de democracia y haciendo un retrato de la Guerra Civil con mayor distancia y perspectiva. De hecho, La vaquilla fue todo un experimento sobre cómo hacer comedia de este conflicto bélico. Si bien Berlanga era escurridizo en cuanto a expresar su posición política, nunca dudó en poner el dedo en la llaga y mostrar las atrocidades del régimen. Lo hizo en Plácido (1961), El verdugo (1963) o en La escopeta nacional (1978). Y lo volvió a hacer en este film, donde unos y otros se reparten responsabilidades a partes iguales hasta matar a la vaquilla, que es una alegoría de España.
Como en el resto de las películas de su última etapa como cineasta, en La vaquilla hay pólvora, música, luz, color. Y aunque aborda la guerra, el hambre, la pérdida y el dolor de toda una nación, en mitad del horror surge la necesidad de celebración en medio del frente, de que suene un pasodoble. Y las ganas de espectáculo se le fueron a Berlanga de las manos entre los intercambios de tabaco y papel de fumar. Los planos corales y las escenas con multitudes requirieron de más de quinientos extras. Esto, sumado al elenco, que contó con las actrices y actores más importantes del momento, hicieron que La vaquilla fuese la película más cara de rodar del cine español hasta aquel momento. Los treinta y cienco años de espera merecían todo un despliegue de medios.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 92 (junio 2022) de la revista Plaza