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 Diccionario berlanga (X)

València nunca fue protagonista, pero sí su folklore

13/05/2022 - 

VALÈNCIA.- Luis G. Berlanga venía de una familia burguesa de terratenientes y comerciantes y de València. Dos condiciones que sin duda influyeron en su obra cinematográfica. La ciudad estuvo presente en su obra en tanto en cuanto estuvo intrínsecamente ligada a su personalidad, profundamente mediterránea e ilustrada. 

Mediterránea por su estilo de vida: alegre, relajado, hedonista y vividor. El buen clima, la cercanía al mar (durante las vacaciones, se refugiaba en su casa de Orihuela, a escaso metros del Mediterráneo), la pirotecnia o la música son aspectos con los que creció y que formaron parte de su obra, más allá de sus intereses particulares. Ese gusto por el placer y la vida también está ligado a su condición ilustrada desde la cuna. Berlanga gozó de unos cuantos privilegios más que las personas que refleja en sus películas.

Durante la Guerra Civil, el joven Luis vivió esos años cruciales como una especie de largas vacaciones y que aprovechó para leer, aprender y adquirir una serie de conocimientos que serán la base de su futuro bagaje cultural. Privilegios y contactos que le hicieron zafarse de participar en la batalla de Teruel, en la que debería haber estado casi al final de la contienda. Meses después, con el fin de salvar a su padre de la pena de muerte y de llamar la atención de un amor no correspondido, Luis se alista como voluntario en la División Azul. Y aquellos meses en Rusia le alejarían de las ideologías políticas.

es curioso ver cómo Guadalix de la Sierra, Andalucía, París, Buenos Aires o la costa italiana fueron protagonistas de sus películas y no lo fue València

Luego la ciudad le volvió a ofrecer cobijo, donde se matricularía en la Facultad de Filosofía y Letras de València con la única intención de jugar en su equipo de fútbol. Allí escribió su primer guion de cine, Cajón de perro, que cuenta la vida de varios señoritos de provincias cargados de planes que nunca llegan a nada, y donde empezó a forjar su estilo a la hora de dibujar el destino de sus personajes. Era un burgués ilustrado pero con debilidad por gran parte de los rituales de la cultura popular de la ciudad. Sentía fascinación por las Fallas, del mismo modo que se declaraba forofo de ‘su’ Valencia CF; y él mismo reconoció que fue en el cine Rialto donde vio el Don Quijote de Georg Wilhelm Pabst, película que le empujó a dedicarse al cine.   

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Así, en 1947 se trasladaría a la capital para formar parte de la primera promoción de alumnos del Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (IIEC) para, acertadamente despegar en su carrera como guionista y director. Algo que todavía ocurre hoy si eres valenciano: o a la capital o a Barcelona o a San Sebastián, pero todavía la ciudad no tiene una escuela de cine reglada en la que formar a futuros realizadores y cineastas que puedan inspirarse en la terreta para escribir y rodar. 

Si la experiencia y las preocupaciones personales son cada vez más condiciones sine qua non para la creación artística, Berlanga tampoco se escapaba de esta premisa. Sus películas se nutren de numerosas anécdotas personales, así como de aquello que observaba y que le atravesaba. Sin ir más lejos, su modesta boda con María Jesús Manrique de Aragón se reprodujo en una escena de El Verdugo. Los jueves, milagro está inspirada en hechos reales donde critica la comercialización de las apariciones y eventos religiosos.

También lo estuvo, por ejemplo, Tamaño natural, que reflexiona sobre la soledad después de que Berlanga viviese varios meses en un apartamento en París en compañía de un maniquí articulado. Como también lo estuvieron varios de los guiones que nunca llegó a rodar, inspirados en amigos, viajes y anhelos. Pero es curioso ver cómo Guadalix de la Sierra, Andalucía, París, Buenos Aires o la costa italiana fueron protagonistas de sus películas y no lo fue València (salvo algún cameo puntual, como en París-Tombuctú). La ciudad que le vio nacer nunca fue un personaje central en sus películas, aunque sí lo fue sin duda su folklore, su mediterraneidad.

Nacional III (1982)

VALENCIA.- La última entrega de la trilogía del marqués de Leguineche tuvo una tenue recepción entre la crítica cinematográfica del momento y fue, de la saga, la película que ingresó menos en taquilla. A pesar de la tibia acogida, a Berlanga y Azcona les divertía seguir retratando la España contemporánea a través de aquella familia de pandereta. En Nacional III, el miedo a que la llegada del socialismo al poder llevara a la revolución comunista, la fuga de capitales de los aristócratas y las clases altas, el machismo más baboso o la nostalgia de un régimen fascista son los motores de la trama. Revisitando el clásico, son temas que continúan latentes en la actualidad y no tanto porque Berlanga y Azcona se adelantasen a su tiempo, sino porque nosotros nos hemos encargado de repetir ciertas dinámicas y evolucionar lo más mínimo en cuatro décadas.

 

La película arranca con el fracaso del golpe de Tejero el 23 de febrero de 1981 como telón de fondo. Los Leguineche han abandonado su palacio y buscan nuevas formas de conseguir dinero. Aprovechando que el díscolo hijo del marqués busca reconciliarse con su mujer, Chus, el marqués de Leguineche hará de las suyas para lograr la herencia que pertenece a Chus y que podría sacar a su familia de la ruina. Berlanga toma la idea del temor que sintieron las clases altas debido al auge del socialismo, por lo que los Leguineche, al lograr por fin hacerse con la herencia, se instalarán en Biarritz para camuflar todo aquel dinero; no obstante la situación vuelve a complicarse para el marqués y los suyos cuando en las elecciones francesas triunfa el partido socialista y el temor les acecha de nuevo. Entonces acaban por buscar soluciones en Miami, pensado como el punto de partida para poder seguir con la historia de esta peculiar familia. 

El valenciano reconoció que disfrutaba tanto rodando con Luis Escobar, Luis Ciges y el resto del elenco, que realmente si hubiese sido por él y por Azcona, habrían rodado varias entregas más y quién sabe si hubiesen llegado hasta la España del 15M, de la corrupción valenciana o de Pujol y las elecciones catalanas. No obstante la industria no les permitió atreverse a seguir vaticinando. Los productores al ver la acogida y las críticas no quisieron continuar financiando la historia de los Leguineche, por lo que el cuarto episodio se quedó en papel. En esta historia, la palabra ‘nacional’ finalmente desaparecía del título; se trataba de ¡Viva Rusia!, cuyo guion estuvo bajo llave hasta el pasado junio y que ahora está huérfano de director y de productor. Un título que ya invita a saber más de él y que muy posiblemente apele a la rabiosa actualidad.


* Este artículo se publicó originalmente el número 91 (mayo 2022) de la revista Plaza

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