VALÈNCIA. Hace apenas un año, la poesía no había encontrado un hueco propio en El Cabanyal. En medio de la efervescencia cultural que habitaba sus calles, parecía que el barrio se resistía a esos torrentes verbales repartidos en estrofas. Ese vacío llegó a su fin cuando las hermanas Sara y Yasmina Olivas -vecinas de la zona y perdidamente enamoradas de este antiguo pueblo de pescadores- decidieron poner en marcha Versillos a la Mar. El proyecto, que sopló las velas de su primer cumpleaños a finales de noviembre, parte de una premisa de incontestable sencillez: reunirse el último miércoles de cada mes para realizar un recital poético en tono informal, fresco y distendido. Una cita sin más pretensiones que ha ido creciendo hasta convertirse en una de las propuestas de referencia en este rincón del Mediterráneo. La última reunión del año será, como siempre, en el bar El Viento, aunque debido a la dictadura navideña, harán trampas con el calendario: en lugar de celebrarla el 26 de diciembre, lo harán el 19.
Como tantos otros proyectos, el que nos ocupa partió de una crisis existencial, de esa comezón estomacal que nos interroga sobre qué rumbo deseamos tomar y con qué alforjas vamos a emprender el camino. Ante el abismo imperante, Sara Olivas decidió rastrear en sus entrañas: “llevaba mucho tiempo escribiendo y me di cuenta de que había espacios donde podía acudir a recitar mis poemas y abrirme en canal al mundo. Lo probé y me encantó”, explica la periodista y gestora cultural. Vencido el pánico escénico, decidió convertir esa experiencia íntima en una propuesta colectiva y de coordenadas muy concretas: “haciendo un estudio del territorio, descubrí que en muchos barrios de València ya había recitales poéticos periódicos, pero en El Cabanyal todavía no existía nada similar, estaba vacío poéticamente hablando. Es cierto que antes estaba La Regadera, pero ya no”.
Llegados a ese punto, ¿por qué no intentar inundar de vida poética las calles en las que ella misma se había criado? Sara asumió las tareas de la programación del evento, mientras que Yasmina tomó las riendas del diseño gráfico, en el que son obvios los guiños a ese carismático universo de arena y agua salada. Así, comenzaron las travesías mensuales que incluyen un cartel de poetas que muestran su trabajo al público y un tiempo de micro abierto. De hecho, la horizontalidad es uno de los ejes fundamentales del proyecto. Nada de elitismo sectorial ni corsés academicistas. Según comenta Sara, “todo el mundo cabe aquí, da igual que no hayas recitado nunca o que estés empezando. Por eso decimos que es ‘Tu barco y cada día el de más gente’”. Oteando el horizonte, el objetivo es abrir la convocatoria a otras artes, como la música.
En cualquier caso, Sara no esconde el reto que supone debutar en el hábitat de la poesía en vivo: “te desnudas completamente delante de gente que no te conoce. La primera vez es muy difícil, pero es algo que tienes que pasar. Creo que cuando compartes tus textos en voz alta, tus demonios salen, los canalizas y se van. Es una sensación brutal. Al menos a mí me sucede, es una terapia”. “Cuesta coger tablas, pero es parte del proceso poético”, señala Víctor Benavides, colaborador del proyecto, quien resalta que “cuando escribes en un blog no sabes si se va a leer o no, pero cuando recitas tienes esa conexión en directo. Puedes ver las caras: si les gusta, les hace gracia, les emociona…”. Viqui Catalán, asidua a las sesiones ya sea como autora o como espectadora, apunta al rol de estos encuentros como vía alternativa al mercado editorial: “Publicar un libro de poesía es muy complicado, pero los espacios en los que tienes un micrófono a tu disposición generan una cultura democrática porque todo el mundo tiene acceso a compartir su voz. En las esferas más oficiales siempre publican los mismos, siempre escuchamos a los mismos…en cambio, iniciativas como Versillos permiten que intercambiemos experiencias”.
Con el salitre por bandera, Versillos a la Mar sigue consolidándose como figura de referencia en cuanto a poesía a orillas del Mediterráneo se refiere. Sus tentáculos líricos continúan en plena expansión. “Los recitales en El Viento fueron la primera piedra y ahora estamos poniendo en marcha otros proyectos en la zona que también tienen a la poesía como eje”, explica Benavides. Por ejemplo, desde el pasado agosto coordinan la iniciativa Versat i Fet en la sala Amstel Art del Veles e Vents. Allí se reúnen el primer domingo del mes en un encuentro en el que el público establece un reto para la siguiente cita, por ejemplo, el tema sobre el que se debe escribir (existencialismo fue el elegido en la última sesión). Otra de sus intervenciones fue en el último Cabanyal Íntim, dedicado a la memoria y donde realizaron un homenaje multitudinario al poeta del barrio Francesc Aledón, fallecido en 2017.
Habitante de estos rincones marineros desde que puede recordar, Olivas se asoma a la incertidumbre que empapa los paisajes de su infancia. “No me gustaría tener que irme del barrio nunca. Es una zona repleta de comercios de siempre, donde conoces a todo el mundo, y quiero que siga siendo así”, señala. No en vano, es consciente de los interrogantes a los que se enfrenta este enclave, que todavía trata de decidir cómo quiere articularse en los próximos años y de qué manera va a preservar (o no) su carácter. Ella misma reconoce que ese proceso de transformación está siendo “difícil”. “Por una parte, no queremos ser Russafa, pero también necesitamos una rehabilitación que nos permita llevar una vida normal”, resalta. La tibieza y el conformismo se plantean como sombríos enemigos a los que combatir: “lo que nos da miedo es que El Cabanyal lleva muchos años luchando y mucha gente piensa que esta lucha ya ha acabado. Y no, los vecinos siguen batallando para que el barrio esté lo mejor posible. No hemos vivido un punto final, sino un punto y aparte”, sostiene.
Y es que, en los albores de 2019, hablar de iniciativas culturales en El Cabanyal pasa, inevitablemente, por nombrar a las dos bestias pardas de la sostenibilidad urbanística: el turismo masivo y la gentrificación. Ante la primera cuestión, Olivas admite que “es bueno que vengan viajeros, pero resulta necesario lograr un equilibrio”. Respecto a la segunda, toca hacer autoanálisis: “yo misma temo a veces estar gentrificando, pero, por otro lado, le damos visibilidad al barrio. Había gente que, hasta que no ha venido a Versillos, no conocía esta parte de la ciudad y la veía con muchos prejuicios”. Además, el proyecto busca nutrirse de aquellos que viven a pocas calles, promover el veneno de la poesía en El Cabanyal. “Queremos que vengan a vernos los propios vecinos”, defiende Benavides. “Es cierto que hay miedo a la gentrificación, pero estos espacios de cultura democrática hacen buen barrio”, incide Catalán, “al final, gentrifican quienes suben indiscriminadamente los precios o especulan con la vivienda y alquilan sus pisos de forma sistemática a visitantes ocasionales”.
Llegamos inevitablemente a una de las piedras angulares de cualquier conversación en torno a la poesía contemporánea: su encaje en el mundo actual y los mecanismos para achicar la distancia que la separa del gran público, para librarla de esa animadversión que todavía despierta en parte de la ciudadanía. “Tradicionalmente, se piensa en la poesía como algo arcaico o que no vas a entender. Por suerte esto está cambiando, tanto en el arte como en la sociedad. Lo que tú te encuentras en Versillos es un lenguaje vivo, que llega de manera directa y provoca un feedback”. La iniciativa es una apuesta por la oralidad, sí, pero también por la quietud y el sigilo, por el milenario ritual de sentarse a descubrir las palabras ajenas: “conseguimos que durante las dos horas que dura el evento desaparezca el barullo típico de los bares. La gente está atenta a lo que tienes que decir. Para mí eso es un premio. Y creo que significa que el público está evolucionando y se está educando en el silencio y el respeto. Saben que no vienen aquí a hablar con sus amigos, sino a escuchar al que está delante y que se está exponiendo ante ti”.
La singladura de Versillos no es más que el penúltimo fenómeno de poesía en bares que vive València. De hecho, el trazado urbano acoge un buen puñado de citas emblemáticas: Versonalidad en La Llimera (Arrancapins), Moviendopoesía en El Volander (La Petxina), las sesiones de Anverso y Slam Poetry en el Kaf Café de Benimaclet o Vivir en Verso (Delorean, Ruzafa) son algunos ejemplos. En cualquier caso, parece obvio que encontrarse en esos templos del ocio desinhibido contribuye a transportar la poesía al terreno de lo cotidiano. “Mucha gente piensa que los recitales son eventos serios o incluso un poco pedantes, y no es así. Se ven a menudo como algo lejano al pueblo y creo que son todo lo contrario. Por eso debemos intentar romper esas barreras entre la audiencia y el poeta”, señala Yasmina.
Nadie niega el boom, aunque Sara Olivas lo acoge con mixtura de entusiasmo y prudencia: “significa que la poesía está cogiendo un peso importante, pero también puede haber un efecto burbuja y acabar explotando”. En cualquier caso, esgrime como garantía la respuesta popular: “si hay tantos recitales es porque la gente los demanda, porque se han cansado de leer solos en su casa”. De momento, muchos de los responsables de estos proyectos -Versillos incluído- se han unido en la plataforma Alzavoz, que busca dar visibilidad al circuito poético valenciano y establecer colaboraciones entre los distintos eventos. Pero también se trata de una herramienta que anhela “profesionalizar el trabajo de los gestores culturales, un oficio precioso, pero a menudo invisibilizado. La gente muchas veces no lo ve como una actividad a la que le dedicas muchas horas y que debe ser remunerada”, indica.
Este auge experimentado por la poesía no está tampoco exento de polémica: proliferan los autores de gran éxito comercial entre el público juvenil, pero cuya calidad literaria resulta más que discutible. Desde Versillos a la Mar son conscientes de la situación, pero apuestan por las potencialidades que pueden surgir de ella: “abundan los poetas de redes sociales con muchísimos seguidores y que venden una barbaridad. Esto hace que la gente que no es asidua a leer poesía se acerque a ella, pero también puede dejar en la sombra a grandes autores que no son tan mediáticos. En cualquier caso, creo que es una vía de entrada a la poesía, a partir de ahí los lectores pueden ir indagando por ellos mismos. Todos vivimos ese proceso de descubrimiento”, señala Sara Olivas.
Rapes, lenguados, gambas, sepias y delfines conviven en las aguas del Mediterráneo, del mismo modo, también en Versillos a la Mar prima la heterogeneidad, tanto en los autores como en la audiencia. En este segundo grupo se entremezclan aficionados al género y curiosos que simplemente ven el cartel y deciden entrar a descubrir qué se cuece por esos lares. El balance general muestra un público fiel y ansioso de estrofas al que no paran de sumarse recién llegados. En cuanto a los que lanzan sus versos al agua salada, se entrecruzan estilos, temáticas y motivaciones muy distintas: “si tú vas a un recital y escuchas el mismo poema reformulado una y otra vez te acaba cansando muchísimo. Aquí puedes tener una pieza muy intensa y otra humorística sobre los zapatos. Esa diversidad de voces alimenta el encuentro. Si no, la gente no repetiría”, apunta Benavides.
Al final, resulta que la fórmula no era tan complicada: han bastado un puñado de meses y una pasión desmedida por las palabras hilvanadas en colectivo para lograr que las aceras de El Cabanyal respiren, por fin, poesía.