El Torres y Fran Galán han dibujado un Goya en el paso del siglo XVIII al XIX que encarna, con sus sueños, jaquecas, visiones y pesadillas lo que supuso el cambio de siglo. El fin de la edad de la decadencia aristocrática, con sus placeres y tentaciones, y la llegada del liberalismo y la razón, no exentos de guerras espantosas. Una reflexión sobre la figura del pintor que a la vez fue testigo de su época y habló de ella con elocuencia solo armado con un pincel.
VALÈNCIA. Mi rincón favorito del Museo del Prado es el de los retratos de Goya. Saturno devorado a sus hijos tiene tanta fuerza que es difícil de olvidar y de concebir otra versión visual de ese pasaje, aunque la de Rubens tampoco esté mal. Pero en esos retratos uno se puede perder. Si los mira fijamente a los ojos salen del cuadro, casi parece que pueden hablar. Y no es un hechizo, son solo obras de arte.
No es algo que se suela recomendar con fervor, esta colección, lo normal es referirse a la etapa de las pinturas negras del pintor. Esos cuadros de los que surgen las corrientes propias del siglo XX y que tantas veces se han tratado de asimilar al cómic.
Eso mismo encontramos en la introducción de Goya lo sublime terrible de la editorial Dibbuks Rafael Marín explica que el pintor zaragozano "dinamitó la pintura que le precedía, rompió los cánones, impuso otros nuevos" y "en aquella famosa serie de seis óleos [La captura del bandido Maragato por fray Pedro Valdivia] prefiguró lo que luego sería el cómic: o sea, una historia contada en una sucesión de imágenes".
Sin embargo, la obra no va de eso. Tiene vínculos históricos profundos, pero también se adentra en terrenos fantásticos y de terror a través de pasajes oníricos, o no tanto, en torno a la figura del pintor.
Un homenaje a Goya, que tiene como mérito principal abordar tantas facetas. No solo la terrorífica, también hay una importante carga erótica, reflexiones sobre el paso del tiempo y la vejez y un enfrentamiento de la mente racional e ilustrada de un hombre de su tiempo con los posos que dejó en el subconsciente la tradición. Sin ir más lejos, el Drácula de Bram Stoker era también, en esencia, una obra que mostraba las contradicciones del pensamiento científico y racional frente a las supersticiones religiosas que venían de siglos.
El argumento de este tebeo se inicia con un Goya convaleciente. Las fiebres le hacen tener alucinaciones, pesadillas y ha perdido audición. El guión juega con esos sueños. Deja entrever que podrían ser reales y servirían de explicación para el nacimiento de las famosas y celebradas pinturas negras del aragonés.
En las discusiones que tiene el genio de Fuendetodos con su mujer destaca una bronca que esta le echa, cuando le dice "¡Te quedas hasta las tantas pintando espantajos en las paredes!". Hay mucho de simbólico también en esa metamorfosis interior que experimenta el protagonista. Atrás queda el siglo XVIII, con su decadencia y sus placeres onerosos, y se entraba en el XIX, el de la razón, que no estuvo exento precisamente de guerras y horrores.
Al guión introspectivo y tan detallista, que exige varias lecturas, como los buenos cómics, hay que añadir un dibujo espectacular, fuerte en todas sus facetas. Tanto en las partes oníricas, las oscuras, la reproducción de escenarios clásicos -increíbles los interiores en salones- los paisajes y unos primeros planos de los personajes notables.
La mezcla de géneros y también una marca de identidad del guionista, que defiende que el tebeo sea popular. Como declaró en una entrevista en La Comicteca "el lector tiende a ser muy exclusivista en sus gustos. El lector de novela no suele abrirse a otros géneros de narrativa, e incluso dentro del mismo tebeo, el lector habitual de manga no se acerca a otros cómics aunque le pinchen con un palo. Creo que eso, en parte, es culpa de la propia industria. Se ha vendido el tebeo últimamente con un halo de “no todo el mundo es capaz de entenderlo” que, a mi parecer, echa al lector para atrás. O eres un experto en la biografía de los Vengadores para leer un tebeo de superhéroes, o alguien con sensibilidad y culto para apreciar una voluminosa novela gráfica".
No en vano, es un autor que no pertenece ni al mundo del arte, ni al del periodismo, ni al de los escritores: El Torres pertenece al mundo de los tebeos. Empezó periodismo, pero no fue a ninguna escuela de guión ni de cómic. Aprendió de forma autodidacta leyendo, eso sí, toneladas de tebeos. En sus propias palabras: "respirando todo el día tebeos". Y su secreto es simple: " cuando tienes la pulsión por hacer cómics lees muchos cómics. Y te interesa, vas a charlas, conoces a profesionales, ves como amigos tuyos logran ser profesionales, y acabas haciéndolo".