La serie documental ‘Después de la guerra’ narra el presente de ocho países desangrados por el conflicto y olvidados por la comunidad internacional
VALÈNCIA. Se anuncia el fin de la guerra. Victoria. Armisticio. Los bombarderos dejan de surcar el cielo local. Los focos se apagan, los enviados especiales regresan a casa. Ese rincón del mundo deja de aparecer en las pantallas occidentales. Y entre cadáveres, edificios destruidos, cascotes de bala y miseria, queda la población civil, asomada al abismo de la supervivencia, inmersa en el trauma colectivo que provoca cualquier enfrentamiento bélico. ¿Qué sucede a partir de ese momento? ¿Cómo se asume la existencia cuando el dolor y la incertidumbre impregnan cada centímetro? ¿Qué ha sido de todas esas latitudes desangradas primero y engullidas luego por el olvido? Con esos interrogantes y algunos otros más se hilvana Después de la guerra, la serie documental de ocho capítulos producida por MuzunguTV y financiada por TeleSUR que regresa a distintos escenarios de conflicto para retratar sus consecuencias. Uno de los responsables de este proyecto es el periodista Vicent Montagud, que este sábado acudió al festival DOCSValència para ofrecer una charla sobre la iniciativa y mostrar algunos de los capítulos que la componen dentro del apartado Docs Fòrum.
“Durante un viaje con el realizador Rodrigo Hernández, que había trabajado mucho en México, nos dimos cuenta de que la mayoría de conflictos armados que habíamos cubierto tenían un hilo conductor: habían comenzado o se habían agravado con intervenciones de Estados Unidos, militares o no convencionales”, explica el coordinador del área de internacional en À Punt sobre los orígenes de esta serie. “Además, comenzamos a reflexionar sobre algo que es muy habitual en el periodismo: cuando comienza la guerra todos vamos corriendo allí para hacer el trabajo rápido y marcharnos. Pero nosotros teníamos mucho interés en saber qué ocurre cuando el enfrentamiento deja de ser noticia, cuando los periodistas nos vamos y la gente que vive allí sigue sufriendo”, apunta Vicent Montagud.
La elección de los territorios cubiertos no fue fruto del azar: “queríamos regresar a lugares que ya habíamos cubierto en situación de guerra y donde conocíamos a sus habitantes. Pensamos que esa experiencia previa nos ayudaría a analizar mejor las consecuencias del conflicto”, indica. Así Xavier Aldekoa se encargó de cubrir Congo; Hibai Arbide fue a Panamá, Ane Irazábal regresó a Palestina y Edu Marín volvió Cuba. Competaron la serie documental Adriana Cardoso con su trabajo sobre Vietnam y Paula Mónaco, que se encargó de México. En el caso de Montagud, dirigió los capítulos centrados en Iraq y Afganistán: “Cada guerra es muy distinta a otra, pero existe una constante: hay gente que sufre, gente que muere y gente que huye”. Y lo que han descubierto en esta nueva incursión, en esta secuela del belicismo explícito es que “el daño se prolonga mucho en el tiempo: la inseguridad se hace crónica, la pobreza aumenta y los problemas físicos y psicológicos que sufren los supervivientes son tremendos”.
Conocer un país bajo las bombas …y regresar años después cuando, en teoría, llega el momento de recomponer la convivencia colectiva. Sin embargo, como explica Montagud, “ha sido más difícil trabajar en Iraq ahora que durante los años de guerra. Cuando hay un conflicto bélico, los grupos enfrentados están muy ocupados peleando entre ellos. En cambio, ahora hay mucha pobreza y mucha gente armada que necesita dinero. Eso genera un gran volumen de delincuencia y nos convierte a los periodistas en un objetivo bastante claro para ser, entre otras cosas, víctimas de secuestros. Así que es necesario mantener un perfil muy bajo, pasar desapercibido al máximo”.
Y es que, la guerra oficialmente acaba, pero el horror y la violencia continúan: “En el capítulo de Afganistán, mostramos que sigue muriendo gente todos los días, que hay un descontrol absoluto. De hecho, uno de los protagonistas en ese documental es Bashir, que fue señor de la guerra, mató a muchísima gente y ahora es jefe de la policía en su ciudad. Pero a pesar de todo, es un personaje con claroscuros, que no quiere que su hijo empuñe un arma para que no acabe siendo como él. Y eso me lleva a la reflexión de que cualquiera de nosotros, en determinadas circunstancias, podemos convertirnos en una persona capaz de matar. Solo hace falta la violencia necesaria, la presión política y una generación de líderes que provoque que la gente se enfrente contra la gente”.
Después de la guerra centra su mirada en las heridas abiertas que esos conflictos han causado en la población civil, en sus proyectos vitales y en su relación con el poder. En esas heridas a las que todavía les quedan décadas para poder darse por cicatrizadas. “España vivió una guerra civil de tres años y fíjate en las consecuencias que tuvo después de postguerra y represión. Pues en Afganistán han pasado décadas en guerra, imagina las heridas que deja esto, en todos los sentidos: gente traumatizada que ha perdido a familiares y amigos, pobreza extrema y muchísimo sufrimiento en todos los sentidos. Cuando hay una guerra de esas dimensiones se desintegran las estructuras del Estado y es muy complicado llevar una vida que podamos considerar ‘normal’”, apunta. Además, señala otra derivada de los conflictos bélicos “el desplazamiento forzoso de mucha gente que no tiene otra oportunidad de salvar la vida que huir del país. Entre los que mueren, los que huyen y los que sobreviven en malas condiciones, se trata de países que tardan generaciones en recuperarse”.
Un conflicto irrumpe en el foco mediático, abre telediarios, encabeza portadas. Y a las pocas semanas cae en el olvido. Silencio, amnesia colectiva. ¿El Congo, qué Congo? Ya ha llegado una nueva tragedia a sustituirlo, un nuevo horror, una nueva desgracia que reinicia el ciclo. En una época en que las noticias mueren a los pocos minutos de ser retuiteadas y el ckickbait es amo y señor de las agendas informativas, parece casi imposible escapar de esa infernal rueda de hámster periodístico. “Los medios de comunicación rápidamente se cansan de contar cosas de un mismo país. Tenemos miedo de aburrir a la gente, pero creo debemos prestar más atención a lo que ocurre en esos territorios porque ahora todo nos afecta. Es imposible entender la vida en barrios como Russafa o El Cabanyal, no puedes comprender al señor que te vende la fruta o el kebab sin comprender lo que pasa en Afganistán o en Pakistán. Puede que nos parezcan lugares lejanos, pero no lo son tanto. Cuando esa gente llega aquí huyendo de la guerra se encuentran rechazo y en parte se debe a que no damos a la que gente la información necesaria para que comprendan por qué han tenido que escapar de sus ciudades”. Con la ultraderecha difundiendo por toda Europa mensajes de intolerancia y odio a la inmigración, Montagud recurda que esas posiciones extremistas “crecen en aquellos lugares donde hay un grupo de políticos que consiguen introducir mensajes tóxicos entre la población, muchas veces con la ayuda de los medios de comunicación”.
Para escapar del maniqueísmo y las visiones simplistas toca apostar por los claroscuros, por las aristas. En ese sentido, defiende que este tipo de documentales “sobre el terreno y de largo recorrido constituyen un formato excelente para mostrar una realidad compleja y con matices. También para ayudar a que los espectadores tengan acceso a una visión más crítica de la realidad y comprendan que lo que está sucediendo en Congo o en Iraq es un desastre. Una de las cosas que más duelen cuando cubres conflictos es que, al volver a casa, ves que la vida sigue. Acabes de asistir a un sufrimiento terrible y notas que eso no ha afectado a quienes te rodean. Pero cuando haces un proyecto como este y la gente se interese te reconforta en cierta medida”.
Y otro riesgo: el de, movido por ese afán de hacer brotar emociones en el espectador, acabar cayendo en la pornomiseria, en la espectacularización de la pobreza y la desgracia (ajenas, claro). O en el complejo del salvador blanco que todo lo puede solucionar con un par de entrevistas y un plano-secuencia bien elegido. A este respecto, Montagud plantea una regla de oro: “a la hora de retratar a una persona que sufre, debemos contar su historia como te gustaría que aparecería en esa situación una persona a la que tú quieres mucho si fuera necesario explicar su dolor para intentar conmover al mundo. Es imprescindible respetar su dignidad”.
En esa construcción de la realidad que es el lenguaje, se ha impuesto toda una retahíla de términos que tratan de dibujar las guerras contemporáneas como escenarios asépticos. Se aprieta un botón desde un avión a kilómetros de altura, un objetivo militar saltar por los aires y ya está, éxito en la operación. Precisión, pulcritud y tecnicismos. También en esa batalla de las palabras está inmerso Montagud, “me ponen muy nervioso expresiones como ‘bombardeos quirúrgicos’ o ‘daños colaterales’, que no son más que masacres de civiles, o ‘intervenciones humanitarias’, que a menudo esconden intereses geoestratégicos. Y creo que los periodistas debemos reflexionar sobre el uso de esos lugares comunes para evitarlos, porque estamos atenuando el impacto que tiene la violencia. La elección de las palabras nunca es neutra. Y lo hemos estado viendo estos últimos días con el uso de ‘Mena’ para referirse a niños que están solos, los vulnerables entre los vulnerables”.
Desde hace años, hablar de periodismo pasa también por hablar de precariedad, ese contemporáneo jinete del apocalipsis laboral. “En este caso, nosotros hemos contado con un medio grande como TeleSUR para contar con la financiación necesaria. Pero es algo bastante excepcional. Son vergonzosas las tarifas que se ofrecen a los freelancers que se juegan la vida en Siria y a los que a menudo se les trata muy mal. La precariedad es tremenda”, señala Montagud quien niega la existencia de “una crisis del periodismo: hay grandes periodistas haciendo un trabajo estupendo, lo que tenemos es una crisis de los medios de comunicación tradicionales que, con la llegada de Internet, no han sabido rentabilizar esos contenidos. El sector necesita realizar una reflexión general al respecto”. En el horizonte, el deseo de continuar esta serie documental en Siria, Libia y otras tantas coordenadas que se han visto desangradas por la barbarie. Sobrevivir al horror es solamente el principio. A cada guerra le corresponde un después.