'Contra la cinefilia' propone un primer paso para "asegurar la vida del cine otros 125 años": declarar la muerte del amor exagerado al séptimo arte
VALÈNCIA. En puertas del 125 aniversario de la que se considera la primera proyección pública de una película, Vicente Monroy (Toledo, 1989) ha decidido abrir varios melones de golpe. Este podría ser el resumen más superficial que se puede hacer de Contra la cinefilia, un ensayo publicado por Clave Intelectual, en el que Monroy hace una revisión y enmienda los principales pilares del amor al cine, tal y cómo se nos ha presentado hasta ahora. Igual como se está repensando el concepto del amor romántico, ¿no es hora de preguntarse de qué manera se puede abordar una relación amorosa con las imágenes que sentimos que salvan, refugian y enseñan?
Superficialidades aparte, Vicente Monroy responde a las preguntas de Culturplaza, desarrollando algunas de las ideas que plantea en el libro. Lo hace cuestionándolo todo: la historia del cine, las filmotecas, la crítica cinematográfica... De paso, anuncia ya una segunda parte, Después de la cinefilia.
- En una de las provocaciones que lanzaste para hablar del libro, decías que estabas troleando la celebración del 125 aniversario del “nacimiento del cine”, que tendrá lugar en diciembre, y que como prevés, seguramente llegue con un aluvión de artículos superficiales. ¿Es de ahí desde donde parte Contra la cinefilia?
- La última gran celebración del cine fue la de su centenario, y para mí eso fue una gran oportunidad perdida. Se llevaron a cabo muchas iniciativas, sobre todo en Francia, pero también Martin Scorcese hizo su documental haciendo un recorrido por el cine americano, se hicieron congresos, libros… Pero lo que quedó de aquello fue una resaca tras concluir que el cine estaba más en crisis que nunca sin aportar solución alguna. Yo me he querido adelantar ahora a la celebración del 125 aniversario (que no va a ser tan majestuosa) y a esa falta de crítica que va a haber en estas fechas. La voluntad estaba y sigue estando: en diciembre impartiré un curso sobre pensamiento cinematográfico y la última sesión coincide con ese28 de diciembre de 1895.
- Supongo que las reacciones que ha tenido este ensayo, incluida una editorial de la Filmoteca Española, te reafirman en esa idea de romance exagerado y de cinéfilo llorón.
- El libro no es una obra en contra de la cinefilia, sino una herramienta crítica, un contraplano a la historia de la cinefilia que sirva para explorar un enfoque que se ha tratado de manera muy poco crítica. En efecto, berrinches como el de la Filmoteca, que me acusó abiertamente de ser frívolo y superficial con el tema que he tratado, demuestra que lo de la cinefilia en 2020 no es amor, se llama obsesión. Cuando la cinefilia oficial critica un libro que no va en su contra, sino que es una revisión de los preceptos cinéfilos, es difícil no llamarlo obsesión.
- Muchos de los testimonios que utilizas en el libro hacen partir a la cinefilia de la experiencia en una sala de proyección, pero ahora, una persona puede ver 300 películas al año sin pisar una de ellas. ¿Cómo se reconfigura esa “experiencia cinéfila” con este cambio de paradigma? ¿Es posible la cinefilia, tal y cómo la hemos entendido hasta ahora, en 2020?
- A lo largo de la historia de la cinefilia se encuentra la idea de que el cine es un medio en constante evolución; y cuando Langlois, Truffaut o Passolini piensan en su futuro, apuntan a que el cine caminaba hacia la desmaterialización del espectador y que la pantalla acabaría consiguiendo absorberle y el cine podrá reemplazar al mundo con una nueva realidad virtual. Esta es una fantasía que se encuentra en muchísimas obras, y finalmente, ha ocurrido justo lo contrario: lo que se ha desmaterializado es el formato físico, la sala de cine, mientras que nosotros, como cinéfilos, hemos cobrado una importancia mucho mayor. Nos hemos convertido en unidades inteligentes que, desde nuestra casa, manejamos y controlamos las imágenes. Godard afirmaba que “el cine se entiende porque nos hace mirar hacia arriba y la televisión nos hace mirar hacia abajo”, pero ahora la realidad es mucho más compleja: vemos cine de muchísimas maneras, la cinefilia ahora viene determinada, precisamente, por esa multiplicidad de pantallas, de tamaños, de contextos… Lo que pasa es que una parte importante de la cinefilia es negacionista de este mismo fenómeno y no encajan bien que pueda haber un cine más allá de lo que se estrena en las salas.
- Es una encrucijada que le pone fecha de caducidad a esa cinefilia, porque no hay una persona de 20 ni de 30 años que se acerque al cine únicamente a través de la sala. Es inevitable para un verdadero aficionado al cine evitar esa multiplicidad de pantallas, que son en realidad oportunidades de descubrir una buena película.
- El problema también es que hemos definido hasta ahora el cine como una experiencia común que se vive en una sala, o hemos definido el cine como un formato físico, el del celuloide, o como un largometraje de hora y media con su elenco, sus guiones… Estas ideas son demasiado tenues para tomarlas como la definición de un fenómeno tan grande como es el del cine. Es obvio que el cinéfilo de hoy se encuentra un poco perdido: no sabe si lo que ve en la televisión puede llamarlo cine, o si un vídeo de YouTube lo puede ser… La definición del cine solo se puede abordar -actualmente- de forma excluyente, a través de lo que dejamos fuera de ella. Eso es complicado porque, otra vez, convierte el amor en una obsesión negativa.
- Una de las grandes aportaciones que se han hecho desde la cinefilia es un desarrollo, en tiempo récord, de un pensamiento y una narrativa de las imágenes, con el concepto de puesta de escena como gran representación de esa reflexión (muchas veces puramente ideológica) sobre las películas más allá de su texto. Ahora debatimos hasta si la imagen convierte a un héroe en un fascista o un revolucionario anarquista.
- La puesta de escena es fruto del pensamiento humanista. Lo que pasa es que en los 70 empieza a pensarse desde esta modernidad marcada por el liberalismo descarnado que necesita de la figura del experto para pensar absolutamente todo. El liberalismo no nos deja tener muy claros los referentes y en el cine ha ocurrido lo mismo: una serie de personas que han decidido qué es y qué no es el cine, atacar a la vieja cinefilia humanista como si Bazin y los suyos fueran una secta religiosa… Los estudios de la imagen per se son un callejón sin salida en un momento en el que todo el mundo vemos en qué trampa nos ha metido este sistema. Caerá con todo y ahora lo que hay que buscar es una tercera vía para hacer vivir al cine otros 125 años más que no sea ni la crítica de cine a la que estamos acostumbrados, que no tiene mucho valor actualmente, ni los estudios de la imagen que se han configurado como una gran ciencia.
- A partir de las nuevas olas europeas, se empieza a extender la idea de que todo cine es político, que los travellings importan. Pero por otra parte, la Academia anuncia una medida para fomentar la diversidad, y la cinefilia se revuelve contra cualquier tipo de avance en ese sentido. Da la sensación de que el cine puede haber sido más o menos revolucionario, pero que la cinefilia ha sido un fenómeno con un componente ciertamente reaccionario.
- Walter Benjamin decía muy bien que tenemos la sensación de que el cine es lo que se muestra en la pantalla, y no es exactamente así. Para mostrar algo, primero, tenemos que poner una cámara en un espacio, y eso precisamente, nunca se enseña. La historia del cine es la historia de aquello que se muestra, pero también es lo de todo aquello que no se muestra: todo lo que rodea a esas imágenes. Hasta los últimos años, la historia del cine se ha contado precisamente desde lo más visible (los grandes estudios de Hollywood, sus estrellas, etc.) y lo que no se ha contado es lo que no se ve, que es una historia llena de injusticias, de machismos, de falsas ideas y convicciones, y eso es lo que nos toca contar ahora. Ahora se hace una revisión del cine clásico desde el Me Too con la que, en principio, me posiciono a favor. Porque lo que hay que hacer es exactamente eso: reescribir la historia del cine, contar algo que no tenga nada que ver con la industria como hasta ahora se ha contado. El cine como idea, la cámara como objeto que revoluciona el mundo… Todo eso no se ha pensado lo suficiente, así que todos estos movimientos que se posicionan contra la historia del cine yo los veo como algo positivo.
- ¿Qué papel tienen, en este contexto de cine expandido, las filmotecas?
- Las filmotecas muchas veces han sido, muchas veces, el peor enemigo del cine. La filmoteca, tal y cómo la concibió Langlois, era un espacio de exhibición, pero también de creación. Godard decía que Langlois era el mejor director de la historia del cine. En realidad, lo que pasaba es que tenía una obsesión por determinar de una manera concreta ideas y películas: tú llegabas por la tarde y veías cuatro films seguidos, de manera que él te los había preparado para que los vieras de cierta forma. No tenía una obsesión por el cine material o vanguardista. Le gustaba que las historias de cine clásico se mezclaran y dialogaran entre sí. Yo no conozco, actualmente, ninguna filmoteca que funcione así. Y de hecho, el gran fenómeno que se ha opuesto al modelo que proponen las filmotecas es el del festival de cine, que se ha convertido en una institución mucho más poderosa porque ha sido capaz de manipular la materia cinematográfica, los ritmos, las historias… En los últimos 30 años, se ha empezado a dar un cine que se ha obsesionado por los planos largos y vacíos, un tipo de cine pensado específicamente para el festival del cine, porque es el lugar al que vas con la paciencia y las ganas de ver un plano vacío de 45 minutos, una especia de paréntesis en tu vida.
Las filmotecas ya no trabajan así, aunque es cierto que, en los últimos meses, ha habido algunas iniciativas interesantes en internet, como la Cinemateca francesa subiendo películas de manera gratuita a la plataforma Henri. Yo creo que sí hay margen de trabajo, me niego a que no lo haya. Las filmotecas son las guardianas del patrimonio audiovisual mundial, pero hacen falta gestores valientes y no burócratas. Nos encontramos en un sistema compensatorio en el que la filmoteca tiene que justificar su trabajo. Y el cine no se justifica, se hace o no se hace.
- El libro, breve pero intenso, plantea en su clímax dos frases sobre las que me gustaría que desarrollaras alguna idea más: “El presente nos invita a despertar del sueño cinéfilo para reencontrarnos con la realidad” y “Se necesita un último gesto de amor que reintroduzca la historia del cine en la historia del pensamiento”. ¿Cuál es la cura para que el cine no se sobreponga a la vida? ¿Cómo equilibrarlo, además, cuando es un refugio para muchas personas?
- Yo insisto en que lo hay que hacer es encontrar una tercera vía para el pensamiento cinematográfico, que no sea ni la de la crítica ni la de los estudios cinematográficos. Cuando la propongamos, nos daremos cuenta que la historia del cine todavía no ha sido contada, y algo que no tiene historia no es operativo. El cine, tal y como nos dice Netflix que tenemos que abordarlo, no es operativo. Nos hace dar vueltas sobre nuestra propia decadencias, que es lo más triste que le puede pasar a la imagen. Mi trabajo a partir de ahora, mi pretensión, es hacer una segunda parte de Contra la cinefilia, un Después de la cinefilia, para que si esta primera obra sea una especie de El Capital de Marx, el siguiente sea un ¿Qué hacer? de Lenin, un libro sobre aportes y propuestas reales. Hay autores y autoras actuales que me interesan mucho y que se escapan de la cinefilia tradicional, como Nicole Brenez y su obra Manifestations, que propone una relectura de la historia del cine a partir del cine subversivo y de acción combativa. Creo que gran parte de este poder para seguir pensando el cine se lo tenemos que dar a la historia, y por otra parte, también tenemos que pensar que somos agentes más poderosos de la industria. Somos nosotros los que estamos transformando el cine a través de internet. No hablo de cine de guerrilla, hablo de una movida como el trailer de Zac Snyder. Este poder que tenemos es súper divertido e interesante, y yo no creo que estemos en un mal momento para el cine (más bien todo lo contrario), pero tenemos que saber aprovechar este nuevo escenario.
- Permítame consultarte por nosotros mismos, los medios de comunicación. La crítica no la abordas directamente en tu libro pero sí es una constante en él. ¿Cuál es el papel de la crítica? ¿Hay una tercera vía para ella?
- El problema del pensamiento crítico es que llamamos crítica a lo que no lo es. Vivimos, en realidad, en la era del contenido, y nos hace falta más continente que contenido. Hay muchísima información y posibilidades, pero las desaprovechamos entrando en los juegos del sistema, hablando únicamente sobre lo que acaba de salir de una manera muy rápida y dándole muy pocas vueltas a las cuestiones que plantea el cine. Creo que hacen falta revistas con proyectos, gente con proyectos quijotescos y utópicos. Hace falta que volvamos a implantar en el pensamiento cinematográfico la imaginación, que se había perdido. Imaginar qué puede ser el cine. Es una pregunta que nos tenemos que hacer todos los días y divertirnos con ella. La crítica cinematográfica en este país ya no se pregunta qué es el cine, da por supuesto lo que es y solo se pregunta qué quiere la gente saber sobre el cine.