Dos décadas después del estreno de Días extraños, el héroe romántico de los noventa estrena película, Cegados por el sol, donde da muestras de su versatilidad junto a Tilda Swinton, Matthias Schoenaerts y Dakota Johnson
22/04/2016 -
VALENCIA. Resulta anecdótico, pero tiene su miga que Ralph Fiennes (1962, Ipswich) sea primo octavo del príncipe Carlos de Inglaterra. A Fiennes se le conoce más por pertenecer a otra nobleza británica de raigambre: la de la interpretación. Desde su irrupción a principios de los noventa en el panorama cinematográfico, el británico se ha ganado por derecho propio su inclusión en el Olimpo de los por sí famosos actores de las islas, y se ha convertido en un digno sucesor de maestros como Michael Caineo Laurence Olivier, con quien tiene tantas similitudes y a quien ha parodiado en ¡Ave, César! (2016), la última película de los Coen.
Este viernes Fiennes vuelve a ser protagonista de la cartelera con el estreno de Cegados por el sol (2015). Dirigida por Luca Guadagnino, la película es un remake muy sui generis de La piscina (1969, Jacques Deray), y se presentó en el pasado Festival de Venecia a concurso. La interpretación de Fiennes fue lo más destacado por la prensa del momento, dejando constancia de cómo el actor había eclipsado a sus compañeros de rodaje Dakota Johnson, Matthias Schoenaerts y Tilda Swinton. La historia presenta a una estrella del rock (Swinton) que yace convaleciente en una isla de Sicilia junto a su novio (Schoenaerts). Justo entonces reciben la visita de un viejo amor (Fiennes) que llega acompañado de su hija (Johnson).
Ha sido el propio Guadagnino el que ha puesto el foco en Fiennes a la hora de hablar del largometraje. “Desde que le vi en La Lista de Schindler he sentido una enorme admiración por él, por su carisma”, ha asegurado el italiano durante la promoción. “Planeaba hacer películas con Ralph Fiennes antes de que yo mismo hiciera películas”, ha añadido. Pero en su elección no influyó sólo su admiración, sino también el reconocimiento a su talento para retratar “grandes personajes conflictivos que tienen esa siniestra melancolía y oscura energía, aunque a la vez increíblemente romántica”. Tras ver el tráiler El gran hotel Budapest, Guadagnino tuvo claro que le quería como protagonista y le intentó seducir haciéndole ver que por primera vez iba a interpretar a un maniaco y se iba a liberar a sí mismo.
Es otra muesca más en su larga lista de personajes geniales. Fiennes es por derecho propio uno de los grandes nombres de la interpretación contemporánea, con trabajos tan destacados como su papel en El gran Hotel Budapest (2014, Wes Anderson). Con ella obtuvo su última nominación al Globo de Oro, la cuarta, y por la que una vez más no fue premiado. Y es que, paradojas de la vida, aunque se tenga la impresión de que Fiennes es un actor muy laureado, lo cierto es que la norma en su vida ha sido la nominación sin premio. Ya se ganó las primeras con su tercera película, La lista de Schindler (1993), donde a las órdenes de Steven Spielberg construyó el impresionante retrato del comandante nazi Amon Göth, al cual encarnó de manera tan convincente que convirtió en epítome del mal. Aquello no bastó para que se le reconociera.
¿Quién es Fiennes?
Su ductilidad y brillantez quedó de manifiesto en sus siguientes trabajos, y ya con su segundo gran éxito, El paciente inglés (1996, Anthony Minghella), definitivamente se instaló como uno de los actores del momento. ¿Pero quién es Ralph Fiennes?, se preguntaba el público. En apenas cuatro años había logrado dos candidaturas al Oscar en una irrupción tan meteórica como reservada. ¿Quién es?, se preguntarán muchos ahora. Y es que, a pesar de su notoriedad, Fiennes ha hecho de la discreción una constante en su vida.
De buena familia, que diría el clásico, Fiennes es actor casi por accidente ya que no se decidió a estudiar interpretación hasta los 21 años. “En la infancia nadie te anima a ser actor en el colegio”, recordaría años después en el espacio documental My Life in Pictures. Si bien el ambiente familiar era proclive a las artes, con la preeminencia de su madre escritora, a Fiennes no le gusta la etiqueta de ‘familia artística’ que se les otorga ahora merced a la notoriedad que él, su hermano Joseph, y su hermana Martha, directora, han conseguido en cine, pero es evidente, le guste o no admitirlo, que lo que les dieron de comer tuvo buenos resultados.
Miembro de la Royal Shakespeare Company en 1998, a los treinta años dio el salto a la pequeña pantalla con un telefilme de calidad típicamente británico. Lawrence de Arabia: Un hombre peligroso, dirigido por Christopher Menaul, era una aproximación a la figura del personaje histórico de T. E. Lawrence, convertido en mito gracias a Lawrence de Arabia, tras la primera guerra mundial.Al igual que otros compatriotas suyos, su siguiente paso televisivo fue una adaptación literaria, en este caso del clásico de Emily Brontë Cumbres borrascosas, una película dirigida por Peter Kosminsky en la que coincidió por primera vez con Juliette Binoche.
Fue esta película la que hizo que Spielberg confiara en él, un casi desconocido actor, para el papel del villano comandante nazi Amon Göth. Tras una prueba en la que hablaron de Shakespeare, el cineasta le pidió que se grabara a sí mismo recitando un monólogo. La experiencia satisfactoria en Hollywood se repitió con su siguiente trabajo, Quiz show, el hábil drama de Robert Redford en el que encarnó al personaje real de Charles van Doren, miembro de una familia de intelectuales estadounidenses y fraudulento ganador de uno de los concursos televisivos más famoso de los años cincuenta en EE.UU. Parecía pues que Fiennes había nacido para el cine de qualité.
Curiosamente, en el antes mencionado My Life in Pictures Fiennes confesaba cierto desapego hacia el cine que le ha hecho famoso. “Me habría gustado hacer más cosas de otro tipo, y no sólo películas históricas”, decía.
Ese otro-tipo-de-cosas incluye una de las joyas más minusvaloradas de los noventa: Días extraños. Coescrita por James Cameron (Terminator, Titanic, Avatar) y dirigida por Kathryn Bigelow, la película se estrenó el 12 de abril de 1996 en España, hace veinte años, y al igual que en todo el mundo pasó desapercibida. En Valencia mismo apenas duró un par de semanas en cartel. Su argumento planteaba un Estados Unidos caótico, casi un estado policial, con las tanquetas en la calle, y unas celebraciones del año 2000 tan desaforadas que superaron a la realidad. Todo ello no es óbice para que su influencia haya superado sus limitaciones y se haya convertido en una película de culto.
Coprotagonizada por una hermosa y fuerte Angela Bassett y una carnal Juliette Lewis, el largometraje extendió su influencia a películas como Avatar, la trilogía Mátrix, y buena parte del cine de acción que vino después. La colaboración fue buena, tanto que Bygelow volvió a contar con él una década después en su oscarizada En tierra hostil (2008), con una aparición impactante como líder de un grupo de mercenarios, que en cierta medida recordaba a la de Omar Sharif en Lawrence de Arabia.
Pese al fiasco de Días extraños, el éxito de El paciente inglés hizo que muchos le vieran como la nueva gran estrella británica. Dos nuevos fracasos (qué gran actor no los tiene) le apartaron de primera línea. La fría recepción a Oscar y Lucinda (Gillian Armstrong, 1997) le dejó en tierra de nadie y el posterior fiasco de la adaptación de la serie Los vengadores (1998) le confinó a un papel de actor de relumbrón no-taquillero. Lejos de amedentrarse, Fiennes decidió seguir confiando en su instinto y ya a finales de la década comenzó a seleccionar los proyectos según sus exigencias.
Ejemplo de ello, aceptó el reto que suponía encarnar a tres miembros de una misma familia de distintas épocas en Sunshine, un ambicioso testamento fílmico del húngaro István Szabó (1999). La película recorría cinco décadas años de la vida del país magiar, desde principios del siglo hasta la implantación del comunismo en los cincuenta. Tras ello copotragonizó con Julianne Moore El fin del romance. El drama dirigido por Neil Jordan, en el que adaptaban un libro de Graham Greene, le situaba de nuevo en la Segunda Guerra Mundial, y de nuevo viviendo un amor adúltero.
Su carrera dio un breve giro en el curso 2002, en el que participó en tres películas tan diferentes como la topicona comedia romántica Sucedió en Manhattan (Wayne Wang) a mayor gloria (es un decir) de Jennifer López; la cinta de acción Red Dragon (2002, Brett Ratner) con la que se introducía en el universo de Hannibal Lecter; y, sobre todo, la delirante Spider (David Cronenberg). Las dos primeras dieron réditos en taquilla (Sucedió…, con un presupuesto de 55 millones de dólares logró más de 154 millones; Red Dragon, 209 millones de taquilla para un presupuesto de 78) y le sirvieron para quitarse algunos sambenitos; la tercera le confirmaba como un actor capaz de numerosos matices.
No tuvo reparos en abandonar el cine momentáneamente y dedicó 2003 a las tablas, su primer amor, su pasión, a las que siempre vuelve, y también guardó parte de su tiempo para actuar como embajador de Unicef en India (país al que le gusta ir también por su cuenta y viajar en trenes en tercera), Rumanía, Chad y Kirguistán.
Todo ello antes de firmar en 2004 el que quizás sea el contrato más importante de su carrera, en términos de popularidad: el que uniría a la saga Harry Potter. Aunque tuvo sus reticencias, su hermana Martha le convenció de que era “algo enorme” y le advirtió de que a sus sobrinos le importaba mucho, así que debía tomárselo muy en serio.
La fama del 'mago'
De esa guisa coincidieron en las carteleras en 2005 tres películas muy diferentes. Por un lado protagonizó la fallida La condesa rusa, en la que compartía cartel con Natasha Richardson dirigidos ambos por James Ivory, y donde retomaba su papel de héroe–romántico–de—filmes–serios, casi un cliché. Al poco tiempo aparecía su primera colaboración en la saga Potter con su Lord Voldemort que el crítico de VarietyTodd McCarthy ensalzó (“convierte al villano de villanos en un monstruo distinguido, sin remordimiento y astuto”). Y por último, este año es testigo también de uno de sus más celebrados papeles protagonistas en El jardinero fiel, la adaptación de Fernando Mereilles de la novela de John Le Carré. El largometraje, en el que compartía poster con Rachel Weisz, fue bendecido por la crítica y la taquilla, aunque otra vez más los premios fueron a recaer en sus compañeros de reparto. No pareció importarle.
Vista en perspectiva, se puede decir que la última década de Fiennes ha estado marcada por su querencia a los papeles secundarios, a esconderse en un segundo plano, casi a rehuir de sus habituales dramas históricos, mientras de manera opuesta su popularidad crecía gracias al éxito de la saga Potter. Han sido años en los que se ha dado el gusto de interpretar personajes que le obligan a explorar emociones ajenas, jugar con ellos y aportarle algunas propias. Un buen ejemplo de esta forma de elegir papeles la podemos ver en Escondidos en Brujas (2008, Martin McDonagh), en la que daba vida a un peculiar matón, y donde tenía brillantes duelos interpretativos con Colin Farrell y Brendan Gleeson.
Al mismo tiempo que incrementaba su presencia en productos infantiles como voz de doblaje o secundario de relleno, o se incorporaba a la saga Bond en 2012 en Skyfall, Fiennes se ha involucrado estos últimos años en películas de corte más personal, como Alta sociedad (2006) en la que le dirigió de su hermana Martha y donde se reencontró con Kristin Scott-Thomas, su partenaire en El paciente inglés; la parábola Tierra de sangre (2006), dirigida por Robert Edwards; o La duquesa (2008) en la que encarnó al duque de Devonshire. También de 2008 es su participación como secundario en El lector, en la que Stephen Daldry adaptaba la novela homónima de Bernhard Schlink.
En paralelo, Fiennes ha dado rienda suelta a su creatividad como director. Siguiendo la senda marcada por Olivier primero y Branagh después, ha debutado como director con una apreciable adaptación de Shakespeare, Coriolanus (2011),de la que fue protagonista, director y productor. La película tomaba préstamos del trabajo de su amiga Bygelow en En tierra hostil, y le sirvió como herramienta para afianzar su carrera como director ya que apenas dos años después filmó y de nuevo protagonizó un largometraje, en este caso La mujer invisible (2013), sobre la relación sentimental entre Charles Dickens y su joven amante Nelly Ternan. Y en la actualidad anuncia un nuevo proyecto sobre la vida de Rudolf Nureyev. A la espera de recibir el premio que merece, su pasión por la interpretación le ha llevado detrás de las cámaras, en un viaje que se prevé cuanto menos interesante.
En la cartelera de 1981 se pudo ver El Príncipe de la ciudad, El camino de Cutter, Fuego en el cuerpo y Ladrón. Cuatro películas en un solo año que tenían los mismos temas en común: una sociedad con el trabajo degradado tras las crisis del petróleo, policía corrupta campando por sus respetos y gente que intenta salir adelante delinquiendo que justifica sus actos con razonamientos éticos: se puede ser injusto con el injusto