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CRÓNICA

Yaron Traub agradece a Ricard Pérez Casado su interés en la construcción del Palau de la Música

El alcalde de la ciudad durante casi toda la década de los 80 estuvo presente en el concierto especial del 30º aniversario del auditorio

30/04/2017 - 

VALÈNCIA. Es ésta la tercera vez que se escucha en el Palau de la Música la Octava Sinfonía de Mahler, integrada en los conciertos que celebran el 30 aniversario del recinto. Al inicio de la sesión, Yaron Traub, director de la Orquesta de Valencia, agradeció a Ricard Pérez Casado, ex alcalde de la ciudad que se encontraba en la sala, su implicación en la construcción de un auditorio que resultaba absolutamente necesario para Valencia, y que fue inaugurado bajo su mandato, en 1987. Hasta ese momento, el Teatro Principal era el único “contenedor” cultural disponible para albergar las actividades sinfónicas, teatrales u operísticas de la ciudad, generándose el consiguiente overbooking. Por no hablar de las patéticas condiciones en que los músicos debían realizar los ensayos. La falta de espacios para la música tenía otra grave consecuencia: las orquestas extranjeras en gira por España no recalaban casi nunca en Valencia, aunque se las pudiese pagar, pues faltaba el lugar adecuado donde tocar y ensayar.

De ahí que la apuesta por un auditorio moderno, de muy buena acústica –que 30 años de historia todavía no han desmentido-, firmado por García de Paredes (arquitecto especialista en este tipo de recintos), con salas diferenciadas para la música sinfónica y la de cámara, merezca el agradecimiento de intérpretes y de oyentes. 1987 supuso un antes y un después para la música instrumental de esta ciudad. El ex alcalde, que dirigió el consistorio valenciano desde 1979 hasta 1988, recibió asimismo, junto a la Banda Municipal, un homenaje el pasado 25 de abril, cuando se le entregó una placa conmemorativa, pero debe mencionarse que, pocas veces antes, el mundo musical valenciano ha agradecido a aquella corporación el salto cualitativo que el Palau de la Música supuso y supone para la ciudad.

Perez Casado recibiendo su distinción de manos de la presidenta del Palau, Glòria Tello, y el director del auditorio, Vicent Ros (Fotos: EVA RIPOLL)

La Sinfonía “De los Mil” de Mahler: 25 años sin interpretarse en Valencia

Las otras dos veces que Valencia ha escuchado la Octava Sinfonía de Mahler (o Sinfonía “De los Mil”, aunque no es de Mahler el epígrafe) fueron en 1990 y 1992. La primera, con músicos valencianos (excepción hecha de los solistas): Orquesta de Valencia, (antes denominada Orquesta Municipal), dirección de Manuel Galduf, Cor de València, Orfeó Veus Juntes, Orfeón de RTVE, Orfeón Navarro Reverter, Pequeños Cantores de Valencia y Escolania de la Mare de Déu dels Desemparats. La segunda, con agrupaciones foráneas: Orquesta y Coro Royal Liverpool Philharmonic, Coro de niños de la Catedral de Liverpool y dirección de Libor Pesek. Las voces solistas fueron extranjeras en ambos casos. En esta tercera vez hubo una combinación de orígenes, aunque predominó lo autóctono: Orquesta de Valencia, dirección de Yaron Traub, Cor de la Generalitat Valenciana, Philharmonia Chorus, Orfeó Valencia y Escolania de la Mare de Déu dels Desemparats. Como solistas actuaron Ricarda Merbeth, Julia Novikova, Ofelia Sala, Theresa Kronthaler, Maria Luisa Corbacho, Nikolai Schukoff, José Antonio López y Alfredo García.

La Octava de Mahler es una sinfonía con dos inconvenientes para su programación: es complicada de interpretar y, además, resulta cara por la gran cantidad de músicos que participan. No se llegó este viernes a los 1100 de su estreno en Múnich (1910, aunque se compuso en 1906), pero si se rondaron los cuatrocientos. La obra no sólo presenta dificultades por cuestiones estrictamente musicales como la de ajustar colectivos tan numerosos, o la de clarificar el sonido con un número tan elevado de ejecutantes. Es complicada también porque alberga en su interior un plus de contenidos religiosos, filosóficos -y hasta psicoanalíticos- que pueden ayudar a su comprensión, pero que a veces enredan demasiado la madeja.

En cuanto al contenido extramusical, Mahler señalaba: “(...) leo, horrorizado, que un editor astuto ya ha publicado una ‘guía’ sobre la Octava. Estoy asustado, y desde ahora mismo te pido (se dirigía al empresario Emil Gutman) que nunca, en ningún caso, se distribuya a la sala nada que no sea el programa con el texto (...)”. Sin embargo, él mismo se contradecía: “ (...) es la más grande que he escrito (...)” “Imaginé que el universo comenzaba a sonar y a tintinear. Ya no son voces humanas, sino planetas y soles que voltean (...)”“(...)esta es mi Misa”... Por otra parte, los textos utilizados (el himno Veni, Creator Spiritus, del arzobispo Habranus Maurus (siglo IX) y la escena final del llamado “Segundo Fausto” de Goethe) no invitan precisamente a desentenderse del significado que esta partitura pueda tener como reflejo del pensamiento de Mahler en cuanto a la creación y a la muerte.

En la primera parte, los dos coros mixtos, situados en los laterales del fondo tendieron a confundir la energía que, indudablemente, se les pide en el himno de Maurus, con una potencia desmesurada que sólo dejaba el forte para pasar al fortissimo, cuando la obra tiene –también en esta primera parte- una gama dinámica mucho más variada. Así lo entendió la orquesta, que, lamentablemente, quedó sepultada en demasiadas ocasiones por unas masas corales lanzadas a toda vela. Los efectivos orquestales estaban aumentados, pero no lo suficientemente como para medirse con –aproximadamente- trescientas voces cantando a pleno pulmón. Yaron Traub, que llevaba la batuta, controló bastante mejor a la orquesta que a los coros, y no sólo en lo que a dinámica se refiere. En su disculpa, cabe señalar la enorme dificultad de ajustar, equilibrar y empastar las sonoridades con formaciones de tan distinto tipo y procedencia, y en una partitura cuya complejidad se proyecta también en parámetros distintos al de la dinámica, como el colorido, la limpieza en el contrapunto y la graduación de la tensión.

En la segunda parte las dinámicas son menos potentes, y fue en ese ámbito donde coros y orquesta encontraron su mejor faceta, logrando plasmar la delicadeza y la transparencia que, a pesar de los densos efectivos, habitan en esta obra. Hubo momentos misteriosos. Otros, tensos, y también cálidos. A pesar de ciertos desajustes, el carácter celestial que parece pedir Mahler en la escena final del Fausto (como si olvidara las dudas –y hasta la causticidad- de sus anteriores sinfonías, así como las que entrañan otras escenas del propio Fausto) resultó conseguido por los intérpretes y llenó de agrado al público.

Los solistas lidiaron con los volúmenes sonoros de los coros y la orquesta que tenían a sus espaldas, aunque debe recordarse que la partitura de Mahler aligera densidad en la mayor parte de sus intervenciones. Ricarda Merbeth lució un caudal de voz suficiente, aunque quizá con un exceso de vibrato. Con una presencia vocal algo menor cantaron Julia Novikova y Maria Luisa Corbacho. Ofelia Sala tuvo éxito junto al coro de niños, aun sin sobrarle volumen. Nikolai Schukoff sí que lo tuvo, pero también su acostumbrada tirantez en la emisión. José Antonio López suple con la expresión apasionada lo que pudiera faltarle a la voz. En Theresa Kronthaler, por último, se hubiera deseado una zona grave más consistente, al igual que en el caso de Alfredo García.

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