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Yoko Ono, la pionera silenciada

13/03/2022 - 

VALÈNCIA. Hace unos días se publicaba Oceanchild: Songs of Yoko Ono, un disco de homenaje promovido desde el flanco indie de la música pop No es la primera vez que el mundillo del pop alternativo se da cita en torno a las canciones de Ono, de la misma manera que, si no llevo mal la cuenta, este es ya el cuarto disco que se publica rindiéndole pleitesía. En 1984, para celebrar su 50 aniversario, Elvis Costello -fantástica su versión de “Walking on thin ice”-, Nilsson, Roberta Flack y otros artistas interpretaron temas de Yoko en Every man has a woman who loves him. Pero todos los reconocimientos a su obra musical parecen siempre pocos y débiles a la hora de contrarrestar la hostilidad y los malentendidos que ha ido acumulando desde el primer día que tuvo la osadía de convertirse en novia de un beatle. Ser pareja de un beatle no resultaba una tarea fácil, y menos aún si te enamorabas de uno de sus miembros más populares. 

Linda McCartney era americana, rubia y fotógrafa -la primera que se dedicó a fotografiar a deidades del rock-; Yoko era japonesa y provenía de la escena del arte conceptual neoyorquino, así que fue contemplada como una pirada, que además resultaba antipática. En los círculos de la vanguardia artística neoyorquina, definido siempre por acciones que rompían con las convenciones del arte, la presencia femenina era habitual. En 1957, Ono, que estaba adscrita al grupo Fluxus, era una figura venerada en dichos círculos. Todo ese respeto se desvaneció cuando llegó a Inglaterra y formó pareja romántica con uno de los grandes ídolos del siglo XX, John Lennon. Desde entonces, cualquier cosa que haga, diga, componga, ejecute o exprese Yoko Ono precisa de un trabajo previo de limpieza de prejuicios.

Como soy -aparentemente- de las pocas personas del universo que aún no han visto Get Back, no puedo opinar sobre su manía de hacer ganchillo en las sesiones de grabación de los Beatles. No obstante, no puedo evitar acordarme de la anécdota que John Cale contaba acerca de las sesiones de grabación del primer álbum de The Stooges, el cual produjo. En aquel momento, Iggy Pop estaba viviendo un idilio con Nico, y según Cale, ella aparecía por el estudio y, mientras la banda registraba su música, sacaba las agujas, el ovillo de lana, y se ponía a hacer punto. Nico no cometió la osadía de enamorarse de un beatle, pero sí se atrevió a seguir su instinto y a crear un par de álbumes que estaban tan alejados de los cánones del pop como nosotros lo estamos de Júpiter. Discos como The Marble Index y Desertshore le valieron a Nico el calificativo de chalada y por ellos fue considerada una lunática de la forma más peyorativa posible. Periodo este que coincide con su decisión de dejar de ser rubia para evitar que su espectacular belleza interfiera con su trabajo. 

Pero volviendo al ganchillo de Yoko, es más que onvio su obra no tiene por qué estar luchando constantemente con el papel que jugara o que proyectara en los días finales de los Beatles. Como a tantísimas otras mujeres, el tiempo ha terminado dándole la razón, y eso se advierte cuando artistas tan dispares como Peaches, Anohni, David Byrne, Death Cab For Cutie, Flaming Lips, Spiritualized, Tricky, Thurston Moore, Beastie Boys, Kim Gordon, Pet Shop Boys, Cat Power, DJ Spooky, Yo La Tengo y unos cuantos nombres más, adscritos a todo tipo de estilos y tendencias, versionan sus temas, los remezclan o directamente colaboran con ella. En 1973, Yoko cantaba temas como “Sisters, O Sisters” y “Woman’s Power”. Es obvio que, en 1973, el feminismo también estaba mayormente considerado como un asunto propio de lunáticas extravagantes. En aquellos tiempos en los que aún quedaba tanto por hacer en esta cuestión, Ono fue la que imbuyó a Lennon de empatía hacia la igualdad de género, otra comida más de tarro, pensarían los malpensados. Pero en 1972, Lennon canto “Woman is the nigger of the world” (La mujer es el negro del mundo), composición coescrita con ella y que, hoy por hoy, no ha perdido ni un ápice de significado.

Yoko es la artista de los gritos, la vocalista gutural que tan nerviosos pone a algunos. Cuando Lennon escuchó a los B-52’s y advirtió de dónde venía la manera de cantar de Kate Pierson y Cindy Wilson, supo que los tiempos habían cambiado. Ellas no fueron las únicas que empezaron a cantar de otra manera. Porque un hombre haciendo gorgoritos, poniéndose operístico o dándole al falsete no es sospechoso de nada, pero una mujer haciendo lo mismo… Lene LovichToyah, Nina HagenSiouxsie, Diamanda Galás se acogieron a esa manera de expresión, libre y desinhibida. No hace falta ser una cantante de blues, no hace falta ser Janis Joplin para poder sacar tus sentimientos a través de la garganta. El desgarro no tiene por qué ser algo que nos deje conformes a todos. El desgarro, las emociones pueden manifestarse de manera iconoclasta. Yoko hacía eso y automáticamente, se convertía en una presencia incómoda. Como también lo es Björk, una de sus más aventajadas alumnas, cuando se sumerge en propuestas que se alejan de la canción convencional.

Y entre la antipatía y la iconoclastia, al final va a dar la impresión de Yoko Ono no tiene canciones que valgan la pena porque solamente sabe sembrar el caos y joderle los discos a John Lennon. La discografía de Yoko está llena de canciones melódicas, canciones que tanto si son convencionales como si no, enganchan. Quien lo dude puede probar a escuchar sin prejuicios la mencionada “Sisters, O Sisters”, o “Toyboat”, que la maravillosa Sharon van Etten borda en el disco Oceanchild, que, por cierto, parte de una iniciativa de Ben Gibbard, cerebro de Death Cab For Cutie. Yoko tiene un lado musical amable mucho más amplio y elaborado de lo que parece. Quizá haya quien quiera descubrirlo a través de las interpretaciones de otros artistas, de discos como este Oceanchild, o del titulado Yes, I’m a witch, (Sí, soy una bruja). Como se ve, Yoko es ya lo suficientemente vieja como para tomarse ciertas cosas a pitorreo. 

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