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Juan José Millás: "Alguien a quien la realidad le parece normal, no puede escribir una novela"

7/03/2019 - 

ALICANTE. Llega la segunda jornada del ciclo La dignidad de la palabra, este jueves, 7 de marzo, en el Gran Teatre d’Elx, donde participará el escritor Juan José Millás, presentado por Juan León. Millás (València, 1946, aunque madrileño de adopción transitoria) es uno de los autores más sobresalientes de lo que en los años ochenta se dio a llamar nueva narrativa española, una etiqueta circunstancialmente debida a Constantino Bértolo que englobó a autores tan dispares como el propio Millás, Juan Benet, Javier Tomeo, Eduardo Mendoza, Antonio Muñoz Molina, Javier Marías, Mercedes Soriano, Adelaida García Morales o Álvaro Pombo.

Desde Cerbero son las sombras (1975) hasta la más reciente Que nadie duerma (2018), pasando por la magnífica Trilogía de la soledad, compuesta por El desorden de tu nombre (1987), La soledad era esto (1990) y Volver a casa (1990), o El mundo (2007), Premio Planeta y Premio Nacional de Narrativa, una de las pocas veces en que una obra de calado consigue un reconocimiento de crítica y comercial, la narrativa de Millás es una de las apuestas más honestas del panorama literario español, siendo, además, una figura conocida por su participación en uno de los medios más populares, la radio. Antes de viajar a Elche, coge el teléfono para hablar con Alicante Plaza.

-Que nadie duerma contiene algunos elementos costumbristas que no aparecen en tus obras anteriores. ¿Ante cada escritura, prefieres predecir el futuro y tener todo controlado desde el inicio, o te dejas llevar por la sorpresa?
-Bueno, tendríamos que ponernos de acuerdo en el significado de costumbrista, porque ¿toda forma de realismo es costumbrista?, podría ser la pregunta. Yo creo que no hay tantos elementos costumbristas como realistas, a secas, que se combinan a su vez con elementos de orden fantástico, de manera que al final la obra es más bien una mezcla, diría que diabólica, entre el registro fantástico y el registro realista. En ese sentido, yo ya he hecho más veces esto de intentar ver la vida cotidiana a la luz de lo fantástico, que en definitiva es de lo que trato, me manejo muy bien en el juego de los contrarios, porque es lo que me obsesiona y me preocupa. El juego de la apariencia y la realidad, el juego de la identidad. Ahí, lo que se produce es una amalgama, yo diría que curiosa, entre esos dos registros que, en apariencia, están muy separados.

-Más allá de tu primera época, influenciada por Cortázar y la literatura del llamado realismo mágico, ya en Papel mojado y la Trilogía de la soledad empieza tu batalla con la extrañeza de uno mismo, que luego pasa a ser la extrañeza del otro, y ahora mismo la extrañeza por los objetos que nos rodean… ¿tienes trazado un plan?
-Primero, una puntualización, esto de que mi primera obra están influenciadas por Cortázar y por el realismo mágico, es una etiqueta que ha quedado ahí, que estará en google o en wikipedia, pero que es algo que alguien dice y luego se repite hasta la saciedad, pero lo cierto es que cuando escribí Cerbero son las sombras, ¡yo no había leído todavía ni a Cortázar ni nada del realismo mágico! No se pueden evitar las etiquetas, pero esta tiene poco o ningún valor. Lo que sí he practicado siempre, desde el principio de mi escritura, desde Cerbero... incluso, es la extrañeza respecto de lo cotidiano. Eso sí que es un valor que yo reconozco como propio, porque además es un valor que en mí venía de serie. Ya de pequeño me extrañaba la realidad, en tanto que me he sentido fuera de ella. Luego, he cultivado esta extrañeza, porque me he dado cuenta de que para escribir es preciso extrañarse de la realidad que uno vive, a fin de que adquiera significado. Alguien a quien la realidad le parece normal, no puede escribir. Podrá escribir el Código Civil, o el Código Penal, pero no una novela, porque se escribe desde una situación de conflicto con la realidad.

-¿El narrador es un periodista de los universos alternativos?
-Si es un periodista, es un periodista marciano, un periodista extrañado, que acaba de caer en este mundo y no acaba de entender muy bien su funcionamiento.

-¿Me podrías explicar tu concepto de “masa crítica lectora”?
-Esto viene a cuento de la típica pregunta de si se lee más hoy que ayer, si se va a perder la lectura… yo tengo la impresión de que se lee hoy más, porque desde luego Pío Baroja no vendía los ejemplares que vendemos hoy la mayoría de los escritores. Lo que siempre digo es que, de todos modos, el grupo de gente que ha leído, históricamente, ha sido pequeño, la lectura no ha sido nunca una actividad de masas. Ahora bien, esos grupos pequeños eran la masa crítica suficiente como para trasladar los valores de lo que leían a la sociedad en la que vivían. Por ejemplo, muy poca gente ha leído a Petrarca, o a Dante, o a Shakespeare, o a Cervantes, pero sin embargo, nuestra sociedad está impregnada de los valores literarios de estos autores. Los sociólogos dicen que masa crítica es el número de gente que hace falta para que suceda algo. Y hasta ahora, esa masa crítica se ha mantenido estable y robusta. Fíjate que hasta los modelos amorosos de la poesía medieval y renacentista son, en gran medida, de los que todavía se vive.

-¿Qué es más difícil para un narrador como Juan José Millás, la primera o la tercera persona?
-Depende. La primera persona es sencilla cuando empiezas a escribir. Es muy común que las primeras novelas estén escritas en primera persona, porque allí donde falla el oficio, se sustituye con la apariencia de sinceridad, y el yo proporciona este efecto. Sin embargo, cuando una ya tiene oficio, la primera persona es muy difícil, porque claro, ya no te permites cubrir las carencias a base de sinceridad. La primera persona es muy fácil cuando empiezas a escribir, y a medida que te haces mayor, se hace más complicada. Por otro lado, cada novela exige una persona. Hay veces que empiezas una narración en tercera persona y, cuando llevas 40 folios, te das cuenta de que aquello no funciona, lo pasa a primera y todo cambia, o viceversa. No podría decir cuál de las dos es más difícil, salvo lo que he comentado de los inicios, llega un momento que de lo que se trata es de acertar a qué narración le va mejor una u otra.

-¿El novelista, como experto en la mentira coherente y verosímil, es el mejor oráculo de la sociedad contemporánea?
-No sé si es el mejor oráculo, pero la función ineludible de la literatura es representar la realidad. Marx decía que cuando alguien quiere acercarse a una época, debe leer antes a los novelistas que a los historiadores. Si tú quieres saber qué fue la Guerra Fría, tienes que leer a John Le Carré antes que a los historiadores. O cómo fue el siglo XIX francés, a Zola, Balzac o Flaubert. Y si quiere saber cómo fue el siglo XIX ruso, a Dostoievsky. Aunque intentes evitar que tu obra sea metáfora de la realidad en la que vives, al final lo será, aunque hagas literatura fantástica. Es inevitable, cuando una novela es buena, además de otras cosas, será una metáfora de la realidad, entendiendo por realidad algo mucho más amplio de que lo que entendemos por realidad. Los sueños y las fantasías conforman también la realidad.

-¿València es algo más que un recuerdo lejano ya para ti?
-¡Es mucho más! Si es verdad esto de que la patria de uno es la infancia, València es mi patria. Pero tal vez no una València real, sino idealizada, sobre todo, por el mar. Cuando llegué a Madrid con seis años, lo que más eché en falta fue el mar, no podía entender que hubiera ciudades sin mar. Siempre he pensado que Madrid era un lugar de tránsito para mí, porque yo tendría que vivir en una ciudad que estuviera junto al mar, que es algo que intentaré cumplir ahora, en la casa que tengo en Asturias, junto al Cantábrico.

-¿Serías capaz de citar a cinco autoras imprescindibles para tí, para tu formación como escritor?
-Virginia Woolf, Idea Vilariño, Alejandra Pizarnik, Anne Sexton, Emilia Pardo Bazán, Leila Guerriero, acabo de leer a una mujer que me parece que tiene una potencia brutal, Cristina Morales, la última premio Anagrama de novela, Marta Sanz, Gabriela Ybarra,... y una de las autoras que más importante ha sido para mí, Patricia Highsmith.

Imagino que ya te lo habrán dicho, pero eres como un icono, el paradigma del “escritor por encima de todo que consigue vivir de la escritura”. ¿Te sientes así?

Yo jamás pensé que viviría de la escritura… ni siquiera estaba en mi proyecto. Mi modelo de escritor, el que abundaba en España cuando yo empecé, era el de tener un trabajo por las mañanas, con el que me ganaría el pan, y por las tardes me dedicaría a escribir. De hecho, yo hice una oposición para Iberia y durante muchos años trabajé allí. Yo me encontraba muy a gusto con esta división del trabajo. Por las mañanas un asunto que no tenía nada que ver con la literatura y las tardes o las madrugadas, escribía. Yo no quería salir de esa situación, como les pasa a muchos escritores, que sueñan con escribir una novela que les libere del periodismo, de la administración, de la docencia. Pero llegó un momento, en 1993, que ya tenía mucha demanda de los periódicos, de conferencias, mis novelas ya empezaban a producir unos derechos de autor estimables, y no tuve más remedio que elegir. Y elegir quedarme en Iberia era como elegir no crecer como escritor, y eso que el trabajo allí era muy satisfactorio. Fue una decisión que me costó tomar, nunca estuvo en mi ambición vivir de escribir, ha sido una cosa que me ha llegado incluso a mi pesar, aunque luego fue la mejor decisión que he tomado en mi vida.

-Y no puedo acabar sin hacer mención a una cuestión de nomenclatura relacionada con el ciclo en el que participarás en Elche: ¿la palabra dignifica?
-Esto es una idealización, que está genial en el nombre del ciclo en el que participaré en Elche, pero la realidad es que la palabra dignifica cuando dignifica, pero no siempre es así, solo hay que ver las portadas de los diarios ahora mismo.

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