ALICANTE. Ulises de López, activista cultural, autor de cómic, entre otros con su álter ego Shoyu, editor a través del sello Sugoi, en el que ha publicado autores como Surco Valbuena, Roberto Corroto, o ha emprendido la tarea de recuperar las ‘obras perdidas’ de Jan, el creador de Superlópez, ha emprendido una nueva aventura llamada La Hormiga Poeta, una intervención social de recogida gratuita de libros y otros enseres de papel, para su posterior distribución en diferentes bibliotecas públicas y colegios, en un principio en la provincia de Alicante, con intención de llegar a toda España. Los presupuestos para libros son limitados y con este proyecto quieren darle una segunda oportunidad a los libros que ya han sido utilizados y hacerlos llegar a donde aún los necesitan.
“Cuando pensamos nombres, mi personaje favorito de Superlópez es la Hormiga Poeta, que sólo sale en una de sus historias, El castillo de arena, y que cuando vuelve a salir, al cabo de tres álbumes, está muerta, sólo aparece su tumba. Me entristeció un montón, le escribí a Jan y le dije ‘la has matado, era mi favorita’, a lo que me respondió ‘¿cuanto crees que vive una hormiga?’. Aparecía en una historia en la que se critican los vertidos radioactivos en el desierto, y esta hormiga, en lugar de hacerse gigante y seguir siendo un bicho normal, se convierte en poeta y, con el tamaño de una persona normal, devora libros, pero antes de devorarlos, se los lee, y se pasa el día recitando a Mallarmé o Gloria Fuertes. Como dice Superlópez, es un poco plomazo, pero es simpática. Le pregunté a Jan, le expliqué el proyecto, y me dijo que podía utilizar la imagen de la Hormiga sin problema”, comenta Ulises.
“En realidad es una cosa que ya hacía por mi cuenta. Yo soy coleccionista de cómic y quiero montar la primera biblioteca de cómic… iba a decir de Alicante, pero creo que de España, porque no hay ninguna biblioteca exclusiva del género. Ahora mismo ya tengo 11.000 referencias en casa y, mientras esto se cuece, mi amor por los libros hace que, cuando veo la basura llena de colecciones de libros de cualquier cosa, es como si me clavaran un puñal en el estómago, ¡cómo pueden tirar los libros! Entonces lo que he ido haciendo es cogerlos, llevármelos a casa e intentar buscarles un hogar, normalmente entre los amigos. Pero llegó un momento en que los libros no me cabían en casa, entonces medio alquilé -digo medio alquilé, porque en realidad es el sitio donde trabajo, en la calle Murcia, número 1- un espacio, en el cual ahora la gente también puede venir a traer libros. La cosa ha ido creciendo y yo tengo amigos, pero no tantos como para ir dándole salida a tantos libros, así que empecé a contactar con las bibliotecas, y ellos me decían, según las necesidades que tenían, lo que yo podía llevar”. Hay que tener en cuenta que el espacio, los metros lineales de almacenamiento, de las bibliotecas públicas es limitado, muy limitado, lo que ha llevado a que los criterios de aceptación de donaciones se hayan ido haciendo más restrictivos con el tiempo, intentando evitar ejemplares deteriorados, ediciones más antiguas que las que ya se tienen, duplicados sobre títulos con poco uso, normas basadas en los criterios de expurgo que se vienen utilizando desde que se aprobaron las primeras normas biblioteconómicas.
“Casi todo el mundo necesita, en las bibliotecas, libro infantil y juvenil. Entonces pensé que, con todo lo que estaba haciendo, por qué no le ponía un nombre al proyecto, y le doy más visibilidad. Al final, cuando eres un individuo, por mucho que hagas, como que le falta fuerza. Sigo siendo yo solo, pero ahora bajo el nombre de La Hormiga Poeta, lo que facilita que más gente pueda echar un cable, incorporarse al proyecto, colaborar. Hace unos meses que di este paso, cree una web, lo hice público en internet, y empezó a contactarme gente que me ayuda, sobretodo catalogando las cosas que llegan, y contactando con las bibliotecas y, principalmente ahora, con colegios que tienen biblioteca. Ahora mismo, por ejemplo, al Instituto de San Blas hemos llevado unos 50 libros y cómics, libros de arte y tebeos, que les han venido muy bien”.
Esos criterios estrictos, debidos a la falta de espacio, a las necesidades concretas, de bibliotecas y centros educativos, han abierto nuevas vías para los libros recogidos en el proyecto de Ulises, el plan C, “Oenegés que trabajan en países del Tercer Mundo, y que están montando allí bibliotecas o centros educativos, y que necesitan material que cumpla condiciones básicas de calidad, y también, a este nivel, pero como acción más de cercanía, hace poco contactó conmigo la Asociación de Vecinos Les Palmeretes, de Carolinas Bajas, que tienen un local y han montado en él una pequeña biblioteca. Les llevé unos 100 libros, casi todo infantil y juvenil, y la idea que tienen es que colabore con ellos es en un proyecto de llevar los libros a la calle, aprovechando mi experiencia como contador de cuentos y activista de promoción de la lectura. Sacar un carro de la compra lleno de libros a la plaza del barrio y hacer una actividad de promoción lectora. Quiero aprovechar para dejar constancia de que esta asociación lleva más de cinco años reclamando que una parte de Cigarreras, que ahora mismo no está ocupada, sea dedicada a una biblioteca de barrio, de momento sin respuesta por parte de las administraciones”. Ya sabemos cómo está el tema de la cultura, y si hablamos de cultura de base, como es la promoción de la lectura, la formación de espíritus críticos y autónomos, más todavía.
“Aún así, cada vez se lee menos, y cada vez menos en papel, cada vez me cuesta más que la gente me coja libros, aunque también me encuentro con situaciones que me demuestran la necesidad de los libros. Hace poco tenía varias cajas de libros que nadie quería, entre los que había libros modernos incluso, ya los tenía casi repartidos entre amigos y el otro día iba caminando con la bicicleta, no montado, caminando con la bicicleta al lado, y vi una chica arrastrando un sillón. Me vio y me pidió ayuda, porque parecía pesado y le costaba moverlo. Le dije que claro y, al ponerme con ella, vi que nos encaminábamos hacia un puente. Ella vivía allí. Había estudiado enfermería en México, llevaba un par de meses aquí, y el poco dinero que le pagaban del paro en México no le daba para un alojamiento, a pesar de estar buscando piso y trabajo. Después de la conversación que tuvimos, hoy le he llevado unos libros, que ha agradecido encantada, porque sirven principalmente para eso, para que los utilice quien de verdad los necesita”.
Ante esta actividad, es evidente que Ulises ha recibido a menudo la consabida reacción del contexto utilitarista en el que nos movemos, “la típica pregunta de ¿para qué haces esto, si lo único que haces es perder dinero, con la gasolina que gastas, y el tiempo? Pues lo hago porque me apetece, porque si no hago cosas que me motiven, ¿qué hago? La idea es mover los libros, sea a quien sea, antes de que mueran quemados, compactados o hechos pasta de papel”.
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