Está en su treintena y está como (casi) siempre. El A Tres Bandas de Arrancapins es el pub que necesitamos
Clarísimamente, los sueños dulces están hechos de esto. Quién soy yo para negarlo. No he viajado por los siete mares, pero sí por una buena cantidad de bares de València y como el A Tres Bandas, pocos quedan que no sean carne de reggaeton, lámparas azules y muebles de contrachapado con esquinas muy redondeadas. ¿Quiero decir que es mejor lo antiguo? No siempre. Quiero decir que me gusta sentirme como en Cheers y que el interiorismo tenga horror vacui. Y que suene Sweet Dreams (Are Made Of This) de Eurythmics.
Tengo una imagen difusa en la que sonaba esta u otra canción de synth pop mientras jugaba a los dardos en el pub objeto de este artículo. Annie Lennox, la solista de Eurythmics, ha envejecido muy bien. Ya no tiene el pelo de un color que se lleva en Ruzafa. Yo ya no hago diana en la pantalla de los dardos. Estoy pensando en cortarme el pelo como “la mejor cantante viva de soul blanco”, según el canal VH1.
Un sábado indefinido, me encontré a una amiga, que iba con otros tres amigos, como si fuera un escarabajo pelotero empujando una bola de estiércol por los bares del Carmen. Me invitó a adherirme al rodamiento de la bola. Se dirigían al Christopher Lee, al Inmortal, al Fata Morgana o al A Tres Bandas. Todo respuestas correctas.
Estamos, Kike Taberner y yo, en el A Tres (así le llamas, si eres parroquiano). Es martes, son casi las diez, hora del cambio de guardia. Entra Claudio, el dueño. Hay bastante gente para el día que es, comienzo de la semana. Son de un amplio espectro de edad. Juegan al billar, a los dardos y la existencia. Hay clientes fieles y estudiantes extranjeros que dominan los tacos. Los de billar, digo. Se ven más cervezas que cócteles —infiero que por ser martes—, pero detrás de la barra está la cornucopia de las bebidas espirituosas.
El 10 de marzo de 1990 las puertas del A Tres Bandas se abrieron. En el interior había mucha menos decoración de la que hay ahora. El padre de Claudio, Ángel Lavado, emprendía con su propio local. Dudo que usar la palabra ‘emprender’. La palabra ‘emprender’, junto a el mobiliario de contrachapado blanco debería pasar de moda. Los dardos, no. (Gracias por inventarlos, ejército aburrido que entre batalla y batalla armó una diana. O eso dice una fuente no contrastada).
“Yo tenía siete años cuando esto se abrió. Mi padre fue construyéndolo poco a poco. Recuerdo estar de viaje y que mi padre siempre miraba cosas para el pub y se las llevaba. He intentado conservar ese espíritu, prestar mucha atención a la música. El bar es de un estilo irlandés personalizado y luego pues la música, de los 70, de los 80… abarcamos rock, soul, blues… esto, más el ambiente que tenemos, como de refugio, hacen el A Tres”.
Ángel había sido trabajador de hostelería durante un tiempo, también regentó un videoclub. “Pero se ve que lo suyo lo tenía en la cabeza. Lo tenía en mente y se decidió. Empezó con un socio, que es mi padrino. Al final distintas circunstancias hicieron que se separaran”. Claudio podría haber sido un niño de bar, una de esas sombras acostumbradas desde la infancia a los horarios leoninos de la hostelería, que crecen casi detrás de la barra. “Me mantuvieron al margen de todo esto hasta que cogí el local. Una Nochevieja, que iba a pasarla con mis amigos, les dije a mis padres ‘a ver, tenéis un sitio en el que se sirve alcohol. ¿Queréis hacer el favor de decirme algo para que pueda lucirme con mis colegas?. No se complicaron mucho la vida, porque me enseñaron a hacer un gin tónic y creo que un ron con cola”. En 2008, dentro del marco de la grandísima crisis financiera etc etc, esa matrioska de crisis que tuvimos, Claudio se quedó sin trabajo. “Caí aquí. Catorce años ya, es un montón de tiempo. Y la verdad es que muy bien, fue para mejor. Estoy muy contento con lo que tenemos ahora, para como están las cosas”.
El barman de este pub que en la entrada tiene unos flyers por si aparcas en segunda fila y tu coche molesta, vayan a buscarte dentro, se lamenta por uno de los clásicos del sector: las licencias y los horarios y los papeles y esas cosas. “Nuestro horario es hasta las dos de la noche y creo que está muy bien, me gustaría que el fin de semana tuviésemos una obra más, pero la licencia no nos permite “. Cuando se aproxima la hora del cierre, en las pantallas del pub comienza una cuenta regresiva. “Sensibilidad de cierre”. Aprendamos el concepto.
Claudio comenzó sin tener ni idea de coctelería. “Tenemos como doscientas cincuenta o más referencias diferentes. Al principio cogí y empecé a apuntarlo todo en una libreta, para que cuando me pidiesen algo, que no me sonará chino”. El barman hace una pausa en su cena de ensalada de tomate y arenques con una cerveza sin alcohol, para dar empaque a la mayor revelación que tuvo con su conversión laboral: “a veces escuchaba algo de música que ponían mis padres, pero como que no le prestaba atención. Cuando entré cuando ya empecé a poner el oído. Me parece increíble la música de los 60, 70 y 80. Creo que es el corazón de este sitio, crea armonía, une a gente joven y mayor. Mucha gente usa este bar como escondite, como un refugio algo diferente, cálido. Cuando salgo a tomar algo me gustaría encontrar sitios así, con música así. Soy como la serpiente con la flauta, me encanta”.