El realizador presentó el jueves en la Filmoteca un ensayo fronterizo, en todos los sentidos
VALÈNCIA. Una familia disfruta del bosque de Sandarmoh. Los niños van en bicicleta, y el más pequeño no para reírse mientras va en el remolque del que tira el vehículo de su padre. Corren, pasean, y en la casa que tienen en la zona, llevan una vida sin grandes sobresaltos, en el que la meditación y los ritos chamánicos tienen lugar. A los Prankratev les rodea una luz; son felices. Tienen un aura mágica que les inunda; igual hacen ellos con el bosque que les rodea. Viven en armonía.
Pero del mismo suelo que sirve como recreo, se levanta un monumento que reza "Gente, no os matéis unos a otros". En muchos troncos hay pegados o atornillados retratos en color sepia y en blanco y negro. Son los fantasmas del bosque, gente que murió en él y que no ha movida. En realidad, Sandarmoh es una gigante fosa común, en el que se calcula que, en tan solo diez meses entre 1937 y 1938, el gobierno de Stalin ejecutó a más de 10.000 personas de unas 60 etnias diferentes. Este fue uno de los puntos más significativos de la Gran Purga.
Este territorio extraño forma parte de la República de Carelia, el nexo entre Rusia y Finlandia, que cuenta con una historia y una mitología especialmente singular. Se dice que algo es carelio cuando tiene un aura mágica y extraña. Así definió Oleg Karavaychuk el cine de Andrés Duque, mientras este le retrataba para el film Oleg y las raras artes (2016). Y este fue el impulso que necesitó Duque para explorar este territorio.
El resultado de este viaje es Carelia: internacional con monumento (2019), un ensayo sobre la memoria histórica y la gestión del pasado a través de la mirada extraña del realizador venezolano afincado en Barcelona. Él mismo presentó el film el jueves en La Filmoteca, en una actividad organizada por el colectivo Cine por Venir. Antes, atendió las preguntas de Culturplaza.
"Oleg me enseñó algo que se me quedó muy grabado: la importancia de ser disonante, de encajar elementos que no se presupone que puedan encajar. Así que yo busqué hacer una película disonante", cuenta Andrés Duque. La película, en efecto, es el retrato de la cara y la cruz de un mismo territorio: por una parte, una familia disfruta de su vida en tranquilidad del bosque de Sandarmoh, explorando la magia del lugar, aprendiendo del privilegio que supone culturalmente una zona fronteriza con tanta historia; de repente, el discurso da un giro de 180 grados, y la Carelia luminosa da paso a una realidad bien cruda, la del gobierno de Putin intentando reescribir la historia para blanquear los crímenes de Stalin. "Hay un interés común de una derecha nacionalista y reaccionaria y del comunismo tradicional ruso por resucitar la figura de Stalin como gran héroe patrio, y obviar que es un genocida", comenta.
La historia toma fuerza cuando detienen a Yuri Dmitriev, activista e investigador de estas fosas comunes. El gobierno de Putin, contrario a sus teorías, le acusan de pederastia y le encierran en un psiquiátrico solo una semana antes de que empezara el rodaje, en el que se suponía que iba a participar.
Esta disonancia narrativa se significa en la manera en la que el realizador coloca la cámara. Con la familia, el dispositivo es un miembro más: se mueve, se acerca a los personajes, interactúan con ellos... En el bosque, tras la revelación, la cámara se para en seco, los planos se alargan y se enfrían, y se toma una distancia más que prudencial. "Me he sentido cómodo rodando de las dos maneras. La historia de Dmitriev infecta a la familia y viceversa. Yo intento recoger esos actos chamánicos que practican los Pankratev y trasladarlos de alguna manera al ámbito político. La sensación final con la que se queda la gente es lo que cuenta, y creo que habla muy bien de Rusia", argumenta.
Actualmente, Sandarmoh está militarizado. El gobierno de Putin cerró el acceso para encontrar soldados soviéticos ejecutados por el ejército finlandés durante la Segunda Guerra Mundial. La idea es crear equidistancias, justificar la Gran Purga en términos bélicos: "La diferencia es que Finlandia es consciente y no niega que cometiera esos crímenes. Rusia parece que sí lo quiera reinterpretar los hechos", cuenta el autor. La magia chamánica que capta Andrés Duque con su cámara, toda esa aura carelia, tiene ahora restringido el paso. Cuando la memoria de los muertos amenaza con resucitar, pesa más lo que puedan decir sus cuerpos; cómo va a importar más el misterio de nacido de la naturaleza y la Historia que la reescritura de la figura de Stalin.
Salvando las distancias, es inevitable pensar en las fosas comunes de la Guerra Civil en España. "Yo creo que la gran diferencia es que aquí no hay ningún Yuri Dmitriev. Aquí la Memoria Histórica se ha dejado totalmente de lado a partir del pacto que hubo en la Transición. El problema es que, si estos traumas del pasado no se resuelven, los muertos vuelven", opina el director.
En este sentido, la complejidad para entender políticamente Rusia hace que Duque no se meta en una pelea ideológica. La concepción del término comunismo cambia radicalmente dónde se contextualice. En Rusia es el recuerdo de una dictadura, en Europa occidental y Estados Unidos una desorbitada amenaza, en Latinoamérica, una utopía frustrada... "Yo he querido separar los hechos de un gobierno de la cuestión ideológica. Para mí, lo más sano y lo menos nihilista, es entender que como proyecto, el comunismo es salvable, aunque se haya demostrado -en su aplicación política- totalmente fallido", explica el realizador.
"En estos tiempos donde todo se cuestiona, lo único que puedes aportar como autor es tu mirada subjetiva", afirma Duque cuando una pregunta hace referencia a Laura Mulvey. La teórica afirma que huir de la narratividad es la solución para que el cine sea útil y reafirme su naturaleza artística. La filmografía de Duque no para de caminar hacia ello, aunque reconoce que está es su primera obra en la que se explicita de manera más clara sus ideas políticas: "siento que si vengo de algo o defiendo algo con mi cine, esa sería la teoría queer y la deconstrucción feminista. Mi cine nace de mis emociones".
Duque busca dejar que las películas se construyan a sí mismas, y las utiliza como herramientas para explorar el mundo. Sin concesiones a lo paranormal, pero con la puerta abierta al misterio y a la ilusión. En ese sentido, la porosidad de las etiquetas y las fronteras cinematográficas están facilitando despegar dos conceptos como son documental y cine-ensayo: "España es muy receptiva a estas nuevas formas de hacer cine, sobre todo a partir del 15-M. Seguramente yo no hubiera sido cineasta en ningún otro país que no fuera este".