VALENCIA. Se ha puesto de moda la palabra intrahistoria, que sirviendo para un roto como para un descosido, se aplica a las más diversas situaciones. La visión que actualmente tenemos de nuestra ciudad me recuerda a la socorrida imagen del iceberg: lo que vemos, si no miramos bajo el agua, es ese pequeño cascote bajo el cual se oculta la verdadera mole. La Valencia que hoy, si no somos un poco curiosos, no es más que un bello escaparate de los más diversos estilos que van desde las ruinas de la plaza de la Almoina hasta la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Pero existe una Valencia formada por acumulación, que relaciona su arte, su arquitectura, los lugares que diariamente recorremos, con hechos que allí sucedieron o con celebres personajes que los ocuparon. Este no es más que uno entre muchos de los recorridos “intrahistóricos” que permite una ciudad milenaria que permite, afortunadamente, una literatura enciclopédica. Valencia permite ser recorrida según una interminable cantidad de puntos de vista. Este es otro más.
Hace unas semanas el historiador Leonardo Mulinas pronunció una interesante conferencia sobre quien fuera Ministro de Justicia durante el tiempo en que Valencia fue capital de la República, Juan García Oliver. La conferencia se celebró en el espléndido Palacio de Malferit, hoy museo del L´Iber-en la calle Cavallers- también llamado de los soldaditos de plomo, que clava sus orígenes a finales del siglo XIV. Ello me sirvió para enterarme de algo que desconocía por completo: que la república instaló su Ministerio de Justicia en tan noble edificio. Algo que me llamó la atención fue que el flamante ministro, miembro duro de la CNT, decidió mantener el ornato de la casa y no permitió que se retiraran y se destruyeran los cuadros, en su mayoría religiosos, que pendían de muros. Al menos para mí, ese fue el momento entrañable de la tarde.
Como una cosa lleva a la otra, las próximas Torres de Serranos fueron durante la infausta contienda civil, junto con el Patriarca, el lugar de residencia temporal de buena parte de las obras maestras del museo del Prado expatriado, ya que en Madrid, donde las cosas se habían puesto muy feas, su integridad corría serio peligro. Dado su carácter de fortaleza en todo el sentido de la palabra, con sus muros de tres metros de espesor, fueron depositadas en el piso inferior las cajas contenedoras. Sobre este se construyó una bóveda de hormigón y sobre la misma, para el caso de derrumbe se aplicó una capa de un metro de cáscara de arroz, que no hubo que traer un lugar muy lejano. Sobre ella, otra de un metro y medio de tierra, el mismo grosor para el suelo del segundo piso, y miles de sacos terreros en las azoteas. Sí señores, las joyas del Prado residieron un tiempo junto al Mediterráneo y la luna de Valencia y las torres de Serranos fueron convertidas en un bunker temporal.
Entre estas piezas maestras, a buen seguro se encontrarían algunas tablas de Juan de Juanes, el pintor nacido quizás en la Font de la Figuera, quizás en nuestra ciudad, pero establecido en Valencia y cuya vivienda taller se encontraba muy cerca de esta puerta de la ciudad. Sólo hay que seguir la calle Roteros, y ya en la calle Baja y junto a la Plaza del árbol, se encuentra lo que se llamó con posterioridad la Casa Insa, de pintoresco patio medieval, hoy convertida en un establecimiento hostelero.
La trama de la Valencia intramuros en la que vivió el pintor de esa obra maestra que son Las bodas místicas del venerable Agnesio, afortunadamente aún se mantiene en gran medida, pero prácticamente era igual un siglo después cuando el sacerdote Tomás Vicente Tosca a principios del siglo XVIII delineo el célebre plano del que ya hemos hablado en más de una ocasión. Trabajo que debió llevar a cabo desde la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri, hoy iglesia de Santo Tomás, donde pasó buena parte de una vida atareadísima pues se dedicó a la matemática, filosofía, arquitectura entre otras disciplinas.
La trama moruna de la Valencia intramuros, nos hace sufrir cuando tenemos que explicar a un foráneo cómo llegar a su destino, pero también no permite llegar al nuestro por infinidad de itinerarios diferentes (esa es una de mis raras aficiones). Desde la calle baja, donde nos habíamos quedado, nos pilla de paso casa donde el padre Tosca nació, en la calle de Serranos, que todavía se conserva, y que presenta en su esquina una columna exenta en piedra tallada verdaderamente peculiar. Allí una placa instalada en 1858 se encarga de rememorar el hecho natalicio.
Pero, como decíamos, Tosca no vivió allí sino que lo hizo en lo que hoy se conoce como la plaza de los patos. En nuestro particular itinerario pasamos junto al Almudín donde se encuentra otra casa natalicia, en este caso en un estado de conservación lamentable (y que aprovechamos para denunciar). Un letrero sobre la puerta nos anuncia que esta es la casa donde nació San Luís Beltrán, santo dominico que vivió en la Valencia del siglo XVI. Según se cuenta, estando enfermo acudió a una fuente situada entre el barrio de Ruzafa y la Albufera, su “milagrosa” recuperación hizo que bendijera la susodicha fuente, lo que dio nombre al actual barrio de la Fuente de San Luís.
Ya en la calle avellanas, pasamos junta a la calle Cabillers donde en una de sus casas murió el gran poeta Ausias March. Otra placa, esta vez en mármol blanco y de claro estilo modernista nos lo recuerda “Açi estava la casa d´Ausias March aon mor en 1459”. A tiro de piedra está la Cárcel de San Vicente Mártir, junto a la calle del Mar, lugar en el que pasa sus últimos días el Santo Patrón de la ciudad.
Nunca dejo de admirar la fachada de la iglesia de Santo Tomás, una de las iglesias con la fachada barroca “a la romana”, más interesante de la ciudad. entre sus numerosos elementos llamativos presenta un gran arco rebajado en piedra que, sin embargo, no se trata de un mero recurso ornamental, sino que cumple una doble función estructural y embellecedora. ¿Cómo lo sabemos?. Muy fácil: con el tiempo se ha adivinado providencial para la vida del edificio. Y es que si nos fijamos una gran grieta nació en su día en la parte alta de la fachada, recorriendo verticalmente toda ésta, haciendo peligrar la estabilidad de todo el frontal del edificio. Al interceder con el arco, la grieta milagrosamente se detiene puesto, y así de esta forma tan gráfica que dicho elemento no sólo era embellecedor sino que cumplió una función sustentadora.
Bajamos por la calle Conde de Montornés para llegar al final de nuestra ruta. En la plaza de Tetuán se encuentra otro edificio que no suele figurar en el abc de las guías turísticas pero no por ello carece de interés. El palacio de los condes de Cervelló tuvo un papel destacado en la historia de la ciudad puesto que también acogió entre sus muros residentes ilustres: desde mariscal del imperio Louis Gabriel Suchet que se instaló allí durante la invasión napoleónica al mismísimo Fernando VII, la regente María Cristina, Isabel II o Amadeo de Saboya. Ahí es nada. Adquirido por el ayuntamiento, dado su lamentable estado, ha sido decorado interiormente siguiendo los postulados de orden romántico y es actualmente la sede del archivo municipal, uno de los más completos y antiguos de Europa. Voces autorizadas como la del historiador Josep Vicent Boira proponen su dedicación a museo del romanticismo a imagen del existente en Madrid. Vista su decimonónica intrahistoria, no sería mala idea.