Los huertos vecinales de Benimaclet; los del colectivo Cabanyal Horta y los Del Camp a la Cuina (Alboraya). Tres modelos de gestión distintos, pero un interés común: el placer de trabajar la tierra y cultivar tus propios alimentos
Álex Bolea tiene a sus espaldas un largo currículum como “activista de la huerta”. El resultado de la tenaz campaña de movilización llevada a cabo junto a otros compañeros de la Asociación de Vecinos de Benimaclet se despliega ahora, diez años después, ante nuestros ojos. En el solar abandonado de la calle Mistral donde se acumulaban antaño montañas de escombros, vemos hoy una ordenada retícula de acequias y parcelas en las que crecen los primeros brotes de los tomates, calabacines, berenjenas, pepinos y lechugas de esta temporada. Aquel solar yermo se ha transformado en un espacio fértil con encanto do it yourself. Con su “hotel de insectos”, sus composteras, su mobiliario informal de tablones y el gallinero que proporciona huevos frescos a diario (y en el que las aves, como no se sacrifican, gozan del privilegio de morir de viejas). El de Benimaclet es uno de los primeros proyectos de huertos urbanos autogestionados que funcionan en el área metropolitana de València. Forma parte de un movimiento civil que defiende el autoconsumo y el trabajo de la tierra como símbolo de libertad.
Concretamente, los huertos urbanos de Benimaclet funcionan como una asociación sin ánimo de lucro, que se dirige de forma asamblearia e incluye trabajos voluntarios para la comunidad (riego y limpieza de zonas comunes), paralelos a los cuidados que debe realizar cada cual en su parcela. No se cobran cuotas, y cuando se necesita hacer una pequeña inversión, se recurre a una derrama. Tienen, eso sí, un estatuto con normas de convivencia. “No permitimos el abandono por desidia y dejadez. El máximo tiempo que puede estar una parcela sin cultivar son tres meses. Tenemos una lista de espera muy larga de personas con ganas de entrar”, señala Álex.
“Aquí en València siempre ha existido la tradición de cultivar en cualquier trozo de tierra sin utilizar, incluso junto a las autopistas. Esto no lo hemos inventado nosotros”, comenta este horticultor urbanita, que vivió en primera línea la lucha por conseguir que la entidad financiera que era propietaria de este terreno les dejara utilizarla mientras no se le diese uso. Seguro que lo recuerdan: montaron manifestaciones, plantaron lechugas delante de sedes financieras… “Los directivos de Madrid ya no podían más con nosotros, así que al final cedieron. Bueno, en realidad lo que ocurrió fue que el Ayuntamiento de València les propuso una permuta de terrenos, para concedernos a nosotros un permiso de 50 años para quedarnos aquí”. Ningún miembro de la asociación tenía gran experiencia con la azada, pero aprendieron. Esto, repiten, no solo tiene como objetivo comerte tus propios tomates, sino crear un espacio de convivencia dentro del barrio.
¿Y quién ha cuidado de las parcelas durante el confinamiento? “Hemos tenido suerte porque ha llovido mucho, de modo que no hemos tenido que venir muchas veces a regar. Pero todo esto nos pilló el 14 de marzo con muchas cosechas sin recoger. Además venía el calor, y era necesario venir a cortar hierbas, remover tierra, abonar y plantar. Así que pedimos un salvoconducto y nos organizamos por turnos. Conseguimos que nos trajeran cajas de planteles y los dejamos en la caseta a disposición de cualquier socio que viniese a cultivar”.
Los huertos de Cabanyal Horta no han tenido muy buena fortuna durante el confinamiento. Este colectivo, también autogestionado pero de carácter más libertario, no cuenta con parcelas valladas. “Los usuarios dejamos de venir desde la declaración del estado de alarma. El problema que tuvimos es que sufrimos muchos destrozos por parte de grupos de gente que se saltaba el confinamiento y venía a hacer botellón. Rompieron incluso la puerta de la caseta donde guardamos las herramientas -nos explica Silvia Sánchez, una de las fundadoras de este colectivo-. Conforme veíamos que la cosa se alargaba, y que el tiempo de la cosecha nueva se nos echaba encima, nos empezamos a poner nerviosos. Nos pusimos en contacto con el Ayuntamiento y nos dio un permiso, pero no llegó hasta la semana pasada. Nos organizamos por turnos para no coincidir más de 5 ó 6 personas. Este es un espacio grande y es posible guardar las distancias. Estaba todo muy asalvajado y mucha cosecha que no se recogió a tiempo se había espigado. Lo bueno es que ha llovido mucho”. En cualquier caso, nos recuerda, Cabanyal Horta es algo más que un huerto. “Nuestras cosechas son testimoniales; tenemos que ir igualmente a comprar a las verdulerías de vez en cuando (ríe). De hecho ya contamos con que cerca de un 30% de nuestra producción se la lleva gente de fuera. Lo tenemos tan asumido que incluso tenemos una parcela para el común. Queremos ser un símbolo, para que en la ciudad se valore el autoconsumo. Y también organizamos muchas actividades didácticas gratuitas con colegios y asociaciones de personas con autismo, por ejemplo”.
Claro está que no todos los huertos urbanos se organizan de forma colectiva. El número de pequeñas empresas que se dedican a la gestión de parcelas de cultivo crece cada año. Hablamos con Alejandro Ballestrini y Juan Andrés, usuarios de Del Camp a la Cuina, espacio regentado por el Señor Miguel. Aquí el funcionamiento es más formal. “Firmas un contrato de alquiler por una parcela (la nuestra es de 50 metros cuadrados, pero las hay de varios tamaños) -explica Alejandro-. El alquiler incluye el agua, con un grifo en cada parcela, el uso de todas las herramientas, parking y una zona con mesas y sillas por si te apetece descansar. El sitio es genial porque, estando a 10 minutos de valencia, te da la sensación de desconectar por completo de la ciudad”.
Si no tienes experiencia, no hay problema: el señor Miguel te orienta. “Desde cómo hacer los caballones hasta qué debes cultivar en cada época o cuándo conviene regar. Además, por un precio mínimo, si no tienes tiempo o directamente no te apetece hacer los caballones, le avisas y él te pasa a la burra y te echa un saco de abono. Estas facilidades evitan que abandones a la primera de cambio, cuando estás pasando por una época en la que tienes menos tiempo disponible”
¿Y cómo han llevado el confinamiento sus alcachofas? “Ha sido un problema, porque al principio no podíamos ir; unas semanas después dijeron que se permitía ir a recolectar (no a plantar), pero solo a la gente que estuviera empadronada en Alboraya, que no era nuestro caso. Después ya nos dejaron a pesar de no estar empadronados, pero es verdad que gran parte de la cosecha la hemos perdido. En particular las alcachofas y las coles. Ha sido un poco frustrante. De hecho, los primeros tomates hay que plantarlos después de Fallas, y el estado de alarma empezó el día 14. De todas formas, desde la Fase 0 ya hemos podido empezar a plantar así que problema resuelto. Y Fallas, el año que viene. Sin prisas”.