VALÈNCIA. Este viernes llega a las pantallas grandes La hija de un ladrón, el debut en el largometraje de Belén Funés que irrumpió en San Sebastián como una de las mayores sorpresas del festival. No es para menos, el film respira honestidad, rigor y ganas de narrar, adornado con unas interpretaciones que se sitúan en lo mejor del año en el cine español.
La hija de un ladrón cuenta la historia de Sara, que en su espiral de precariedad e inestabilidad asfixiante, tiene que lidiar con la salida carcelaria de su padre, la escalada de hostilidad de su hermano pequeño, y una soledad cuyo origen no es tan circunstancial como sistémico, en consonancia con el cine social de autores como los hermanos Dardenne, Ken Loach, o a nivel nacional, Carla Simó o Mar Coll.
Antes de reproducir la entrevista que concedió a Culturplaza junto a su co-guionista Marçal Cebrián tras presentar el film en el Cine Club Lys, dos detalles del film a destacar. Primero, la falta absoluta de contacto físico entre los personajes, que marca una distancia insalvable e inevitablemente pesimista. Segundo, una pregunta y una respuesta que se repiten excelentemente en dos momentos de la película: "¿Cómo eres? [o ¿cómo quieres ser?] Yo, normal...". Pocas veces el término había tenido una connotación tan dolorosa y locuaz.
- ¿Qué significa en 2019 el género, o la etiqueta, de cine social?
- Belén Funés: Pues ni yo no sé muy bien, porque lo de cine social. Yo cuando iba a la escuela de cine nos decían cine social es todo. Todo lo que habla de su realidad, de su momento y de su contexto histórico... Entonces creo que en el 2019 el cine social es aquel que te permite, al asomarte a la película, hacerlo también un poco al mundo y así entender un poco lo que está pasando a tu alrededor o quizás visibilizar aquello que es más invisible.
A mí lo que me gusta de este cine llamado social es que aprendo cosas del lugar en el que vivo, o cosas de lugares que me quedan lejos, pero que de alguna forma se relacionan conmigo y que tocan temas universales. Así que, de repente, yo puedo ver I, Daniel Blake, de Ken Loach, que es una película que sucede en los suburbios de Londres, pero que podría suceder en Santa Coloma -los suburbios de Barcelona-, donde existen las mismas oficinas de empleo y donde la gente tiene la misma batalla diaria.
- Marçal Cebrián: Y donde hacen falta los mismos tampones para los bancos de alimentos. Este fin de semana en Barcelona hacían La Gran Recogida, y Belén se acordó al comprar de Daniel Blake y le dieron las gracias porque le dijeron es que nunca nadie dona tampones. Ella lo vio en una película con fines sociales.
- Concretando en vuestro film, me pregunto si a vosotros os interesaba lo mismo, más, o menos centrar la historia en las relaciones que rodean al personaje de Sara, o por el contrario, os interesaba más hablar de un sistema económico, judicial e incluso de servicios sociales que, de alguna manera, abocan al personaje a todos estos problemas...
- B.F.: En realidad, hicimos un mix de las dos cosas e intentamos que llegaran al mismo sitio. Entendamos que gobierna en el mismo sentido. Creo que la película está mucho más centrada en cuál es la relación que ella tiene con los hombres que son importantes para ella, que son su padre y Dani; pero luego es cierto que todo lo que a ella le mueve tiene que ver con el trabajo, con lo económico, con lo judicial, en cómo está pidiendo la custodia la guarda y custodia del hermano. Entonces creo que son dos mundos que conviven, porque para mí, si a uno le quitas el otro se queda coja la película: si a una película le quitas lo real, lo relacional, te queda un panfleto propagandístico, político, y eso no era lo que yo quería hacer. Quería que fueran historias de una gente que existe, que son personas, pero que están inmersas en un contexto sociopolítico que es Barcelona 2019.
- M.C.: El personaje de Sara, que es el punto de vista sobre el que gira el film, seguramente no es consciente de lo que la rodea y sí es más consciente de su ámbito relacional, pero que no sea consciente no significa que no le fecte, así que teníamos que jugar y intentar equilibrar estas dos cosas.
- Esta escena cinematográfica que ha salido de Cataluña en general, y posiblemente de la ESCAC en particular, tiene la particularidad de ser un cine que mira desde lo femenino, o al menos desde lo desmasculinizado. Me refiero a Carla Simó, Mar Coll, Carlos Marqués-Marcet... No hay ni siquiera un personaje que represente de manera clara un rol heteropatriarcal.
- B.F.: Exacto, ni siquiera el padre tiene un rol heteropatriarcal, ni sabe lo que significa, ni le ha dado una orden en su vida a nadie... Es una persona que no sabe mandar sobre sus hijos... Está como desdibujado. Pero sí que es cierto, no sé si es que existe una desmasculinización o quizás se está proponiendo un tipo nuevo de masculinidad, que es lo que me parece interesante de abordar: el hombre desde otro lugar que no sea la testosterona pura y dura, que no sea ese hombre alfa que representa los valores de la masculinidad, sino que de repente está el personaje que interpreta David Verdaguer en Els dies que vindran o el de Pedro Casablanc en Viaje al cuarto de una madre, que representa la ternura, o Dani en nuestra película, que es un tipo comprometido que, sin embargo, no busca nada... Quizás lo que está sucediendo es que estamos siendo capaces, con la ayuda de los hombres, de poner en el cine esta otra nueva masculinidad, que es mucho más refrescante que la que había, y de la que yo -personalmente- estaba harta.
- Además es un reto del cine el reflejar este reto, porque es uno de los grandes cambios que las nuevas generaciones estamos capitaneando: el concepto de masculinidad, de feminidad, de familia, de relación...
- B.F.: Incluso que significaba para mis padres el amor y qué significa para mí; cómo hemos ido desmitificando el romanticismo... En el fondo, yo creo que el cine tiene que ser ese lugar donde se vuelquen las nuevas conversaciones, y todas las conversaciones que estábamos teniendo yo creo que están más que agotadas. Por eso me gusta que Carlos Marqués-Marcet pueda hacer una película sobre qué significa ser padres desde el punto de vista de una mujer, que de entrada es una majadería. Pero si lo hace sensiblemente, mira, es increíble, y por eso sale bien, porque es muy sensible.
- Cuentas que la película nace de historias que recoges tú en una experiencia que tuviste en una cárcel de hombres y sin embargo, el peso de la enunciación lo lleva la hija. ¿Por qué este cambio de foco?
- B.F.: Porque para mí era mucho más fácil escribir sobre una mujer de una cierta edad que sobre un hombre de cierta edad. Porque me lo conocemos mucho menos, y porque -en el fondo- yo pensaba que la que llevaba el peso del drama era ella. Era a la que habían dejado, aunque fuera por circunstancias ajenas, pero la abandonada había sido ella.
Además, cuando entras en prisión, entras en una especie de estado de standby, donde ya no hay vida más allá de lo que sucede cada día, y la vida fuera continúa. y a la que le pasaban cosas a ella, no a él en la cárcel. Mientras, a la que le estaba pasando todo era ella fuera, entonces por eso decidimos ponerle el punto de foco.
- M.C.: Igualmente hay películas que retratan hombres que salen de la cárcel, pero igual no hay tantas que ponen el foco en este. Aparte de esto, cuando empezamos a documentarnos y hablar con las tutoras de las niñas abandonadas y con ellas mismas, al tenerlas cara a cara y poder conocer sus historias y ver que había más de lo que te contaban, ahí es donde nosotros también encontrábamos este impulso de escribir sobre ello.
-En la película se plantean tres encierros diferentes. Obviamente, el carcelario del padre, pero también el encierro de su hijo Martín en un centro de menores, y el que la propia Sara vive con su situación. ¿Intentáis igualar estos encierros, que son más o menos explícitos, pero que no dejan de ser jaulas de las que una persona no acaba de escapar?
- B.F.: Si de entrada, a mí me interesaba hablar de una familia de tres personas institucionalizadas: Martín en su centro de menores, Manuel estaba institucionalizado en prisión y ella vive en un piso tutelado. Entonces, la institucionalización de la familia lleva a que se le examina continuamente, está sometida a un examen, porque cuando vives en estos pisos hay alguien que controla si todo está limpio o sucio, cómo va el niño de arreglado... Un examen que la mitad de nosotros suspendería. Pero esto es lo que me interesaba de estos tres encierros, que los convierten en números de expedientes en un sistema que se que se fagocita a sí mismo, que es un monstruo de tres cabezas contra el que nadie puede luchar.
- Destaca en el film el valor de aquello que no se muestra o queda de manera ambigua: de dónde viene esta ira con el padre, dónde está la madre, qué pasa en la relación entre Sara y Dani... ¿La decisión de no mostrar estas cosas es porque sobran? ¿Es para naturalizar -de alguna manera- que la vida continúa?
- B.F.: Tenía que ver con esto y tenía que ver con que era una película que explicábamos en presente.
- M.C.: Sara vive el presente y el ahora, y no se plantea mirar atrás. La película tenía que ser fiel a ese espíritu y no traicionar a su personaje.
- B.F.: Y sobre desnaturalizar mostrando todo, he de decir que teníamos una secuencia en la que se explicaba todo. Está incluso grabada, le llamábamos "salvavidas" y fue el día de rodaje más extraño de mi vida. Todo el equipo se cuestionaba que esa escena fuera a funcionar. Y no funciona porque era otra película: los personajes paraban, reflexionaban y se ponían a hablar de sensaciones y de recuerdos. Era una película que no tenía nada que ver con la nuestra: si Sara no se conoce a sí misma, cómo va a ser capaz de verbalizar todo esto. Finalmente, decidimos retirar la secuencia y remontar todo para dirigir la película a crear esa sensación de misterio, de preguntarse las cosas. Por ejemplo, ¿qué le pasó en el oído? Siempre pregunto en los pases "¿aquí quién me diría que tiene algo que ver con el padre?" y todo el mundo levanta la mano. Y eso vale. Pues algo tiene que ver.
- Las críticas y los galardones subrayan unas interpretaciones destacadísimas de Greta Fernández y Eduard Fernández, ¿cómo fue para vosotros sentir que vuestra idea multiplicaba su potencial con estos dos protagonistas?
- B.F.: Creo que empezamos a tener la sensación que comentas incluso antes de empezar a rodar, porque nosotros le pusimos mucho trabajo a la elección de los intérpretes, tanto la directora de casting como todo el equipo de casting. A Martín le estuvimos buscando durante cuatro meses, buscamos debajo de las piedras para ver si salía ese niño que estábamos buscando... Entonces, antes de empezar a rodar me acuerdo que un día pensé: "esto ya está bien".
- M.C.: También se había ensayado mucho...
- B.F.: Sí, yo había ensayé cinco meses con Greta: me veía con ella, hablábamos del personaje, ensayamos mucho con Eduard... Así que hubo un momento en el que pensé que, aunque pudieran pasar mil cosas, íbamos por el buen camino porque teníamos unos actores que funcionan. Cuando Greta (Fernández) apareció con el pelo rubio sentí una gran emoción porque me lo había imaginado exactamente así. Ella hace un trabajo excepcional y creo que esta película le coloca en el universo de las actrices... ¡buenas!