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el diccionario berlanga (III) 

Las razones que nos contamos

7/01/2022 - 

d. Divisionario

VALÈNCIA.- Es sabido que a Luis García-Berlanga le gustaba cambiar las respuestas en sus entrevistas, enfatizar anécdotas, inventar detalles hasta el punto de creerse aquello que contaba. Mucho se está hablando en este año Berlanga de su genialidad cinematográfica; sin embargo, hay un aspecto de su vida que se comenta mucho menos: su relación con la División Azul —la unidad de voluntarios españoles que se formó para luchar contra la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial—. Berlanga partió el 14 de julio de 1941 desde Donostia hacia Rusia para unirse a las tropas alemanas. ¿Qué motivos le llevaron a alistarse en esa unidad? El mismo Berlanga contestaba cosas diferentes en según qué momentos.

Berlanga afirmó que se decidió a unirse a la División Azul incitado en gran parte por sus amigos más cercanos. La mayoría «pertenecían a la Falange, pero yo me fui hacia el anarquismo libre, la libertad absoluta, que es lo que a mí me gustaba», apunta el cineasta en las notas autobiográficas Berlanga por Berlanga, trabajo de documentación de Gómez Rufo para la creación de la autobiografía autorizada Berlanga, contra el poder y la gloria (1990). «Cuando se produjo el levantamiento militar del 18 de julio de 1936 se rompió todo mi interés por la política, aunque después de la guerra, eso sí, me incorporé a la División Azul», apunta el director. «Pero esto formó parte de un evento familiar, y es que mi padre estaba condenado a muerte y había que hacer algo para echarle una mano».

El motivo principal fue que su padre fue detenido y condenado como dirigente del Frente Popular que fue. Pero también hubo otros. Uno de ellos, su gran amor de entonces, Rosario Mendoza. «No me hacía ningún caso, y pensé que si se enteraba de que me iba a la guerra sentiría una admiración que se convertiría en un gran amor». El último motivo fue la sed de nuevas aventuras: «Un poco de todo, como ingredientes de una decisión de la que luego me arrepentí». Y es que, para empezar, a su regreso Rosario Mendoza se había casado con un amigo suyo que no había ido a Rusia. Así que jugar al héroe nacional le salió regular. El fervor aventurero cuesta de creer, ya que era un chico al que la timidez le paralizó en más de una ocasión. Y lo de salvar a su padre, como pretendía, tampoco pudo ser. «A mi padre creo que en realidad le salvamos del paredón gracias a una cosa que no se ha comentado lo suficiente; era algo típico de aquellos años (…) ‘el estraperlo de la muerte’», refiriéndose a contactar con unos intermediarios que cobraban por salvar vidas.

«En la División Azul lo pasé mal», reconoce en sus notas. Lo pasó muy mal por dos motivos: el frío y el miedo. Y con todo, confiesa sentir satisfacción personal al no haber disparado un solo tiro en el frente. «Creo que soy el único soldado en el mundo que ha tenido miedo, pero no al enemigo, sino a los fantasmas», reconoce. Berlanga no tenía miedo a que el enemigo le pegase un tiro, sino a que se le apareciese un fantasma. Quizá, de ahí derivaría su terror a morir, a la posibilidad de hablar de su muerte.

Valores de los que el cineasta se distanciaría más tarde, pero que fueron, sin duda, el germen que haría que el futuro cineasta se alistase en la División Azul

En su madurez Berlanga se desplazó hacia el anarquismo —aunque su concepción era más cercana al libertinaje— pero la realidad es que de joven se identificaba con el nacional-sindicalismo, con Falange, con José Antonio Primo de Rivera. Ya que la gran parte de sus círculos estaban muy vinculados al poder en València. No obstante, cuando trata de atribuir su ideología a la influencia de sus amigos, una no puede evitar pensar en esas madres que se autoconvencen de que sus hijos son buenos y son sus colegas quienes los salvan. Sin ir más lejos, la lectura de Fragmentos de primavera, artículo firmado por Berlanga en 1943, permite afirmar que comulgaba con el heroísmo y sacrificio que en el que creían los falangistas de aquella época. Valores de los que el cineasta se distanciaría más tarde, pero que fueron, sin duda, el germen que haría que el futuro cineasta se alistase en la División Azul.

Con todo, Berlanga se consolidó como un hombre de izquierdas. Del mismo modo que su cine y sus guiones, tan tachados y remirados por los censores. Hay a quien le extrañó que hiciese un cine ‘tan de izquierdas’, y él en alguna ocasión contó que «o hacía esas películas o se quedaba sin trabajo». La duda de si la hegemonía de la izquierda en el mundo del cine era tan fuerte incluso durante el Franquismo quedará ahí. Quién sabe.

Eso no quita que el valenciano no escondiese su deseo de realizar una gran película sobre la División Azul, aunque no la hizo jamás. En cambio, en cada documental sobre la División Azul en el que intervino repetía aquellos mantras: que se marchó a Rusia para salvar a su padre, para impresionar a una chica y por la experiencia. Son los motivos que contaba, que (se) repetía.

Berlanga se definía como ambiguo pero su ideología era bien escurridiza. Fue antifranquista, pero no se sentía de izquierdas; fue anticomunista, pero no de derechas. De la izquierda detestaba sus iniciativas colectivas, eso que criticará después en sus films. De la derecha le asqueaba su vínculo con la Iglesia Católica, a la que responsabilizaba de la educación afectivo-sexual de su generación —y de las venideras—. Fue su familia burguesa quien le mostró que la armonía entre las dos Españas era posible. Sus padres aunaban la visión conservadora y católica y la libertaria y agnóstica. Quizá por ello nunca fue sectario y entre los motivos que le hacían querer a alguien, la ideología política era el filtro que menos le interesaba. No lo escondía. Ni a la hora de hacer amigos ni de crear cine ni de alistarse. Así lo contaba. 

«Novio a la vista» (1954)

No todo es humor negro, sarcasmo político o miserias colectivas en el cine de Berlanga. También hubo un Berlanga dulce y tierno y lo vemos en Novio a la vista, quizá la película menos berlanguiana de su carrera. La idea surge de la intención de Benito Perojo por producirle una película. El cineasta se decantó por un guion de Edgar Neville, Quince años, para convertirlo en una cinta, su tercer film, sobre amores de verano mal vistos por los padres. Más cerca de la comedia francesa que del esperpento, este coming-of-age aborda el paso de la infancia a la madurez como la pérdida de la inocencia y de las ganas de vivir. Y Berlanga apuesta por combatir la madurez de manera explícita pues el film es un combate militar entre los niños y sus padres para mostrar el abismo que separa a los hijos de sus mayores, no sin antes criticar sutilmente a una sociedad demasiado pendiente del chismorreo y del juicio de los demás. Todo para acabar en un final amargo. Cómo si no. La película cuenta que todo tiene un final: el verano, la infancia, el amor… como si hacerse adulto supusiese la pérdida de libertad y la resignación ante una vida aburrida, sin disfrute. Destino del que no es posible escapar. Y la anécdota: el cineasta le ofreció el papel a Brigitte Bardot, a quien conoció en Cannes y quien solo había hecho un papel pequeño en la película La isla de las mujeres desnudas. Bardot aceptó pero pidió que retrasasen el rodaje una semana por otros compromisos y Perojo se negó, dejando escapar a quien más tarde sería una de las estrellas de cine de todos los tiempos...

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