ENTRE COPAS

Charlando de vinos con Andrés Conde

Hoy nos trasladamos hasta Santander en busca del siempre bienhallado hedonismo. Nos acercamos a un restaurante donde se come muy bien y en el que, ante todo,enloquecerán los amantes del vino con alma. Estamos en La Cigaleña,porque la cosa va de otro de los grandes placeres de la vida: conversar

28/04/2017 - 

Así que nos sentamos con Andrés Conde, su propietario, delante de una copa de La Grande Journée 2013 (Jean Yves Péron), un tinto francés de maceración carbónica. Chispazo de vida con el que simplemente disfrutar. ‘Me gustan los vinos sencillos, disfruto de la sencillez. En muy difícil hacer un vino desnudo en el sentido de que no tenga mucha madera ni mucho cuerpo. De esos que si se lo das a probar a alguien no pensará que es un grande porque nos han enseñado a dar un gran valor a lo barroco y recargado. Pero seguro que te dirá que se bebe bien, que es de trago largo. Y es que muchas veces es más difícil hacer algo ligero y liviano que algo rococó’. Fruta fresca, acidez y cero taninos que acompañamos de lo que hemos puesto hoy sobre la mesa: una grata y agradable charla sobre el vino.

Estamos ante una historia de amor que se remonta al año 1942, cuando el abuelo de Andrés tiene que vender sus viñas en Cigales y se traslada a la capital cántabra. Allí, en 1947 abría las puertas La Cigaleña. ‘Tengo la suerte de que a mi abuelo y a mi padre les gustaba mucho el vino, así que íbamos a Francia, en casa había muchísimos libros y escuchabas conversaciones sobre el tema. Desde muy pequeño pruebas cosas diferentes, conoces los nombres de los grandes productores franceses y sabes que existe Biondi Santi en Montalcino o que en Hungría se hacen buenos vinos’. Aún así, nuestro protagonista sigue los consejos de sus mayores, que tratan de evitarle la dureza de la profesión hostelera, y decide estudiar una carrera. Pero pronto se da cuenta de que ese no era su camino. ‘Yo prefería leer libros sobre vinos a los de Keynes o Marx’. Una decisión que pudo suponer un chasco en casa, pero que para los que ahora gozamos de su trabajo es toda una suerte.

Con el palique llega la sed, así que hacemos nuestro primer alto en el camino para servirnos un blanco de uno de los elaboradores que nos sugiere Andrés: Bodegas Zárate. Para esta ocasión abrimos una botella de El Palomar 2012, albariño centenario, complejo, larguísimo y repleto de personalidad. ‘En Galicia están saliendo cosas, pero no es oro todo lo que reluce. Lo que hacen pequeños viticultores en Ribeira Sacra por ejemplo es muy interesante, sin embargo no es una zona fresca como nos están haciendo creer. Yo creo que cada vino debe reflejar su territorio, que es como es. Santander no puede pretender nunca ser Benidorm, porque cada uno tiene su clima’.

En sus años universitarios, Conde conoce de cerca las grandes bodegas de la zona del Duero, esas que le marcarán para siempre. ‘Con muy pocos años ya había probado muchos Vega Sicilia, Pesquera, Valtravieso, Valsotillo… Al principio no había mucha información, sólo la de la gente que había a tu alrededor y de la que podías aprender como David Bosch, el mejor sumiller que ha habido aquí y que jugaba en otra liga. Te daba a probar en el año 95 botellas imposibles’.

Entonces llega el momento de ir al origen, porque ‘cuando compramos una botella de vino no es un líquido de uva fermentada. Hay algo más. Hay un trabajo, hay una zona. Cuando compras un vino de Alicante hay que saber cómo es la región, el clima, la gente’. Así que viajamos a Levante y aprovechamos para tomar algo de una área en la que ‘que a veces la falta de criterio o las prisas del mercado han hecho que se produzcan vinos muy extraídos y muy maderizados. Sin embargo, hay gente haciendo cosas muy buenas. Cada vez más. ‘Gutiérrez de la Vega elabora extraordinarios vinos en Alicante. Es el gran reflejo de una bodega soberbia’. Lo celebraremos descorchando el Casta Diva Cosecha Miel Blanco 2013, un moscatel amielado, frutoso y de amargos cítricos. Otro de los vinos que refleja su procedencia es ‘una malvasía de La Palma que muestra lo que tiene que ser el vino de esta isla, que evidencia su origen’. Hablamos de la Bodega Matias i Torres y tomaremos su Malvasía Aromática Blanco Naturalmente Dulce, 2011, floral, sedoso y persistente.

Seguimos acompañando a Andrés en su aventura viajando a conocer bodegas, algo que en poco tiempo ha cambiado una barbaridad. ‘Al principio daba miedo. Nuestra primera visita a Borgoña fue a Benjamin Leroux de Clos des Epenaux. Tenías que contactar por carta y tardaron un mes en contestar. O ir a Selosse en el año 98, cuando eran productores que sonaban pero no eran estrellas como ahora. Además, el vino era muy elitista. Intentabas ir de vez en cuando a la alta restauración francesa y te daba terror el sumiller porque era un señor mayor con un mandil de cuero y que imponía mucho. Cuando pedías una botella cara en Francia era extraordinaria hasta la última gota porque con lo que pagabas ya te mentalizabas de que iba a ser así. No existía la opción de preguntar dudas o pensar si un productor lo había hecho mal’. La era de la comunicación ha hecho mucho más sencillo todo, aún así ‘ahora hay mucha información, pero no es todo válido. En 2017 ya te planteas que la mayoría de los escritos no lo son. Yo sigo comprando muchos pero de un libro de cuatrocientas páginas me valen cuatro’.

Periplos vitivinícolas de los que se trae una pasión: la región del Jura. ‘En Jura me encuentro a gusto con los vinos y con las gentes. Es una zona que me recuerda mucho donde vivo aunque no tenga mar. La lluvia, la montaña, el verde y lo acogedores y sencillos que son sus habitantes. Sus vinos son como son ellos. Allí tienen la suerte de que ha tenido un grupo de viticultores que ha servido de modelo y ha arrastrado a los demás’. Y ya que hemos llegado hasta aquí nos recomienda paladear con calma una joya. ‘Siempre he tenido debilidad por los vinos de Pierre Overnoy, tanto en tintos como en blancos. Los tintos me hacen pensar, me hacen soñar, y los blancos con su rigidez y seriedad son casi culturistas’. Probaremos el Pierre Overnoy-Arbois Pupillin Savagnin 2000, maravilla rebelde que deja entrever sueños de velo y ligera oxidación. Único, para saborear lentamente con un maridaje de pensamientos.

También hablamos de vinos nacidos para envejecer porque, como dice Andrés, ‘el vino es una bebida de paciencia. Aquí los directores comerciales de las bodegas obligan a los enólogos a hacer determinados tipos de vinos para determinados mercados. Y cuando tú fuerzas la bicicleta se rompe. Si no pinchas en un kilómetro pinchas en el siguiente. Hay ciertos vinos que se han hecho para tomar por mucho tiempo. No todos los vinos son para beber jóvenes y tampoco todos los vinos son para envejecer’. Cierto, sí, los vinos jóvenes también pueden ser estupendos. ‘Aquí hay un terror enorme a abrir vinos jóvenes cuando la juventud es divino tesoro. El consumidor está manipulado por todos los sitios, cada uno le dice una cosa y no sabe cuál es la verdad. Al final la gente dice, ¿y qué bebo? Pues bebe lo que te apetezca’.

Y saltando de charco en charco lo hacemos para hablar, cómo no, de Cádiz, donde existe una reciente hornada de viticultores que promete mucho. ‘Me gusta esta nueva generación, pero son chicos que necesitan mucho tiempo. Han llegado a un desierto, a un campo abandonado, tienen todas las trabas administrativas posibles, el precio de la uva es muy barato y nadie quiere hacer rendimientos bajos, que es lo que ellos necesitan. Y a pesar de todo hay gente haciendo cosas muy interesantes como las de Alba o las de Ramiro Ibáñez’. Y nos viene a la cabeza el Alba Brut Nature 2013, expresivo, floral, directo y de fina burbuja. Y sin movernos de allí degustamos una de las creaciones de Ramiro y su bodega Cota 45. Ese experimento llamado Pitijopos, vinos blancos de la variedad palomino de diversas terrenos que marcan su carácter. El Pitijopos 5. Volumen 2, reflejo de una albariza pura y salina.

Lo que parece claro a estas alturas de la conversación, aunque no esté de moda decirlo, es que el vino lo hacen las personas. ‘El vino es una intervención humana. La viña es una planta que si la dejas no va a dar la uva que nosotros tenemos en el concepto de vino. El vino en la antigüedad era totalmente distinto. El del siglo XIX es distinto al del siglo XX y al del siglo XXI. ¿Por qué? Porque el hombre es diferente y tiene que ser así. Volver atrás no tiene razón de ser. El desarrollo y la evolución humana hacen que cambien los gustos y está muy bien conocer la historia, pero como medio para evolucionar en el tiempo’.

La identidad del hombre y su tierra la encontramos en los siguientes productores de los que charlamos. ‘En La Rioja me gusta mucho la personalidad de Abel Mendoza. Un productor que marca su carácter. Gente que no se ha movido nunca de sus pautas ni de sus ideas y que en el vino refleja su personalidad’. Probamos esta vez la elegancia y estructura del Abel Mendoza, Selección Personal, 2013. Y, en la misma línea, el proyecto Nicolás Marcos con la bodega Dominio del Urogallo, de Cangas de Narcea. ‘Allí lucha contra la naturaleza haciendo vinos muy en su estilo, una persona con mucho carácter. Un terremoto, como sus productos que igual que él irán calmando su temperamento y se pulirán’. Tomamos un Pésico 2013 intenso, amplio y carnoso de estupenda acidez.

Y también hablamos de otros lugares, ‘en Alsacia tengo debilidad por Bruno Schueller que cada año cambia todos sus vinos. Actualmente me gusta mucho lo que se está haciendo en el Cáucaso, en países como Armenia, Georgia, Ucrania o Rumanía. Y también en Centro Europa con la República Checa, Eslovaquia o Hungría. Respecto al Nuevo Mundo tuvimos la suerte de que vinieron a visitarnos los piperos, que hacen los vinos en el sur de Chile para los mineros y fue sorprendente’.

No nos cansamos de un ameno parloteo repleto de conocimiento que te abre la mente y rompe fronteras. Esas que nos ponemos a nosotros mismos, muchas veces por miedo a lo desconocido o simplemente entre a ser diferentes. Nos despedimos de Andrés para acurrucarnos entre halagüeñas ensoñaciones que nos dicen que sí. Que todo es posible.