VALÈNCIA. Sucede que, a veces, cuando las ideas fluyen antes que las palabras, estas se amontonan en la punta de lengua y pugnan por salir. Algo parecido debe pasarle a Charly Efe (València, 1979) cuando se expresa, pues ante cada pregunta se desborda en un torrente de palabras que surgen feroces de las profundidades de su garganta. Y de letras, precisamente, sabe un rato.
Carles Sanchis lleva entre la música y la poesía alrededor de diecisiete años; casi dos décadas en las que ha sacado discos (Dioses y monstruos, en 2017; o El mártir, en 2015), epés (Los últimos domingos tristes, en 2019) y poemarios (Los elegidos, en 2016; o Canciones de amor y droga, también en 2019). Quizá por ello, definirse como cantante o poeta va a rachas: “Ahora estoy viviendo una época muy musical, pero seguramente acabaré recitando poesía en garitos turbios de València. La música pasará, la poesía se quedará. No lo sé”, se encoge de hombros en la terraza del Café Lola del Cedro, donde ingiere una cerveza con la misma fogosidad con la que habla con Culturplaza.
Más de una vez interrumpen nuestra conversación. Rostros conocidos saludan y se acercan para recitar unas palabras amables. Al rapero le une una sólida relación con el barrio: “Hace veinte años, cuando empecé a hacer jams de poesía en València, en toda esta zona solo había dos garitos (Bésame mucho y El Asesino) donde podías expresarte: te sentabas en una mesa, te pasaban el micro y tú leías. Ahora hay muchísimas más jams y espacios que, un día a la semana, lo destinan a eso”, comenta.
Fruto de su inquietud por llevar la poesía a otros espacios, nace Lletres e vents – Festival de Poesía y canción de autor, un evento que se celebró ayer en el espacio Amstel Art, y en cuyo cartel figuraron nombres tan conocidos como David Trashumante, Luis Carrillo, Sor Kampana (Moscar Perro) o Sebastián Vítola. “En el puerto casi todo lo que hay son discotecas y pubs; este es el único espacio abierto donde se hacen exposiciones, recitales de poesía, conciertos de rap y rock…”, defiende Charly Efe.
“Ahora mismo, de hecho, el tema de la poesía está bastante bien. Mucha gente joven está empezando a escribir. También se han puesto de moda artistas que venden miles de libros con poesía, en mi opinión, un poco ‘barata’. Pero, no sé por qué, a los chavales los ha animado a subirse a un escenario y recitar; el que no escribe poesía, hace un rap. La gente está muy creativa últimamente”, reflexiona el también poeta, que admite que, en su caso, trata de enfrentarse a sus dos “versiones” de manera diferente.
La poesía, íntima; el concierto, descarado, incluso insolente. “Cuando subo a un escenario soy un personaje: me quito la camiseta, me la pongo por arriba, sudo, digo palabrotas… No me corto. Ese es el personaje de ‘Charly’, el crápula de la noche, el del alcohol y las drogas”, cuenta. Su personaje y él viajarán el próximo octubre a México, donde ha sido invitado como artista en un festival. Planes a la vuelta tampoco faltan, pues ya está calentando motores su nueva formación, Poetas puestos, que se estrenará con la segunda parte de su tema El día de tu boda en cuestión de semanas.
A veces a Charly Efe se le amontonan las palabras cuando habla de su experiencia, trayectoria, el rap, la poesía, el paso del tiempo y la vida. Y de su puño siguen brotando letras. Cantadas, recitadas o impresas.
-Hablábamos sobre poesía “barata”, un término que algunas voces han utilizado para calificar a la que se crea y distribuye a través de las redes sociales. ¿Qué opinas de esta poesía?
-A veces, alguien que me pasa un poema de una persona que, sin ser especialmente conocida ni tener trayectoria, puede acumular quizá 200.000 seguidores. Lees su poesía y es algo así: “El árbol lloraba tus lágrimas / y yo dejé de verte / porque me mojaron”. Es una poesía muy banal para consumidores de catorce o quince años a la que le ponen una tapa muy bonita para venderla en La Casa del Libro o el Corte Inglés. Pero dentro no tiene fondo. A mí, personalmente, no me llena. Yo busco en la poesía otro tipo de sentimientos: otra manera de ver las cosas.
Curiosamente, muchos de esos poetas banales proceden de la música: aprovechan la fama para sacar un libro de poemas en seguida. No me parece bien porque le están quitando el espacio a otros escritores que, a lo mejor, son mucho mejores que ellos. Aprovechan el tirón para sacar sus letras. Pero tener letras no significa que seas poeta ni que sepas escribir poesía.
-Llevas más de quince años en el sector musical, ¿cómo valoras su evolución? ¿Ha ido a mejor?
-Concretamente, llevo diecisiete años. Ha ido a mejor porque hace quince la industria del rap en España era prácticamente inexistente quitando los cuatro o cinco grupos que había. Ahora los promotores ya no quieren fichar grupos de rock, sino de raperos que tienen 8 millones en un tema de YouTube y les llenan las salas y los festivales. Si hace quince años había siete u ocho grupos girando por toda España, hoy hay más de cien artistas de rap haciéndolo.
Cualquier artista con un poco de marketing y repercusión se monta una girilla por España. Ha cambiado mucho todo: los medios nos hacen caso, las redes sociales han supuesto un avance increíble… Hay una industria que antes no existía y esa industria mueve dinero. Antes el dinero en el rap era algo muy difícil de ver: la gente lo hacía por amor. Ahora se ha comercializado todo.
-¿Y eso es bueno o malo?
-Es bueno. Hay que saber abrirse a otros campos; otras músicas… A que haya un rap que pueda ser más comercial; otro, de amor; y otro que se mezcle con el reggateon… No hay que ser purista ni centrarse en que tienen que sonar los valores de hace quince años. Todo evoluciona.
En el fondo, es positivo. A pesar de que haya algún rapero con el que a lo mejor no comparta ideas, o que considere banal lo que hace; pero eso pasa en todos los campos: en la escritura, en el arte… Habrá mediocres toda la vida, pero no hay que cerrarles la puerta tampoco. Abramos la puerta a la mediocridad.
-¿Vives del rap?
-Medio, medio. No solo me entra dinero por el rap, sino por los libros, las sesiones o conciertos que monto (de ahí me llevo un porcentaje) … Tenía otro trabajo, pero ahora, por circunstancias, me he quedado sin él. Hay meses buenos de mil pavos y otros en los que ganas seiscientos. Según lo que hagas.
Yo soy un artista muy underground: tengo a mi público, pero no lleno salas. No voy a Madrid y meto a quinientas personas en un concierto; a lo mejor, a ciento cincuenta. Si en un mes hago dos bolos, puedo ganar bien; si no, tengo que estar vendiendo libros online, viendo lo que cobro del Spotify… Ese mes voy un poco agobiado, pero las facturas se tienen que pagar igual. A mí me gusta decir que malvivo del rap, aunque sé que hay grupos en España que están viviendo muy bien de ello y les entra dinero por todos los lados.
-¿Y por qué crees que no es así en tu caso?
-No he tenido el éxito suficiente para vivir del rap. Si tuviera millones de visitas en los vídeos, vinieran quinientas personas en todas las ciudades en las que canto, y me llamaran de festivales… evidentemente, viviría del rap. Pero no he llegado a ese nivel. No he llegado y ya está.
-En tu disco Dioses y monstruos (2017), hablas sobre el inevitable paso del tiempo. ¿Cómo es hacerse mayor dedicándose a esta profesión, especialmente en un momento en que la juventud es un valor al alza?
-Es jodido. Acabo de cumplir cuarenta años y llevo diecisiete cantando y subiéndome a los escenarios. Siempre hablo mucho del paso del tiempo: no somos los mismos; tienes amigos que se casan y tienen hijos mientras tú sigues viniendo a los bares a ver al fútbol, a emborracharte…
A mí no me ata nada, no tengo hijos: llevo una vida un poco individualista. Y el paso del tiempo está ahí, porque todo evoluciona a tu alrededor. Y no digo yo que esté estancado (porque es lo que quiero), pero sí te preguntas: “¿Por qué hay que crecer de la manera en que ellos te digan que tienes que hacerlo?”. Es inevitable mirar atrás, ver la juventud perdida y echarla de menos. Además, escribir sobre el paso del tiempo da mucho juego.
En Dioses y monstruos hay un tema muy explícito en el que hablo de mi carrera en el rap, de cómo crecimos, dónde estuvimos, con qué grupos cantamos… Es un pequeño homenaje a mi ciudad y a todos esos sitios que han formado parte de mi trayectoria.
-En Los últimos domingos tristes, tu último epé, el eje central es la soledad, a veces incluso tratada con nostalgia. ¿Defiendes anclarse de alguna manera a esos recuerdos del pasado?
-Defiendo la soledad en momentos puntuales de mi vida. Como dice Pancho de Zoo, parafraseando algo que decía Benedetti: hay que defender más la alegría. Ahora mismo estoy en un momento muy bueno en mi vida y mi carrera, y siento eso: dejar el pasado atrás.
En el disco, se habla de muchas cosas con mucha nostalgia. Las canciones las sacaba cada dos meses para poder seguir en el mercado. El rap no es lo mismo que el rock. En el rock, un grupo saca un disco tras estar años trabajando en él y no necesariamente necesita posteriormente ir sacando otros temas. Pero en el rap hay tanta competencia, tanta gente joven surgiendo; y tantos canales tuyos donde la gente te escribe y te sigue, que cada dos o tres meses es necesario ofrecer un poco de material.
Este disco surgió cuando yo estaba trabajando en la Seu, en Andorra, un par de meses. Hice cincos canciones: sobre el paso del tiempo, sobre mis tardes y noches allí, cuando salía de trabajar en una carretera con bruma y montañas nevadas… El quinto tema es con Loren y está repleto de fuera. Lo llamé Los últimos domingos tristes porque siempre subía la canción los domingos, como expresando: “Espero que estos sean los últimos domingos tristes de mi vida”. Incluso, desde esta perspectiva, es un canto a la alegría.
-Preguntado por tu reciente experiencia en el ViñaRock, comentabas que te gustaría que los festivales no se dejaran llevar tanto por las cifras y las estadísticas y apostaran más por la trayectoria y experiencia. ¿Crees que no es así?
-Yo canté este año en el Viñarock a las cuatro y media de la tarde. Soy un tío con muchos años de experiencia y trayectoria, y había mucha gente que me estaba esperando en el festival. Tendría que haber cantado hace unos años, cuando saqué El mártir (el disco que tengo más conocido por el sello discográfico Boa); porque ahí estábamos haciendo treinta bolos por año y llenando salas… pero no me llamaron porque no tenía un buen mánager.
Pues resulta que canto a las cuatro y media de la tarde y lleno el puto Viñarock. La gente viene a verme. Te aseguro que a las cuatro y media el que está ahí es porque quiere, porque quizá a las diez o las once estás de paso, pero no a esa hora. A lo mejor yo no soy un tío de grandes cifras en YouTube, pero la gente valora mucho mi directo y mi trayectoria.
Luego hubo grupos en ese mismo escenario a las ocho, las nueve y las diez de la noche y no había ni la tercera parte del público que yo tenía. Los habrán metido porque tienen un buen mánager y muchas visitas, pero a la gente no le atrae tanto su directo. Para mí fue un respeto del público hacia mi persona tremendo.
Mucha gente se cree que los festivales se llenan por el nombre de los artistas, pero la gente que va al Viña lo hace porque son militantes del festival y les mola ir con sus amigos cuatro días allí todos los años. En realidad, se la suda los grupos que van. Y, si metieras a grupos menos conocidos, irían igual.
-¿Los festivales acaban perjudicando al concierto de sala?
-Hoy he visto que un festival muy conocido se ha pegado el batacazo. Ha visto que no iba a sacar el suficiente dinero y ha preferido cancelarlo. La burbuja de los festivales es así. Se programan durante seis meses festivales donde los artistas van por un precio de cuarenta o cincuenta euros la entrada. Ves a un montón de artistas, sí; pero eso perjudica a la pequeña sala que tiene que pagar impuestos y contratar actividad musical durante todo el año. Muchas veces la gente no está dispuesta a pagar diez o doce euros en una sala cuando sabe que por cuarenta o cincuenta en un verano va a ver a muchos más grupos. Pero también digo una cosa: hay personas que se quejan de que algunas pequeñas salas suenan muy mal, tienen muy mala acústica… y, así, es cierto que no se disfruta del concierto.
Por otro lado, hay gente que me ha dicho que lo que ha sentido viéndome en una sala no lo ha sentido en un festival porque en la sala estás prácticamente tocando al artista. Yo hago temas que no puedo hacer en el Viñarock porque son muy íntimos (la gente se amuermaría), pero en la sala sí. El formato es completamente distinto.
El que va al concierto, además de oír esas canciones por enésima vez, va como un homenaje al artista. Una vez me dijeron unos chicos en León: “No hemos venido a oír tus canciones, sino a conocerte, a darte la mano”. Es un respeto: “Vengo aquí para apoyarte”. Eso te motiva para seguir creando.
-Un festival de música anunció hace poco que vetará al dúo sevillano SFDK en sus próximas ediciones por no someterse a una “formación con perspectiva de género” después de que una asistente se sintiera ofendida con sus letras. ¿Qué opinas sobre todo este tema?
-El tema me parece absurdo. SFDK es un grupo respetadísimo que lleva veinticinco años en los escenarios. Además, sus dos últimos discos son superfeministas y tienen un mensaje muy tolerante. El hip hop que defienden está a favor de la tolerancia. Siempre. Que porque una canción, puntualmente, tenga una frase por la que alguien quizá se sienta ofendida, sea para montar este dramón… En mi opinión, se ha extrapolado.
Llevamos veinte años haciendo rap y, evidentemente, de antes a ahora ha cambiado mucho. Puedo decir en un tema: “Y te ponen el culo como una sandía”, y que una persona se sienta ofendida con que yo hable de “culos” (ya ni siquiera de hombres o mujeres). Creo que no hay que hilar tan fino por que una persona se sienta ofendida con algo… Nos volveríamos locos.
-¿Te preocupan estos vetos?
-Crea un precedente muy malo para que todo el mundo se queje por todo. Y te tengas que morder la lengua antes de decir cualquier cosa. El arte, en general, está para tocar la fibra. Si yo escribo una novela de un asesino que viola mujeres, es para criticar eso; no porque yo sea un violador. Haces una película de asesinatos y violaciones y la gente se cree que estás promoviendo la cultura de la violación cuando, en realidad, estás criticándolo. Hay que saber que el artista es solo parte del mensaje... Creo que no hay que hilar tan fino.
-Parece que en la música es donde más se censura últimamente, ¿tienes esa percepción?
-A lo mejor es por el crecimiento de la industria de la que hablábamos: estamos en más medios, hay más artistas famosos… Los focos están puestos en la música. En una película resultaría absurdo. Si Almodóvar rueda en Dolor y gloria que un niño de nuevo o diez años se enamora de un obrero de su casa con veinte años, sería ridículo demonizarlo. Ridículo y hasta ofensivo.
Quizá en la música somos más conejillos de indias: es más fácil atacar aquí que a la gente que hace cine o teatro, disciplinas en las que se da por hecho que hay tragicomedias dramáticas. Parece que no resulta tan hiriente.
Valtonyc y [Pablo] Hasel, por ejemplo, están condenados por sus letras contra la monarquía. Yo vi hace poco una obra de teatro filmada [El rey], que hablaba de la monarquía y toda la mierda que han hecho durante treinta años. Pues no ha tenido tanta polémica. Nadie la ha censurado o dado mayor importancia porque se entiende que en España hay unos cineastas, unas historias, unas críticas… Pero la música tiene esa salida y repercusión ahora, y está pasando esto.
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