Hoy venimos agitados, que no revueltos, en minifalderismo y tirantito divertido y resultón. Porque sí, hedonistas, ya está aquí, ha llegado el veraneo con todo su meneo y hemos decidido darle al cocteleo.
Así es, la cosa va de cócteles, vacaciones y sus emociones. Tomados en playa y chiringuito caluroso, en frescos montes de andurreo, o en lejanas urbes y parajes a salto de charco y chinorreces varias. A golpe de baile y rayos de sol o con la calma de penumbras en barra de madera. Porque los hay para cada momento, lugar o persona. Tragos cortos de a sorbitos y cuidadín, y on the rocks refrescantes con su sed. Clásicos señores de elegancia contenida y pizpiretas jovencitas entre risas, sardinas y algún pato. Y sin más ni menos empezamos a remover la coctelera, que vienen muchos y algunos de nuestros preferidos.
Vamos allá y con el Dry Martini. Imprescindible de ginebra y una gotita de vermut, mejor si es Noilly Prat. Cosa, blanco y seco que nos hace volar al Nueva York de 1910, donde un tal Mr. Martini preparaba brebajes salvajes en club de caballeros hasta dar en la diana y dejar tremenda herencia. La que saboreamos en cualquier ocasión, despacito y con unas aceitunas de muchos colores verdosos y su hueso, por supuesto.
El Horse’s Neck nace como combinado sin alcohol, que Horse Luis es muy buenito. Algo frescales y a grandes tragos nos lleva de bares clandestinos y va cogiendo fuerza hasta hacerse mayor de edad y llegar a lo que es: brandy, ginger ale y espiral de limón. Damos unas piruetas entre neones de musical y nos lo bebemos del tirón con unas galletitas saladas.
Seguimos de paseo por grandes avenidas, que mira que nos gusta. Un no parar y una parada, que apetece un Manhattan. Nos perdemos en el tiempo y olvidamos el reloj, que es de pensar y sin prisas. Whisky con vermut de codos en acolchado y ligero parloteo con el barman del lugar. Y a contarse historias de antaño al mordisqueo de unos anacardos fritos.
Jóvenes como nos sentimos continuamos nuestro viaje con beso de despedida a coronel y rascando el cielo. Nos vamos a Kentuky, que promete el mejor de los Old Fashioned. Whisky, angostura y algo de soda con la potencia en su sitio de los que saben estar. En calma y a paso lento recorremos paisajes que miran al sur mientras nos comemos unos pretzels, y tan bien.
Volamos volando a Miami que nos vamos a poner bien modernos con un Cosmopolitan de locas fiestas. Divertimento de vodka, triple seco, zumo de arándanos y lima que nos cuela en una discoteca que resulta ser karaoke. Y tras pensarlo poco o nada, nos marcamos una de Madonna y le damos al alpiste. Del de mucho revoltijo con sus kikos y sus pasas.
Dejamos atrás a los Estados más Unidos, que nos espera un nuevo país con las botas puestas y unos cuantos combinados de los de relamerse bastante. Empezando por nuestro compi de siempre, el Negroni. Ginebra, Campari y vermut rojo en ese amargor que mejora cumpliendo años y que nos descubre las maravillas de Florencia. Abre puertas entre plazas y rincones y se crece con energía porque nos sabe enamorados. Y si es con una gilda, no te digo más.
Llegamos a Venecia y aunque somos muy de rosa y sus panteras, el Spritz nos lo tomamos con Campari, prosseco y soda. Y con Aperol el que así lo quiera, que oye, para gustos los colores. Entre agua y con calores nos refresca refrescoso, pero más refinado que goloso. De aperitivo, a media tarde o al caer de la noche gondolera, es siempre sabia decisión con una bolsa de buenas patatas fritas.
Sin movernos de lugar ni de burbujas lo pedimos, un Bellini, por favor. Espumoso y melocotón, chimpón. Suave, con su dulce justo y recuerdos al gran Abraham García, lo paladeamos rememorando películas inolvidables y conversaciones infinitas. Y lo acompañamos de unos palitos hojaldrados de queso mientras abrimos un libro… ‘París era una fiesta’.
Porque sí, nos vamos directos a la capital gala, que estamos resacosis y apetece un desayuno en condiciones. Con un Bloody Mary, claro. Reconstituyente mezcla a base de vodka, zumo de tomate, salsa Worcestershire y tabasco. Impetuosas ideas con resultados de los que crean adicción. Picosillo y sustancioso, una vez catado es imposible resistirse, y mejor con unos canónicos huevos Benedict.
Visto el viejo mundo volvemos a cruzar océanos para irnos a Perú, con permiso de chilenos, para darle al Pisco sour. Nativo aguardiente de uva con limón y coronado por espumosa clara de huevo. Equilibrio de acideces bien medidas es el copeo necesario antes de cualquier tapeo andino o, simplemente, con unas yuquitas fritas con salsa huancaína.
En México deambulamos entre colorines de maravilla y mercados que deslumbran con un Margarita como recreo. Tequila y limón rodeado de saladito del de relamer con gracia. Contrastes de imponente metrópoli a tranquila playa con el sombrero calado y ramo de flores en brazos. Tiempo para el deleite sin miramientos y con unos tacos de marranita pibil.
Con arena en los pies y montes que miran implacables nos lanzamos a por una Caipirinha brasileña y descarada. Cachaça con limón que nos lleva de la mano a un bosque y sus campesinos. Frescales como pocas desaparece sin sentir que los ojitos se vuelven majaras. Y traviesa hasta la curupirinha la acompañamos con una coxinha y que sea de frango.
Nos despedimos de América en Cuba, con un Mojito y tan a gusto. Ron y limón con hierbas buenas y mentolosas, bellas entre otras cosas. Bebida de las de mucho beber, que tiene sus vitaminas y resulta agradable casi siempre encima de colchoneta, entre olitas y con unos tostones nada aburridos.
Y así llega el final de esta historia, en avión directo a Hong Kong con vestidito negro, de forma delisiosa y Calimocho en ristre. Vino con Coca Cola de nombre cambiante según donde se tome y que pirra sin fronteras. Guarrería de las mejores en largas noches de estío y callejeo, en vaso grande, con un puñado de altramuces y amiguis de los que sí. Los que nos esperan en los días de recreo que se vienen con deseos de que sean fenomenales, mis hedónix.