VALENCIA. El sexo nos da miedo. El plural se justifica con su latencia en la sociedad, donde se distingue de cualquier otro rasgo humano y fisiológico por su equidistancia entre el deseo más expresivo y el más absoluto silencio. El sexo está siempre presente, tanto que es imposible expresarlo con rotundidad. Está en el diseño, en el vocabulario de la huerta valenciana y en la política, que supuestamente 'lo es todo' (o al menos para ese agente censor que es cualquier informativo televisivo en España). El sexo anda en niqab por Riad y hace toples en la Costa Azul (ente burkinis de sexo explícito), pero esas gesticulaciones sólo representan un pequeño porcentaje del sexo que nos rodea porque su tensión lo alcanza todo y sus recovecos y posibilidades son un abismo, único e indivisible en cada ser humano, plagado de reticencias, abundancias, manías, sensibilidades, tendencias y necesidades en una multiplicidad tan única como la forma única de cualquier rostro, como la forma única de cualquier órgano genital.
Exclusivamente individual, genuina, profunda, inabarcable y, por todo ello, difícil de sintetizar desde la expresión artística, la sexualidad tiene a un outsider empeñado en utilizar ciertas fórmulas más o menos globales para representarnos cajones casi siempre cerrados del asunto. Ese no es otro que Paul Verhoeven, que desde el inicio de los años setenta ha firmado algunas de las películas más avanzadas en torno a ciertas sensibilidades. Desde sus visiones de la prostitución en su Amsterdam natal con Delicias holandesas (1971) o Katty Tippel (1975), hasta las más influyentes El cuarto hombre (1983) o Instinto Básico (1992), el provocador cineasta llevaba un cuarto de siglo sin mirar de frente al sexo y una década sin estrenar película. Con Elle se ha desquitado en la que desde ya es una de las citas de la temporada con las salas de cine.
La película muestra, en esencia, la reacción inesperada de una mujer adulta tras una violación. La violencia es, en síntesis, el sujeto más presente a lo largo de la trama porque se revela con su propia asimilación de lo sucedido, con el origen de una personalidad gélida, actual e individualista ante la sexualidad, la familia y la sociedad. No es hedonismo, sino pragmatismo ante una realidad heredada por los crímenes que el padre de Michelle cometió -supuestamente con su ayuda- cuando ella tenía 10 años. Pero la soberbia interpretación de Isabelle Huppert, probablemente la mejor actriz del mundo, es capaz de sostenerlo todo. Un relato que a veces cruza las líneas del surrealismo por su manera de responder ante lo que sucede y que conectará al realizador holandés con los seguidores del cine hanekiano.
Elle es una película insoportable para según qué sociedades y personas, porque sin ser más violenta que cualquier videojuego a la venta (industria en la cual la protagonista es una empresaria de éxito), está cargada de un realismo apabullante. De hecho es, en el más oscuro de los sentidos, un realismo mágico, capaz de convertir las situaciones más propias de un thriller o una película de terror psicológico en un drama. Un drama que se encontró con todas las puertas cerradas para rodarse en Estados Unidos y que llevó al propio Verhoeven, residente en Los Angeles desde hace años, a aprender francés para rodarla en un país que no sólo ha sido capaz de apropiársela estética y culturalmente, sino que la ha aupado como magna candidata a los próximos Premios Óscar.
Sin embargo, lo más importante acerca de Elle o del poso que deja en el espectador horas más tarde, es la sensación de haberse asomado a realidades no tan distantes de su actividad diaria. Es una relación íntima, de nuevo, pero la violencia que habita en las sombras de cada persona, el otro yo más o menos desarrollado en su intelecto y en el espacio que nadie es capaz de registrar -incluso en los tiempos de WhatsApp-, es una de las más estimulantes interpretaciones del film. A diferencia del Verhoeven de Instinto Básico, con un relato que evoluciona con un ritmo tranquilo pese a las situaciones que acontecen, el cineasta de Elle se apropia de la crudeza y serenidad que le abre el ambiente del cine francés en el que se desarrolla. La película, gracias a esa plataforma, no ficciona escenarios sino que abre la puerta a la posibilidad de hablar de una moral existente, la de violencia que se esconde tras nuestro rastro online, en nuestro adrenalina empleada sobre los mandos de videojuegos, en los pensamientos que aíslan el conflicto entre la autoconciencia, la existencia y el placer adulto.
Edhasa edita en español "Jesús de Nazaret", la personal visión del director Paul Verhoeven sobre la biografía del nazareno