LA CIUDAD Y SUS VICIOS

Cuando el pavo tomó el casal fallero: así es un ‘acción de gracias’ a la valenciana

El mix definitivo. Por segundo año consecutivo la cena de ‘acción de gracias’ más masiva en Valencia tuvo lugar… en una falla

26/11/2016 - 

VALENCIA. Los pavos y las banderitas yanquis. Los acentos a costa este norteamericana combinando con el apitxat pueden producir un sonido celestial. “De València o dels Estats Units?”. Ocurrió la noche del jueves. Tras pagar la entrada preceptiva por una plataforma digital fuimos convocados en el casal fallero del Pilar. 

Aunque lo fácil sea abjurar de un casal por considerarlo coto privado, stand de las vanidades, se parecen más a una probeta donde cualquier mezcolanza social tiende a hacerse carne. La thermomix sociológica. Bienvenidos a la Thanksgiving Dinner Celebration. La caragolà y la paella hoy tienen reemplazo: comeremos turkeyLlámalo integración, llámalo colonización. Más bien, solo una fiesta. Es la era de la postverdad, Trump va a ser presidente y al cobijo de una falla confraternizamos en pos de la unión entre culturas. Nada puede ir mal. 

Aunque de repente se va la luz. Al rato vuelve. Los norteamericanos se hacen digo sin parar con Cristina, la fallera mayor, toda photocall. “Es mi primera vez en un acción de gracias. Vamos a aprender todos de todos”. Es el principio pero ya tengo el filtro del exotismo disparado. 

Siempre pensé que debía ser terrible celebrar un gran cenorrio justo semanas antes de la llegada de los banquetes navideños y de la sentada en la mesa con compañeros del curro, con cuñados y con la tía abuela que sigue empeñada en que te eches novia. Si eso no fuera lo suficientemente disturbing, encima le precede una velada donde es preceptivo calzarse un pavo. 

Nos recibe David Andre, un tipo neoyorquino que pasó de Manhattan a Valencia sin apenas solución de continuidad. Deberían nombrarle embajador por su empeño en hacer comboi. Llegaba David Andre desde París, donde estudiaba y desde donde emprendió viaje por distintas urbes europeas. En el avión, era marzo, el pasajero a su vera le preguntó: “¿a ver fallas a Valencia, eh chaval?”. “What? What's Fallas?”, respondió él. Nunca había escuchado nada sobre ellas. La visita a su primera ciudad española se saldó de manera un tanto escandalosa: terminó quedándose. Desde hace cuatro años vive para conjugar al recién llegado con nosotros los valencianos. “Porque cada vez más mucha gente disfruta explorando Valencia no como turistas sino de la mano de los locales”. Segundo estereotipo a la lona: en lugar de tomar a los guiris como veta de la que aprovecharse, involucrarlos. Pruébenlo. 

Qué hacen unos estadounidenses como vosotros en un casal fallero como este. David, el de New York, paseaba un buen día fallero por la calle y se le ocurrió entrar a ver qué demonios pasaba allí. El flechazo. Lo atendió Emilio. Todo fluyó. Al día siguiente volvió con un puñado de expats. “Comenzamos a pensar cómo unir a la comunidad internacional y a la gente del casal. Thanksgiving es una tradición que compartimos con familia y amigos cercanos. Hacerlo en una falla es como hacerlo con una familia ampliada en la cual todos nos abren las puertas”, dice David a la carrera.

“Eh, ¿pero no habíamos venido a comer?”, escucho desde un flanco. La cocina bulle. Un holandés llegado a Valencia en 1995 para casarse con una fallera del Pilar -la cabeza ya me pide un poco de orden genealógico- atiende a seis cazuelas a la vez, inmerso parece en la búsqueda de la poción mágica. A su lado unos tipos cortan en lonchas un pavo del que sale humo. Repentinamente comienza a entrar el personal y a sacar platos y platos de comida como traídas de un barreño. 

“¿No había paella para cenar?”, se oye de forma subversiva allí a lo lejos. No. desfilan platos y platos. El pavo, jamón dulce inyectado en mantequilla y cocinado durante unas cuantas horas, un pastel de pan y maíz sureño emparentado con las migas, puré de patatas con salsa de pavo (viva el pavo). ¿Ya? No. Judías verdes, salsa de arándano, pastel de boniato, pastel de calabaza…

“Yo en realidad soy vegetariana”, me cuenta Sarah, de Colorado, que vino en agosto a la ciutat para ser maestra a niños de habla inglesa. “Me gusta conocer de esta manera a la cultura local, desde dentro”. Sarah echa de menos el apple pie que hacen en su familia en una noche como la de hoy. ¿Entonces qué vas a comer? “No sé, vino”.

¿No será todo esto una estratagema para que celebremos otra festividad made in USA?, ¿cuántas van ya? Me escucho preguntándome cuando llega un plato de relleno de pavo. No se conoce todavía a nadie que haya muerto participar de un festejo ajeno a sus más férreas tradiciones.

Conforme van volando las viandas empiezo a comprender el mensaje en Facebook de Francesc Felipe, asociado a una imagen pantagruélica de una cena: “Sincerament no entenc com importem Halloween i no Thanksgiving. Estem carabasses. Happy thanksgiving!”. 

“Nunca había visto tanta comida junta”, dice Pepe, el presidente de la falla. “Son intercambios positivos, conocer sus tradiciones, que conozcan nuestras tradiciones. Y es una manera de internacionalizar las fallas, que cuando vuelvan a sus ciudades tengan un mayor conocimiento de qué es esto". Me coloca un discurso presidencial sin darme cuenta. 

La cena reúne a un centenar de personas. Mitad falleros, mitad estadounidenses. “¿La falla para quemar la hacéis aquí dentro?”, se oye preguntar en una conversación lateral. 

Pero cuidado, es momento para los discursos. David toma la palabra, ceremonioso. “Es un día muy especial para nosotros. Gracias por abrirnos las puertas, la ciudad y vuestros corazones”, proclama en inglés. Aplausos. Sigue. “Para los que vienen de afuera no es fácil romper la barrera, involucrarse en la cultura local no es sencillo, por eso es imprescindible noches como ésta”. Más aplausos. David pide un pequeño silencio de respeto para con la exalcaldesa Barberá. Silencio. Sigue. “Todos sois bienvenidos”. Aplausos.

Acabados los discursos se abre la veda y todo el mundo empieza a servirse. Sutiles, los anfitriones se hacen a un lado para que sean los que vienen de fuera los que puedan ponerse primero. Cortesía diplomática. “A muchos los ojos se les ponen brillantes de la emoción”, cuenta Manolo.

Una mujer estadounidense se levanta y eleva un cartel con sus manos: “el pastel de boniato lleva nueces”, se anuncia. En esas salta la noticia: el pavo no se rellena. “Es una tradición antigua que ya no se lleva”. ¿Qué? “Bueno, no, en algunos estados se sigue haciendo”, “en mi casa no”, “mi abuela sí”.  A punto está de estallarme un #PavoEmoji ante mis ojos. El relleno -con pan de maíz, huevos, hierbas, caldo de pollo, cebolla…- se sirve por separado. 

Y la bacanal siguió. “Igual que cada año se queman las fallas, cada año la cena del thanksgiving, ¿no?”. Yo qué sé, yo qué sé.