RUTAS HEDONISTAS

De tapeo y conciertos en València: los mejores bares para calentar motores

La temporada de festivales da paso a la de música en salas. ¿Cuáles son los puntos de encuentro más recomendables para picar algo antes de adentrarte en la oscuridad de la caja negra?

| 09/09/2022 | 7 min, 50 seg

Queridas lectoras y lectores, durante estos años, el oráculo de Guía Hedonista os ha ayudado a encontrar las mejores hamburguesas, ensaladillas rusas y croquetas de la ciudad. Hemos pateado y repateado sus calles, desbrozando esta jungla de bares, tabernas y restaurantes para crear todo tipo de itinerarios: dónde ir cuando no tienes mucha pasta (y dónde no hacerlo para no malgastar la que sí tienes); dónde reservar cuando lo que toca es gastar y celebrar. ¡Si es que hasta hemos hablado de los mejores escondrijos para las comidas amorosas clandestinas! Pero hay un melón que nunca habíamos abierto: el del binomio tapeo-conciertos. 

Ahora que finaliza la temporada fuerte de festivales y comienza -por fin- el de la música en salas, nos paramos a pensar cuáles son los puntos de reunión más recomendables para calentar motores a esa hora fatídica (en torno a las ocho de la tarde) que a la mayoría de los españoles nos suele pillar famélicos, pero sin ánimo de sentarnos a cenar. Los prolegómenos piden barra, jaleo y mariposeo social. Muchos hola-que-tal-muy-bien-ahora-te-veo alternados con tragos cortos y expeditivos. Aún así, qué bien entran unas bravas para hacer colchón. 

Después de consultar opiniones entre diversa farándula del ecosistema musical, hemos llegado a las siguientes conclusiones. La primera es que no siempre es fácil tapear decentemente a menos de cinco minutos a pie de las principales salas de conciertos de la ciudad -algunas, de hecho, están ubicadas en lo que podríamos llamar puntos ciegos de la gastronomía-. La segunda es que todas, más o menos, vamos “a morir” a los mismos locales. Estos son algunos de ellos. 

Loco Club (Erudito Orellana, 12)

Estamos en el distrito Extramurs del barrio de La Petxina. No es un mal punto de partida. Aún así, el público habitual de Loco Club converge básicamente en dos lugares: el bar español regentado por personas chinas de la esquina (cuyo nombre nadie recuerda) y, sobre todo, la mítica Bodega Valero. El periodista musical Carlos Pérez de Ziriza y la periodista y escritora Lidia Caro son algunos de sus feligreses. “Aunque practico la nada saludable drunkorexia (la alimentación a base de cerveza) equilibrada con cacaus y olives —por eso de regular el PH a través de los alimentos alcalinos—, a veces antes de los conciertos cae algún alimento sólido: la pasión crujiente de los torreznos de la Bodega Valero, cerca del Loco Club”, nos cuenta Lidia.

El promotor y gestor cultural Quique Medina es otro de ellos: “Antes de ir a Loco Club paso siempre a tomar cerveza por las terrazas del George Best o del Centro Excursionista. Si da tiempo a cenar algo, las opciones son variadas, pero me quedo con un bocata en el Candanchú, con la comida peruana riquísima y de verdad en el Inka 2, o con la amabilidad, las sopas y el pato del mítico chino Mey-Mey”.

Cabe añadir que a tan solo cinco minutos andando tenemos también la mítica Cervecería Alhambra, recientemente traspasada, cuyo horario de cierre son las 23.30 horas.

Muy cerca de Loco Club, pero adentrándonos en el barrio de Arrancapins, tenemos el Bar Centro Excursionista, un garito pequeño pero con mucha actividad musical. A tiro de piedra hay buenas opciones para amortiguar el bebercio. Como apunta Medina, y también muchos otros músicos de la ciudad con los que hemos hablado, el Inka 2 (Alzira, 14) es la opción más cercana y económica. Ceviche fresquito y pisco sour todavía más fresquito, ¿qué puede salir mal?

El Candanchú (situado a diez metros en la misma acera que el CEX y con un equipo de chicas al frente muy majo y eficiente) es muy buena opción. Bocadillos ricos y baratos, preparados a la velocidad del rayo. 


Sala Moon (San Vicente Mártir, 200)

Entramos en terreno pantanoso. Barrio de La Raiosa. Distrito de Jesús. Complicado. Tenemos varias opciones cercanas para apurar unas cervezas rápidas, pero la pre-cena (que aquí es posible, porque muchas veces los conciertos arrancan a las nueve y media o diez de la noche) se presenta complicada. La propuesta ganadora, a tan solo cinco minutos de distancia, es El Observatorio. En esto coincidimos casi todos.

Quique Medina apunta: “Antes de ir a la Sala Moon, es un clásico quedar antes en los chinos de la esquina. No estamos hablando de una gran calidad de bocatas (tampoco están mal) pero siempre se genera ambientazo preconcierto y buenas y etílicas tertulias musicales antes de entrar, siempre apurando, al bolo. Recuerdo con especial cariño la previa allí de Nada Surf en marzo prepandémico. Ya se intuía que se avecinaba confinamiento, que algo iba a pasar, y lo celebramos como tocaba. Si tenemos más tiempo y queremos cenar no hay duda: El Observatorio. Lujo de lugar, de servicio y de comida”.

16 Toneladas (Ricard Micó, 3)

Del difícil, al más difícil todavía. La sala 16 Toneladas es para muchos un lugar especial; una especie de segunda casa. Buena programación, sonido excelente…. pero muy poca chicha gastronómica alrededor. Carlos Pérez de Ziriza lo define como un “erial”. Lidia Caro, amante del riesgo, confiesa que a veces se deja engatusar por la decadencia de comer de comer en la Estación de Autobuses, a metros del 16 Toneladas. “Porque la decadencia, es sólida y alimenta. La decadencia es rock. O trap. La decadencia es lo que quieras que sea. Pero no le pidas un pincho de tortilla a la decadencia, porque eso se llama salmonelosis”. 

Estamos perdidos, no sabemos qué recomendar, así que llamamos a Pepito, copropietario de la sala. “La cosa está complicada, es cierto, pero algo hay -nos tranquiliza-. Recomiendo sobre todo el Bar Manú (Burjassot, 10), a cinco minutos andando. Es un bar de toda la vida que compraron unas personas chinas y mantuvieron la misma carta de bocatas, platos combinados y tapas. La antigua propietaria les enseñó a cocinar platos españoles durante un tiempo, y la verdad es que lo hacen muy bien. Ah, y tienen opciones vegetarianas”.

Quique Medina hace otra aportación: “Normalmente vamos con el tiempo justo, pero si tengo algo de tiempo y quiero darme un homenaje, lo tengo claro: Restaurante Pirineos (Campanar, 17). Una barra excepcional, producto de primer nivel y vinazos. Llegar a un concierto de 16 Toneladas con la panza bien llena es un placer como pocos”.

Y la última recomendación. A trece minutos andando tenemos también Castellar Brasas (Avenida Burjassot, 122), un local amplio que cumple la función de tapeo expeditivo en barra o de cena con menú sentaditos a la mesa.


Matisse y La Salà, (c/Campoamor)

Los alrededores de la plaza del Cedro están atestados de bares, pero si de lo que hablamos es de reunirnos a picar algo antes y después de un concierto, hay un rey indiscutible: la Cervecería Trébol (Ernest Anastasio, 109).  “Maravilla de bocatas y tapas de toda la vida -apunta Medina-. Tengo grandes anécdotas bañadas en ajoaceite vividas allí con muchos de los grupos que yo programaba en su día en la Sala Wah Wah o Matisse”.

“Yo iba antes, cuando era la Wah Wah -recuerda Mario Ballester, del grupo Calivvula y copropietario de Discos Oldies-. El Trébol era el pre siempre: sandwich mixto, bravas y carajillo de whiskey”. 

La Marina de València

Terminamos este recorrido en La Marina de València, una parte de la ciudad que en pocos años se ha convertido en el principal punto de referencia para los conciertos al aire libre. (Sí, lo sabemos, este reportaje iba de salas de conciertos, pero mira). 

Quique Medina y Vicent Molins, promotores de muchas de estas iniciativas, comparten con nosotros cuáles son sus lugares predilectos. “Después de la Pèrgola de Cervezas Alhambra, cada sábado, hay muchas opciones, como pedir un buen arroz en La Marítima o sentarse en la terraza del Azul (en la Marina Real Juan Carlos I) para comer y beber copas hasta que cae el sol. También recomiendo las hamburguesas de buey en El Faro del Sur, uno de los rincones más desconocidos y mágicos de la ciudad. Y económico además”.


“He descubierto este verano que el binomio Gran Martínez y Marina Sur, funciona -nos cuenta Vicent Molins-. Sobre todo porque, antes de la furia, un lugar como Gran Martínez aporta cadencia, confort. Aunque me gustaría zamparme el sandwich de pastrami, me concentro en su cóctel homónimo (ginebra licor de jengibre, vermut rojo, maraschino, amargo de naranja), alguna gilda, ensaladilla… Perfecto -creo yo- para acompañar algunos cuantos metros de cola que te esperan y pasar a la siguiente pantalla”.

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