Aterrizamos en una isla y un campo de fútbol nos sirve de pista, que la mar está a la vista. La más alta, porque hoy izamos velas. Subimos a un barco, al de bodegas bien llenas de vino. Que los zares nos esperan dispuestos a meternos un gol, el de beberse nuestras botellas más preciosas. Las que irán madurando acaloradas mientras el reloj dice tictac. Echamos un último ojo a sus escarpadas costas y emprendemos la aventura. Esto es Madeira.
Archipiélago amante de ídolos futbolosos y cuna de los más grandes vinos. Herencia de aquellos que en los siglos XV y XVI viajaban entre positivos cambios por el calentamiento que se producía durante su transporte. Los estufagem, maravilla de palabra que los hace únicos. Nacidos entre volcanes de viento y lluvia, con uvas que van desde la extendida tinta negra, a las bonitas malvasía cándida, boal o verdelho. A veces, sólo a veces con canteiros, la más tradicional de las técnicas en la que el vino reposa fermentando lentamente en barricas posadas sobre barras de madera, y dentro de bodegas a temperatura ambiente. Luego mucha clasificación en función de la elaboración que dejamos para otro día, que es la hora de saltar al terreno de juego y tenemos sed.
Tiramos una moneda al aire y sale cara, la que da el Sercial Barbeito 1978. Modernete, pero serio, reparte vainilla, naranja y su piel. Amplio frescor que corre la banda y pensamos qué comer. Y oye, una idea. Madeira y el queso, claro que sí. Con un mantecoso Azeitão para empezar.
Partimos del círculo central con un balón en profundidad, el Sercial D’Oliveira 1977. Aromático de frutos y frutas en seco. Clásico, calladito y perseverante, puede parecer brusco, pero es todo amor. Saca un cuchillo de acidez y, qué duda cabe, nos ofrece una cuña de queso de cabra Transmontano.
Aun con michelines, el Verdelho 20 años Henriques & Henriques resulta un jugador sólido de muebles de madera antigua en una rebotica de las de antes. Abraza con cariño, te envuelve y el equipo es una piña. Es el momento de un buen mordisco de queso do Pico.
Ensanchamos el terreno de juego con el Terrantez 20 años Henriques & Henriques. Punzante de algas y umami sin límites, juega entre sal y seda, la pone en largo y nos llevamos a la boca un queso de Évora. Pero qué bien.
Nos pilla a contrapié el Terrantez D’Oliveira 1971 con su acidez loca. Crecen caramelos y bombones sobre un césped que acoge viejas glorias de las que no pasan de moda. Y así, navaja en boca, corta unos trozos del suave queso de Nisa.
Solventa sin problemas la papeleta el Tinta Negra Medium Dry D’Oliveira 1995. Amargosas acedías y frutos secos a ful que salen de puños y despejan con un queso Rabaçal.
Encontramos el equilibrio con el Medium Rich Harvest Henriques & Henriques 1998. Redondosos afilados con dulzor de orejones y orejitas. Pasas al pie y marca de chilena con un queso Serra da Estrela.
Calienta en la banda el Boal Reserva 10 Años Barbeito. Ardoroso en cítricos ligeros tropieza con el larguero para decepción del graderío. No importa, una tostadas con bien de queso Serpa y para delante.
El Boal D’Oliveira 2001 aparece dispuesto a poner el autobús hasta que un fuerte punterazo le sorprende. Es barriocoso de sapidismo y lo sabe, así que se le da de volea y consigue agradar con un poco de queso Terrincho.
Llega la pena máxima y el Malvasía Barbeito 2005 tira a lo Panenka con éxito. Gana en intensidad de eternas especias y algún champiñón. Caricia para siempre al lado de un queso São Jorge.
Pero no hay enemigo pequeño y el Malvasía D’Oliveira 2002 demuestra ser muy grande. Cremoso de panadería se acomoda el balón y lo cuela de tacón por toda la escuadra con un queso de Castelo Branco.
En el tiempo de descuento aparece Sercial Oliveira 1999, una joven promesa que, con toda seguridad, llegará a ser un crack. Da muestras de calidad con tanto brío que se descoloca un poquito. Bestia impetuosa que aplacamos devorando queso Rabaçal.
Y así llega el final del partido. Bajamos al vestuario y hacemos las maletas, que toca volver a casa. Miramos con añoranza esa tierra que se aleja, para oh, Madeiga, Madeiga, cantarte un fado sin enfado. Y el silbato dice pi.