VALÈNCIA. Acaban de ser traducidos y publicado por la editorial Seix Barral los diarios de Janusz Korczak –Diarios del gueto- , el doctor, escritor y activista que fue asesinado en agosto de 1942 en el campo de concentración de Treblinka junto a 200 niños de los que cuidaba y atendía en la Casa de los Huérfanos de Varsovia, de la que fue director durante tres décadas.
¡Qué lúgubre y agobiante resulta la literatura memorialista! Un artista o un científico, un político o un dirigente entran en la vida cargados de propósitos ambiciosos, de movimientos decididos, agresivos y elegantes y de un enérgico dinamismo. Se encaraman cada vez más arriba, superan todos los obstáculos, amplían su círculo de influencias y, armados de experiencia y de innumerables amistades, se acercan con más facilidad y eficacia a sus objetivos, etapa tras etapa. Esto puede durar un decenio, dos, o quizá tres. Pero luego...
Luego sólo queda el cansancio y, pasito a pasito, una marcha obstinada con rumbo fijo por un camino ya más practicable, aunque con menos entusiasmo y con la dolorosa convicción de que esto no es lo que tenía que haber sido, que sabe a poco, que avanzar en solitario se ha vuelto tremendamente difícil, que lo único que ahora puede ir en aumento son las canas y las arrugas en una frente antes tan lisa y despejada, y que el ojo ya no ve con claridad, la sangre circula más lentamente y las piernas flojean.
¡Qué le vamos a hacer! Es la vejez.
Así comienza este libro duro y desgarrador que, sin embargo, reconcilia al que lo lee con el género humano. No han sido pocas las veces que se ha preguntado si fue posible algo de bondad en medio de tanto horror en el Holocausto. La respuesta es Janusz Korczack, un hombre que renunció a un brillante futuro como científico para embarcarse en otro (no menos brillante) futuro dedicado a los niños. Tras la ocupación nazi en Polonia, Korczack se trasladará al gueto de Varsovia junto a dos centenares de niños a los que cuidaba. Las autoridades le ofrecieron abandonar el gueto, sin embargo, él jamás lo hizo.
El diario de Korczack se entiende como la respuesta a un “libro mendaz de un falso poeta”. Ese libro no es otro que Así habló Zaratustra de Nietzsche. Una obra que, según el médico y escritor, hizo mucho daño.
Yo también tuve el honor de hablar con Zaratustra. Sus arcanos son sabios, fatigosos, duros y tajantes. Y a ti, filósofo desdichado, te llevaron tras los lúgubres muros y las tupidas rejas de un hospital psiquiátrico. Porque ¿acaso no es esto lo que ocurrió? Está escrito negro sobre blanco: «Nietzsche murió enemistado con la vida, loco». En mi libro pretendo demostrar que también estaba dolorosamente enemistado con la verdad.
Pero, ¿cómo se puede comprender la decisión de dimitir de una vida para dedicarla a los demás? ¿Jamás hubo miedo en Korczack? ¿Fue su determinación tan absoluta? Esta figura emblemática e insólita del Holocausto nazi se fijaba en los síntomas que los niños mostraban: no reaccionaban al frío ni al hambre. Se sentaban en el suelo cabizbajos, vistiendo un camisón hecho jirones y sin calefacción. Muchos de ellos renunciaban a comer por su propia tristeza: “Para matar de hambre a un niño hace falta al menos unos cuantos días; para matarlo de frío, bastan unas horas”.
Sin embargo, la figura de Korczack demuestra que no todos los buenos son intachables., que una acción heroica no santifica a ningún hombre por completo. Así, por ejemplo, Korczack adoraba a los niños pero detestaba a las mujeres:
No tuve tiempo para las muchachas, no tuve tiempo, porque esas malas pécoras codiciosas te roban las noches y, luego, ya se sabe, nacen niños. Una costumbre asquerosa. Me ocurrió una vez y el resabio me quedó para toda la vida. Me harté de lágrimas y amenazas. He fumado sin contención. De día y durante las disputas existenciales, uno detrás de otro, como una chimenea. No tengo sano ni un centímetro cuadrado de mi cuerpo. Adherencias, dolores, hernias, cicatrices, me estoy descomponiendo, crepito, me deshilvano, pero todavía vivo.
El autor del diario cuidaba a esos doscientos niños junto a la señora Stefa, la educadora en jefe de la Casa de Huérfanos que codirigió con Korczack la fundación. La cama de éste estaba en el centro de la estancia. Debajo de la cama siempre tenía una botella de vodka. En la mesita de noche, pan negro y una jarra de agua. A Korczack le gustaba más meditar que escribir. Sin embargo, debía inventar cuentos para aquellos niños. Entre los muchos asuntos de los que se propuso escribir en sus cuadernos se encontraba “un tomo grueso sobre la noche en el orfanato y, en general, sobre el sueño de los niños”. De otro lado quería escribir una novela con dos volúmenes. La acción tenía lugar en Palestina, durante la noche de bodas de una pareja de jalutzianos en el monte Gilboa. También quería escribir sobre él mismo, sobre su “insignificante a la par que importantísima persona”. No cabe duda que Korczack sabía de la importancia de lo que estaba realizando.
Algunas entradas, las diarias, dan buena cuenta de la miseria en la que se vivía. De esta manera, por ejemplo, el piojo se convierte durante ciertas páginas en protagonista del relato:
Son las seis y media.
Alguien acaba de gritar en el dormitorio:
—¡Muchachos, al baño, levantaos!
Dejo la pluma. ¿Levantarme o no? Hace mucho que no he tomado un baño.
Ayer me encontré un piojo y lo asesiné sin escrúpulos con un estrujón certero de uña.
Si me da tiempo, escribiré una apología del piojo. Porque nuestra actitud frente a este bello insecto es injusta e indigna.
Un campesino ruso amargado dijo:
—El piojo no es un hombre: no nos chupará toda la sangre.
Aquel último paseo en el campo de exterminio de Treblinka se ha mitificado y convertido en leyenda. Cuentan las crónicas de aquellos años que reinaba un silencio terrible y agobiante. Los niños iban en filas de cuatro sujetando la bandera del Rey Matías I, uno de los protagonistas de las novelas de Korczack. Los niños iban impecablemente vestidos, con sus juguetes o libros preferidos en la mano. Delante de todo el grupo, uno de los pequeños tocaba el violín. Los nazis les azuzaban aunque se respiraba una cierto apego hacia ellos. Todos fueron entrando en la cámara de gas. Murieron juntos.
En el año 1990, el director de cine Andrzej Wajda rodó una película titulada Korczack, que contaba esta historia, la del diario que ahora publica Seix Barral. Dijo Steven Spielberg en alguna ocasión que esta película le inspiró para su film sobre Schindler y que era, sin duda, una de las películas más importantes acerca del Holocausto judío.
Hay una cita en el diario que puede resumir bien el pensamiento de este hombre legendario:
Hay dos mil millones de humanos en el mundo, pero yo soy una comunidad varios millones de veces más numerosa y, por lo tanto, tengo el derecho y el deber de cuidar de mis miles de millones, con los que estoy en deuda.