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Los resurreccionistas: la muerte no es una crisis, es una oportunidad

La Felguera publica ‘Diario de un resureccionista’, la biografía de Jack Naples, uno de los ladrones de cadáveres más famoso de la historia

25/12/2016 - 

VALENCIA.- Hubo un tiempo glorioso en el que la economía no tenía la mala fama que ahorra arrastra. Cuando en el corazón del Imperio Británico, el sector empresarial y la ciencia iban de la mano en aras de un mundo mejor. Eran, en definitiva, los buenos viejos tiempos en los que un grupo de emprendedores, los saqueadores de tumbas, se convirtieron en los mejores aliados de los visionarios que hicieron avanzar la medicina a un ritmo no conocido hasta entonces.

Aquellos maravillosos años comenzaron en 1542, cuando el Parlamento británico permitió por primera vez la disección de los cuerpos de cuatro condenados a muerte (sus cuerpos fueron entregados a la Compañía de Barberos y Cirujanos) y tocó fin con la aprobación del Acta de Anatomía en 1832 que reguló esta práctica. En medio hubo una época en la que las facultades de anatomía del Reino Unido competían por lograr cadáveres para diseccionar (mientras más frescos y en mejor estado, más pagaban), lo que dio lugar a la aparición de star-ups dedicadas a reventar tumbas y vender sus contenidos. En algunos casos incluso, ni esperaban a que el finado estuviera bajo tierra y lo robaban directamente de su lecho de muerte.

De aquella época se conserva el Diario de un resurreccionista, las memorias de Jack Naples, uno de los más famosos ladrones de cadáveres de la época. El documento acabó en manos de James Blake Bailey, bibliotecario del Real Colegio de Cirujanos, que decidió editarlo en 1824 y se convirtió en un curioso testimonio del negocio. Ahora, por primera vez, el texto ve la luz en español en una magnífica edición ilustrada de esas que se suelen currar en La Felguera Editores. De regalo, una introducción de Juan Mari Barasorda que recoge desde las primeras disecciones de cadáveres en Bolonia (1315) hasta la influencia literaria de estos profesionales en autores como Charles Dickens, Mary Shelley o Robert L. Stevenson.

Caída y auge del mercado de cadáveres

El tráfico de muertos para diseccionar fue un curioso fenómeno que sólo se dio en Gran Bretaña debido a dos factores: la pujanza de sus facultades de medicina y las dificultades para encontrar cadáveres con los que realizar las prácticas. En otros países (Italia, Francia o Alemania), la cuestión estaba mejor legislada así que nunca hubo escasez ni, por tanto, mercado negro (pero negro, negro). El problema de los centros académicos de Escocia o Inglaterra era que sólo podían disponer legalmente del cuerpo de los condenados a muerte —de hecho, acabar troceado era parte de la condena— mientras que en otros territorios, todo cuerpo sin reclamar acababa en el aula. De hecho, como mucha gente no podía ni pagar el entierro de su ser querido se consolaba pensando que sería aprovechado por la ciencia. Por esa fecha se debió inventar la expresión ‘quitarse el muerto de encima’.

Se creó así una tan lucrativa como extraña alianza entre los personajes más miserables de la delincuencia y lo más granado de la sociedad británica, los médicos y profesores universitarios. Pero como todavía había clases, entre los resurreccionistas habían dos categorías: los que robaban los cuerpos, llamados los sack’-em-up (saqueadores) y los respetables resurreccionistas, que actuaban como auténticas incubadoras y aceleradoras de bandas criminales.

Como era de esperar, las consecuencias fueron de todo tipo. El kilo de muerto acabó disparado. En los cementerios se instalaban torretas con vigilancia o se  protegían las tumbas con rejas, para evitar los robos. Tan rápida era la innovación en el sector, que algunos delicuentes no se contentaban con cobrar por el muerto, sino que luego chatajeaban a sus clientes para maximizar sus beneficios.

Los sack’-em up se veía obligados a agilizar su ingenio para hacerse con los mejores ejemplares antes incluso de que se enterraran. Tan rápidos eran que en cierta ocasión salvaron la vida de un hombre que había sido enterrado con vida. Eso es experiencia del usuario y lo demás son tonterías

Burke y Hare, los innovadores

Pero el título de resurreccionistas más famosos de la historia corresponde a William Burke y William Hare, que llevaron la profesión a límites no conocidos en la época. Aunque no tenían la pasión de otros colegas, sí que supieron ver el futuro de la profesión cuando se le presentó. El 29 de noviembre de 1827, moría en la pensión de Hare un pobre hombre. Sin saber qué hacer, habló con su amigo Burke quien le propuso rentabilizar tan luctuoso hecho: vender el fiambre al doctor Robert Knox, uno de los anatomistas más reputados de la época.

Viendo lo rentable de la operación, y teniendo en cuenta que los inquilinos de Hare eran lo mejor de cada cárcel, se les ocurrió introducir un elemento disruptivo en el negocio: matarlos directamente. Ellos no inventaron la práctica, pero sí la llevaron a su máxima expresión. Cuando fueron detenidos habían cometido 16 asesinatos.

Al final, a falta de pruebas, la policía consiguió que Hare denunciara a Burke. El primero fue ahorcado y, justicia poética, su cadáver aún se conserva en el museo de anatomía del Edinburgh Medical School. Burke fue liberado al poco tiempo y nunca más se supo de él. Knox, que no estaba al tanto de lo que hacían sus socios (básicamente, porque prefirió no saberlo) siguió ejerciendo como profesor de universidad y médico hasta el día de su muerte, aunque tuvo que exiliarse a Londres.

De la ficción a la realidad

Las andanzas de Hare y Burke son las que inspiraron la famosa obra de Robert L. Stevenson El ladrón de cadáveres, que llevó a la pantalla Robert Wise en 1945 con Boris Karloff y Bela Lugosi como protagonistas. También inspiró La carne y el demonio (John Gilling, 1960), una de esas joyas casi olvidadas de la historia del cine protagonizada por Peter Cushing, Donald Plesance y George Rose. De hecho, la mayor parte de libros y películas sobre este tema se basan en este caso, la última en fecha tan reciente como 2010: Hare y Burke, de John Landis.

Por eso, la publicación de Diario de un resurreccionista merece una atención especial, pues permite conocer las métodos de un indie como Blake Balley, tan alejados de las rutinas de los dos de Edimburgo, cuyo verdadero crimen fue hacer mainstream una actividad tan noble como es la de saquear tumbas. Los puristas les echan también en cara que en realidad nunca merecieron el título de sack’-em-up ya que no reventaban cementerios y daban mal nombre a la profesión. Envidia.

Además, Naple permite una visión en primera persona de cómo funcionaba el negocio, con todo tipo de tips para los que quieran reinventarse en otra profesión y probar suerte en este mercado. Desde cómo eran los enfrentamientos entre distintas bandas (con espadas de madera, para no hacer ruido), los precios, las fiestas que se pegaban, las mejores técnicas para sacar el cuerpo del ataúd y todo tipo de anécdotas de la época.

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