Aquí se come bien, pero es que allí...
VALÈNCIA. Allá donde escasea la luz, donde las nubes encapotan el cielo y la lluvia oscurece los campos, mientras el frío cala hasta los huesos; allá donde las laderas son verdes, aunque ocasionalmente la nieve las cubra de blanco, y el musgo abunda entre las calles de piedra; precisamente allá donde los tejados están siempre húmedos, las puertas son de madera maciza y el calor del hogar es el único refugio capaz de templar el alma, se agradece la buena mesa y el vino tinto. Un guiso de legumbres servido en un cuenco caliente, una pieza de carne tierna de lenta digestión y un surtido de pinchos de todos los colores para poner el broche de oro al día, entre copas y buena compañía.
Por todos es sabido que en el Norte de España se come obscenamente bien, y para ello tan solo es necesario un rápido recuento de galardones con forma de Sol Repsol y Estrella Michelin. No obstante, donde verdaderamente se palpa la devoción por la gastronomía es a pie de calle, en el casco histórico de las ciudades y en los pueblos de las inmediaciones. En las barras de siempre, en los restaurantes familiares y en las tabernas más humildes, incluso en los caseríos de la montaña y los bares de carretera. Del viaje por el Norte se pueden sacar algunas (muchas) lecciones, y a continuación van unas cuantas para interiorizar en estas longitudes. Dosis de sabiduría popular en torno al buen hacer culinario, responsables de que al volver del Norte tengas la cintura más ancha y la sonrisa más estirada.