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Diego Sánchez Aguilar te ha invitado a unirte a ‘Factbook’

Un ejército anónimo de individuos más allá de la indignación crece en las pantallas de una red social que ha sustituido el pulgar hacia arriba por el índice tenso que señala los hechos

21/01/2019 - 

VALÈNCIA. Primero fue el periodismo ciudadano, los pobres vídeos de trifulcas grabados desde un balcón, los gritos de asombro y los hostiaputas cuando unas rachas de viento huracanado hacen salir volando la terraza de un bar, el torrente de agua que arrastra un vehículo mientras la voz excitada de una familia detrás del móvil dice que se lo lleva que se lo lleva, las imágenes de los espectadores en la sección del tiempo que muestran un atardecer en las marismas de Isla Cristina, una helada en Benasque, unos cumulonimbos aproximándose perezosos a la Ciutadella de Menorca. Donde fueron los internautas, ahora es las redes dicen, y después Twitter dice, y el telediario como repositorio de tweets, como amplificador de mensajes ocurrentes. Al final del telediario, una pregunta, en lugar de una respuesta -la respuesta en nuestra app, no creerás lo que ocurrió después-. El imperio de los datos graciosos, curiosos: nos llegan estas imágenes de Estados Unidos, este atracador intentó robar a un boxeador profesional, ahora su cara es pulpa, lo tenía merecido, frase ingeniosa, no se pierdan lo que viene a continuación, este saltador de salto BASE abrió tarde el paracaídas, cincuenta y cuatro metros de caída libre desde un acantilado en Dover, increíble, el vídeo en primera persona muestra como gime en el suelo con varias vértebras rotas y la cadera hecha añicos, promete que en cuanto se recupere repetirá, esperemos que haya aprendido la lección, esto es todo por hoy, volvemos en unas horas, les dejamos con, pueden ver todos los programas de la cadena en nuestra plataforma online, nos despedimos con una canción.

En las redes hacen metástasis los titulares que no informan, el contenido tampoco informa, todo se ha facebookizado, twitterizado, storyzado: importa el impacto, el reclamo de cazador de aves al vuelo que nos hace caer en la trampa. En las redes ya ni siquiera decimos, solo resoplamos, crecemos en cortisol. Hemos envilecido esos saludos que al principio nos llenaban de curiosidad: mira quién tiene un perfil, mira quién me ha pedido amistad, cuántos años. Ahora hemos depurado la técnica, implementamos estrategias, y sobre todo, sobre todo callamos, para que los maestros del sentir bien, del sufrir correcto, no caigan sobre nosotros con todo el peso de la ley y la moral y la masa conjurada contra la desafección más necesaria. Ya no recuerdas quién te invitó a unirte, si es que alguien te invitó, tal vez solo te lo comentaron y tú sentiste curiosidad por el campo abierto e introdujiste esos primeros datos, te ceñiste ese collar transmisor placentero, y hace unos días estabas ya cumpliendo con el challenge de los diez años, ¡diez años! ¿Llevo diez años en una red social? Ocho, siete, seis, toda una vida. Iba a ser la tierra de la libertad pero ahora es una sala repleta de oídos: has leído que cuidado con lo que escribes si quieres viajar a Israel, no te pases de comprometido si quieres salir del aeropuerto en Nueva York, ojo con los dobles sentidos, con la ironía, con no llorar lo suficiente por un asesino de guante blanco. Te dicen: deja en paz a los muertos, y suspiran y afirman también que el mundo se va por el retrete, se preguntan que a dónde vamos a llegar, pero tú no ves mucha diferencia, no parece que el mundo vaya a llegar a ningún lugar distinto. Las órbitas se mantienen. La traslación nos trae de vuelta al mismo punto. El Orden Mundial.

Y entonces, cuando en esta tierra prometida de la comunicación libre te muerdes la lengua más que nunca porque no está la cosa para bromas -no lo está de verdad-, aparece un libro, Factbook, el libro de los hechos, de Diego Sánchez Aguilar, que pone palabras a ese mecanismo que te tiene mirando al fondo del timeline porque te ha parecido ver algo moverse, que te tiene preocupado por lo que dices junto a una máquina que tú mismo has comprado y has metido en tu hogar, en tu bolsillo: “Le doy a megusta. Me siento observada mientras mi número se suma al de los otros cuatro megustas y pasa a cinco. La paranoia del Gran Ojo barriendo toda la Red, registrando mi megusta. Veo a Julio midiendo sus palabras, eligiendo su texto con cuidado para que no sea considerado apología del terrorismo. Siento el miedo en todos los megustas y en todos los megustas ausentes, en todos los comentarios, una gran ola de miedo y de silencio en la Red”. El nuevo título de Editorial Candaya que tienes en tus manos te hace asentir y correr a las redes a transcribir algunos de los pasajes que más te han impresionado. No tratas de hacerlo pasar por un acto de rebeldía porque ni siquiera se le asemeja, pero sí te resulta en cierta manera paradójico, o puede que no lo sea, pero a ti te lo parece: la novela de Sánchez Aguilar comienza con el presidente de la CEOE ahorcado en un toro de Osborne junto a una pintada en la que se lee Factbook. Mentirías si dijeses que no dudas una milésima de segundo, que no te planteas qué consecuencias podrían tener estas publicaciones si las leyesen quienes no deseas que las lean -piensas en esas opciones de privacidad de las que aún no has hecho uso-: ¿qué puede pensar de ti tu entorno laboral? ¿Acabas de dar un paso al frente hacia alguna posición? Es solo ficción, nada más y nada menos que ficción, una ficción muy lúcida, extraordinaria.

Te viene a la cabeza esa canción de Nacho Vegas, Ideología, por unos versos más que por otros, aunque todos guardan relación: tengo una conciencia y va a estallar. La mente tras Factbook te tiende una mano que lleva a una reflexión sombría: “al restringir todo acto de expresión, se consigue que la rebeldía se mantenga en el plano de la expresión”. ¿Es peligroso pensar? ¿Estoy infringiendo alguna ley? Sánchez Aguilar ha escrito la que si hay criterio será considerada una de las grandes novelas del año, una novela aterradora por lo afinada que está, porque en demasiadas ocasiones las páginas se vuelven reflectantes, especulares, y más que leer, nos miramos y configuramos un mapa de todas nuestras imperfecciones. Es posible que las descripciones del alma -página doscientas cincuenta y dos- o del enamoramiento -doscientas noventa y seis- que ofrece Sánchez Aguilar sean de las más precisas y mejores que se hayan leído aun habiendo leído mucho. Y luego está eso del cansancio, y eso de esa versión oscura y desconocida de la esperanza que te lleva a volver al telediario esperando que haya pasado algo. No sé qué estoy pensando, Facebook. No sé qué está pasando, Twitter. Pero todavía no voy a cerrar la sesión.

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