Tras demasiadas reformas y leyes escolares, introducción de las TIC en las aulas y las permanentes dudas sobre si hay que replantear el modelo de enseñanza general, ¿sería el diseño una necesidad educativa de cara a futuras revisiones?
VALÈNCIA.- Nunca antes en la historia el ser humano se había relacionado tanto con el diseño, en un mundo basado en la imagen, en mensajes gráficos, en las pantallas o las interfaces, y todo ello, diseñado respondiendo a criterios cromáticos, de composición, tipográficos y de usabilidad. Todo lo que nos rodea está diseñado, pero tal vez no estamos muy preparados para ello.
Dejando a un lado cómo el diseño podría intervenir favorablemente en los procesos educativos (¡ay!, esos libros de texto…), ni nuestro sistema de enseñanza obligatoria ni de bachillerato contemplan la docencia en diseño. La educación en diseño es inexistente hasta la enseñanza superior, aunque se le valora y exige al alumnado el uso de lenguajes gráficos, audiovisuales e incluso herramientas tecnológicas para llevarlos a cabo, una antítesis fruto de la cual no se consigue transmitir ni enseñar lo que es el diseño más allá de algún caso aislado de teorías aplicadas a anuncios publicitarios. Nos referimos, además, a las generaciones de estudiantes de Primaria y Secundaria que más acostumbradas están a nuevas narrativas audiovisuales y lenguajes ultracontemporáneos, que los usan continuamente para relacionarse y están presentes en cualquier producto que consuman a diario, ya sea a través de una app, un blog o un podcast.
En nuestra infancia aprendemos caligrafía, una práctica que termina más pronto que tarde y que podría tener continuidad como habilidad para entender la escritura y la historia, pero no es así por culpa de ese trastorno de la educación consistente en aprender según lo dictado sin plantearse para qué sirven las cosas. Lo opuesto al pensamiento del diseñador, al design thinking y a capacidades no muy explotadas en la docencia, algo que conllevaría una mejora del sistema de formación.
La ahora tan aborrecida caligrafía podría ser la iniciación a la enseñanza en tipografía y la capacidad para escoger tipos de letra según sus usos, a la habilidad de maquetar una página de texto, organizar una interfaz visual o explorar el lado práctico de este conocimiento para el uso de herramientas relacionadas con diseño. No hablamos de aprender a diseñar logos o sistemas de identidad corporativa, algo puramente profesional, sino a adquirir nociones prácticas para el día a día que posteriormente ayudarían a preparar apuntes de una asignatura, diseñar un trabajo o memoria, maquetar una web o editar un vídeo personal.
Escarbando un poco encontramos algo en Educación Plástica y Visual en la ESO, una asignatura cuyo objetivo es adquirir competencias artísticas y culturales, que suena bien, pero realmente no se enfoca desde el diseño, y sus fundamentos distan bastante de un buen criterio (no hay más que ver las portadas de los libros de la asignatura de marras). Además, este enfoque no se produce desde el lado práctico o proyectual que conlleva el diseño, sino bajo la dictadura que rige un desactualizado libro de texto muy desconectado de los actuales inputs gráficos, que decíamos antes, a los que accede a diario el alumnado.
Hasta poder llegar por opción a un bachillerato artístico, ni siquiera existe la posibilidad extracurricular del diseño. No estamos familiarizados con clases extraescolares relacionadas con el tema porque no hay demanda y no hay conciencia social de lo que es el diseño, en contraposición a países con una cultura del diseño bien arraigada donde en Secundaria ya hay al menos una asignatura de diseño durante un curso al nivel de Matemáticas, Lengua o Historia, y de los catorce a los dieciséis años la ofrecen como optativa (en Reino Unido).
En la Comunitat Valenciana, ya tras el bachillerato, se puede acceder a la especialización en diseño gráfico mediante enseñanzas superiores, títulos de grado, ciclos formativos, másteres universitarios o másteres de titulación propia, y el denominador común es que una de las principales observaciones de los centros que imparten estos estudios es la nula preparación en diseño, por lo que siempre se empieza desde cero haciendo tabla rasa. Es decir, nada en diseño hasta los estudios superiores (de dieciocho años en adelante).
El diseño aún no ha llegado en España a su madurez, y uno de los indicadores es que, como decíamos, socialmente no es una profesión bien conocida ni reconocida. En cualquier ámbito que queramos cambiar, hay que retroceder en sus estrategias hasta centrarnos en la educación, ya que si no educamos preparando en disciplinas, difícilmente en un futuro cercano haya individuos formados para plantear retos sobre las mismas.
Así pues, ¿deberían incorporarse aptitudes prácticas en diseño al sistema educativo desde primaria?
Si vemos cómo otros países europeos reconocen el diseño y cómo este contribuye a su desarrollo, parece que sin duda contar con esta materia como una necesidad educativa repercutiría en un beneficio a medio plazo a nivel económico, social y cultural.
El diseño es una actividad profesional, pero tal vez nos vendría muy bien a todos que se convirtiese en una habilidad general, lo que paradójicamente disminuiría el intrusismo al ser entonces una profesión valorada.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 50 de la revista Plaza