Hace 25 años que dio comienzo la revolución gastronómica de este país. Hoy, veinticinco años después, echamos la vista atrás a un entorno, una idiosincrasia y una actitud vital que solo es capaz de recuperar el crédito en una ciudad: Donostia.
La llegada a San Sebastián siempre es excitante y epatante. Solo un necio sería incapaz de reconocer sin ambages la ciudad más bella de España. Seguramente porque es la que menos se parece al resto. Donostia destila pureza, clasicismo, sofisticación y sobriedad. Supura elegancia decimonónica y aflora como la galerna del Cantábrico. La bruma, que se instala en la mezzanine del Gran Casino, se evapora hacia el monte Urgull, mientras el mar se abre paso a través de ese abrigo tardío que son la Concha y la isla de Santa Clara. Dejando atrás el carrusel, deambularemos por el embarcadero, para retornar por el Boulevard y adentrarnos en la parte vieja.
Siempre fue así y siempre lo será. Del salitre saltaremos a la retórica, que en cualquier otro lugar resultaría decadente, pero aquí es ley. Casa Urola, Beti Jai, Txapetxea, Tamboril, la cuchara de San Telmo o la Viña formarán un particular viacrucis, con pecado, pero sin penitencia, que nos reencontrará con todo aquello en lo que siempre creímos. Casas honestas. Precios ajustados. Respeto por el producto y por el comensal. Tonterías las justas. Saco de la ecuación a Ganbara, que ha perdido el norte vendiéndose al capital turístico con gestos obscenos y ademanes despóticos. Mala cosa. También visitaremos mesas y manteles y descorcharemos vinos. Iremos al Victoria Eugenia y al María Cristina. Dejaremos que el viento nos peine, divisaremos la bahía desde el funicular, y como no, visitaremos nuestro invernadero.
Pero volvamos al inicio. Que no es el qué, sino los porqués. Donostia es una ciudad que atesora tradición y vanguardia. Aquí se monta el festival internacional de jazz más antiguo de España. También el de cine. El más importante a nivel hispanoamericano. Hasta hace poco, era lugar de peregrinación creativa gracias al festival de publicidad más importante de habla hispana: el Sol. Y además, como no. Donostia alberga desde hace 25 años el primer congreso internacional de gastronomía organizado en el mundo: San Sebastián Gastronomika. Donostia es un lugar que aborda la cultura desde todos los ámbitos, pero siempre desde la objetividad y profesionalidad.
Miremos más a Donostia y menos a Madrid. Pongamos en valor nuestra esencia. Recuperemos la ilusión por la gastronomía. Hagamos las cosas con honestidad. Entiendo que como ciudad queramos montar un festival de cine, de música, de publicidad o un congreso gastronómico. Pero seamos honestos, en el comité técnico de Gastronomika están Andoni Luis Aduriz, Josean Alija, Hilario Arbelaitz, Karlos Arguiñano, Elena y Juan Mari Arzak, Eneko Atxa, Martín Berasategui, Ferran Centelles, Josep Roca, Pedro Subijana y a partir de ahora Benjamín Lana sustituyendo a Roser Torras. Profesionales de la gastronomía con vocación de servicio. Con trayectorias intachables. Criterios incuestionables. El foco siempre puesto en el conocimiento. Así ha de ser. Y si no es así, que no sea.
Si algo nos enseña cada año Donostia, es a salvaguardar la esencia de las cosas, para crear un futuro ilusionante. Porque no se trata de qué hacemos, si no porqué.